'Dos o tres cosas que yo sé de ella' y la taza de café. Una herencia de Jean Luc Godard.

Siempre he pensado en la taza de café o té como pasaporte a un estado único: su tíntineo es una de las músicas más celestiales. Hace poco descubrí en Cahiers que en Deux ou trois choses que je sais d'elle, uno de esos experimentos de Jean-Luc Godard - que en estos días se ha convertido en octogenario-, hay una secuencia en la que vemos como el café removido puede formar un pequeño universo en movimiento. En sus espirales te puedes perder definitivamente... (Publicado en el blog 'La hija del acomodador', el 25 de abril de 2011)

El  21 de enero de 2011, cuando nuestro blog apenas había comenzado a andar, publicamos este post:


En el filme Dos o tres cosas que yo sé de ellaJean-Luc Godard utiliza el discurso documental, con amplias panorámicas de la región de París, en las que se observa el trabajo de la clase obrera para levantar la economía del ladrillo, que tan nefastas consecuencias ha tenido para la población mundial. Su película es un documento inapreciable que nos permitirá comparar con su nueva obra, Socialismey observar el prisma desde el que analiza la situación generada por la primera crisis del mundo globalizado..

Usando las técnicas de la Nouvelle Vague, (cámaras fijas o al hombro, saltos de plano...). Fragmenta el discurso y esquematiza las ideas, en ocho lecciones sobre la sociedad industrial, precedidas de rótulos que anuncian el contenido de lo que vamos a ver: clases, psicología de la forma, introducción de la etnología, arte, obras, la gran esperanza del siglo XX, sociología de la novela, entrada libre...Los tres colores de la bandera francesa (rojo, azul y blanco ) están presentes en el título y la palabra fin, pero también, a veces, en los colores del entorno de la protagonista.

La cosificación de hombres e ideas está presente desde el primer momento, mientras una voz en off susurra, más que habla, como si emitiera sus mensajes desde la clandestinidad. Los hombres se dedican a intentar descodificar mensajes de otros mundos (Vietnam, sobre todo), las mujeres intentan descifrar la realidad que les circunda, desde la protagonistas, Juliette (Marina Vlady) a la prostituta, a la que todos dejan embarazada y que cuando encuentra un hombre que se enamora de ella y se casa, la impulsa a ejercer de nuevo para pagar un piso demasiado caro; la mujer que, mientras le secan el pelo nos cuenta sus temores ( accidentes de tráfico, enfermedad, vejez, no la muerte); la joven, que ha fracasado profesionalmente, y que busca evasión en los libros, el cine, el deporte o la bici, pero que piensa que su vida es vanal; la peluquera que vende su cuerpo a un fotógrafo profesional; la joven estudiante que se obnubila por un escritor ruso...

Diseccionó la sociedad industrial, cuando el consumismo aún estaba escasamente desarrollado, si lo comparamos con la actualidad, pero favoreció en la década de los sesenta la aparición de una corriente de pensamiento anticapitalista que desembocaría en el Mayo francés del 68. Cuando la situación se desequilibra hasta el ligero vuelo de una mariposa puede tener efectos desastroso en las antípodas del mundo, que acaba siendo derribado como un castillo de naipes. No hacen falta acontecimientos fortuitos para exterminar el mundo.

Desde el balcón de una zona suburbial, actual Subura parisino, nos desvela la dualidad actor-personaje, verbalizada y teorizada de tal manera que Marina Vlady, la protagonista de la cinta-reportaje-ficción-realidad, actriz de origen ruso, es descrita físicamente, a la vez que se narra su curriculum, y se nos presenta su personaje, Juliette Jeason, que como luego dirá el narrador es una heroína de Faulkner. A pesar de que el sexo y la prostitución están presentes en los personajes femeninos, a diferencia de lo que luego hará Julio Medem, no hay exhibición degradante del cuerpo femenino; sólo se sugiere la desnudez, pero se evita.

El poder liberal, aparentemente reformador y modernizador, regulariza las tendencias naturales del gran capitalismo, sistematizando así el dirigismo y la centralización. Este poder acentúa las distorsiones de la economía nacional y, más aún, de la moral cotidiana que las funda. Advierte de los riesgos del consumo que esta mentalidad impulsa , que hace olvidar a la gente que lo que se compra hoy que pagarlo a fin de mes, y como consecuencia siempre le falta dinero: si pagas el alquiler y el televisor no tienes coche; si tienes lavadora, no tienes vacaciones, etc. En resumen, no tienes una vida normal.

La situación a que se puede llegar se ejemplifica en la casa donde Juliette deja a la niña para que la cuide un hombre maduro, que a su vez alquila habitaciones a parejas; las casas modestas están decoradas con carteles de agencias de viajes y compañías aéreas, que son como ventanas abiertas al mundo: Turquia, Epaña, China..., otro deseo cosificado; la cámara se dirige a la ventana y observa a Juliette cuando se cruza con un choricillo esposado y escoltado por la policía.

Cada fragmento está acotado por panorámicas de carreteras, grúas, obras y obreros, talleres, gasolineras; la clase obrera como protagonista , sola ante sus miserias. Una vez perdida la identidad de las personas, el papel creativo y formador de la ciudad será asumido por otros sistemas de comunicación, como la TV, la radio. Ahora ya sabrá Godard hasta que extremo.

Juliette acude periódicamente a Paris para prostituirse y conseguir dinero extra, que le permite algunas alegrías como modelitos de Vogue o de Paco Rabanne; pero su monólogo interno no se detiene y nota que le falta algo; tiene miedo aunque no debe temer nada en particular. Lo que le atormenta es no tener claro el objeto de su deseo, la razón por la que hace las cosas. Incluso piensa en dejar a su marido, que se conforma con lo que tiene; ser independiente sexualmente de un hombre le tienta, pero a la vez le horroriza.

Pero el hombre que no acepta la realidad, sabe que el refugio en la subjetividad le exilia, (situación en la que hoy nos encontramos muchos), y que la única solución es acercarse a sus semejantes, en un momento en que el progreso fulminante de la ciencia y la tecnología convierte el porvenir en una presencia obsesiva y en el que el futuro es más presente que el presente. Pero todos estos pensamientos también están cosificados en libros, de los que obtenemos pedazos de nuestras reflexiones. Los objetos existen más que las personas; las personas vivas a menudo ya están muertas.

Concluye con un alegato contra la alienación : "Escucho los anuncios de la radio y gracias a ellos me voy, tranquilo, camino al sueño y me olvido de los demás. De Hirosima, de Auschwitz, de Budapest, del Vietnam, del salario mínimo, de la crisis de la vivienda, del hambre en la India. Lo he olvidado todo, salvo que, como me llevan al principio de todo, desde ahí deberé empezar de nuevo"


Como podemos ver en el vídeo, alojado en Youtube, la mujer es cosificada, como todo lo demás, cubriendo su cabeza con unas bolsas mientras se fotografía un cuerpo que no se ve; el desnudo de unas mujeres como paradigma de las demás, sin importar el rostro individual.

El film pone en evidencia por qué Godard es el maestro de tantos cineastas, que van desde los más comprometidos a los más canallas y provocativos, incluidos el hoy sobrevalorado Quentin Tarantino.

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