El emperador de París. Jean-François Richet.



EUGÈNE-FRANÇOIS VIDOQ, UN REFERENTE DE VICTOR HUGO, EDGAR ALLAN POE Y HONORÉ  DE BALZAC.

Es mucho lo que tienen que abordar en esta ocasión los críticos que operan en los periódicos más importantes de cada país, cuya posición descansa en el 'conocimiento de las leyes del laberinto', en el seno de una sociedad líquida, en la que , parafraseando a Zygmunt Bauman *, los lumpenproletarios espirituales completan el reciclaje de su identidad con herramientas patentadas (blockbuster, mainstream...) y listas para usar, que hacen el trabajo más rápido y eficaz sin necesidad de aptitudes especiales con que hilvanar una visión crítica improvisada. Pero aquí nos encontramos con la contribución del cine francés, (imagen final de la sede del gobierno galo con la bandera tricolor ondeando), a la exaltación de los parias de la tierra en la construcción del edificio legal del país en el que triunfó la primera revolución burguesa en Europa, (la primera a escala global se produjo en Estados Unidos, inspirada en los filósofos y pensadores racionalistas y pre-revolucionarios galos), y, para ello, nadie mejor que un cineasta, Jean-François Richet, que nació, vivió y comenzó su carrera como obrero en una fábrica en un barrio de trabajadores subvencionado de París, un proyecto de vivienda barata', que en esta ocasión vuelve sobre la historia que contó Pitof en formato digital en 2001, protagonizada por Gerard Dupardieu, con el aditamento de que su cine es siempre un testimonio de una dialéctica, un oximorón en el que se debate entre los que unos llaman el truco y la magia, que en realidad es el fondo y la forma; la dualidad rico-pobre que representan los bandidos que se mueven en un contexto de bandidos que poseen la riqueza y los defensores de una nueva ley que representa a la nueva clase dominante, y que, inspirada en los principios de la revolución recurre a métodos científicos en la investigación policial, sentando las bases de la ciencia forense, y en el intento de guiarse en un mundo en el que el ancien régime intenta abrirse camino de nuevo a través de las grietas de la nueva sociedad, generando una nueva delincuencia que representa la burguesía en el poder, que levanta su arco del triunfo mientras reclama títulos nobiliarios de los que nunca disfrutó y la limpieza de sangre de los ciudadanos persiguiendo a los bonapartistas; unos nuevos delincuentes a los que se enfrentó el verdadero Vidocq. 

 Un mundo oscuro que se inspira en la forma en el nuevo lenguaje cinematográfico que construyeron los wonder boys en la década de los 70 del siglo XX, la llamada era Spielberg-Lucas, que inaugura el director de Modesto en American Graffity, y que practicó la 'generación de los barbudos': esa luz ambiental empobrecida que en 'El emperador de París' procede de las escasas velas que proyectan su haz luminoso en miserables estancias de unos barrios, que emergen en las sombras de la noche, el reino de las tinieblas, el de la 'corte de los milagros' en la que gobiernan los criminales más violentos, que protagonizan las imágenes más duras; un mundo distópico, a cuya atmósfera siniestra contribuye un uso semántico del color en el que predomina toda la gama de marrones, una decisión sobre la que descansa la percepción de la calificación autoral del film. Un universo del que están ausentes los 'aires de grandeza' que, de acuerdo con el espíritu de su tiempo (1946) animaron la película de Douglas Sirk 'Escándalo en París', del que han sido barridos los protagonistas siniestros de Richet, que en 'El emperador de París' evocan a los que dan vida a Jean Valjean y Javert salidos de la pluma de Victor Hugo, C. Auguste Dupin de Edgar A.Poe, o Jacques Collins de Honoré Balzac, amigo personal de Vidocq, en el que los célebres novelistas se inspiraron. Unos fantasmas que recorren la película del francés, capitaneados por Vicent Cassel, que conserva el atractivo que se atribuyó al delincuente francés que fundó la 'policía' gala, unos orígenes oscuros que acompañan al nacimiento de las naciones, desde el asesinato de Remo a manos de Rómulo. 

Vidocq, un hombre independiente y liberal, un prototipo de la nueva sociedad burguesa, alérgico a cualquier forma de asociación, huyó siempre de la colaboración con otros compañeros de galera o de presidio, como el personaje que interpreta August Diehl, Nathanaël, un personaje que junto a otros, como la prostituta Annette (Freya Mavor) o la libertina que trepa a las alturas, la baronesa interpretada por Olga Kurylenko, o el villano Maillard, interpretado por Denis Lavant, contribuyen a la forja del héroe que transitó desde la delincuencia, perseguida si actuaba de forma privada como autónomo, pero con patente de corso si lo hacía al servicio de su respectiva majestad, ya fuera de Inglaterra o de los Países Bajos; el honrado oficio de comerciante de tejidos; la docencia y el chivato infiltrado en la policía, un papel de los sótanos putrefactos de cualquier estado que lo llevó a dirigir, primero, la Brigada de Sûrété (Brigada de Seguridad) que se convirtió, más tarde, en la Sûrété Nationale y que, finalmente, fue acusado de bonapartista durante la reinstauración de la monarquía tras la caída de Napoleón. Una evolución personal que consagraba la máxima de Balzac, para quien detrás de un gran hombre o una gran fortuna siempre hay un gran crimen, una circunstancia que parece escandalizar al espectador del siglo XXI. Mostrar en pantalla la violencia parece que es la prueba del algodón del blockbuster, mientras se considera pecado mortal hablar de los orígenes del personaje y su adscripción política, unida a algunos escándalos que no estamos en situación de valorar, que acabaron con la vida del hombre que dio forma a la estructura de la policía y los servicios secretos del estado, con cloaca incluida. Y esto queda bastante claro en el film, suponiendo que sea esta realidad la que nos ha querido mostrar Richet. 

Un film que aporta datos de interés para el público a la vez que lo introduce en la Francia posrevolucionaria de la mano de un elenco satisfactorio, con una imagen oscura, como el tiempo en que se inscribe la historia, y distópica, como los hechos que refiere. Richet se reserva un papel de cierta relevancia en el film, el del Mariscal Ney.

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