Hi Bye, Mama! Yu Je-won . Crítica II

 



LOS PÉTALOS CAEN, PERO LA FLOR PERMANECE. EL MITO DE UNA PERSÉFONE RENOVADA

UN OXÍMORON EN BUCLE QUE JUEGA CON LA CONSTANTE OPOSICIÓN DE TÉCNICAS E IDEAS OPUESTAS, CONTAMINANDO TANTO LA FORMA COMO EL FONDO DEL TEXTO CINEMATOGRÁFICO. YU JE-WON OPONE A LA REFLEXIÓN DE TIERNO GALVÁN DE QUE EL HOMBRE VIVE COMO SI FUERA INMORTAL, EL HECHO DE QUE EN NUESTRO PASO POR LA VIDA FUNCIONAMOS COMO SI ESTUVIÉRAMOS MUERTOS, SIN DISFRUTAR DE TOCAR A NUESTROS SERES QUERIDOS, DEL AROMA DE LAS FLORES, DEL SABOR DE LOS ALIMENTOS, DEL SONIDO DE LA MÚSICA... ALGO QUE LA PROTAGONISTA, CHA YU-RI, APRENDE TRAS SER ARRASTRADA A LOS INFIERNOS Y CONVERTIRSE EN UN FANTASMA.


Yu Je-won (autor de 'El amor es como el cha-cha-chá') apuesta en la construcción de su personaje por un oxímoron constante, una forma en bucle que reproduce las idas y venidas del mundo de los vivos al inframundo de Perséfone,  que se ha convertido en paradigma de procesos naturales asociados a la siembra, el florecimiento, los frutos...de la naturaleza, un proceso que en la serie está perfectamente emblematizado, en especial en la última secuencia, un epílogo lleno de contenido semántico. El esquema se repite hasta el infinito, transitando entre la tragedia, -Yu-ri  es arrebatada a este mundo no por Hades, sino por un accidente de tráfico -, provocando un dolor insoportable de la madre,  vuelve a la vida por la súplica continuada a los dioses de su progenitora que desea verla por última vez con vida y sonriente, y el regreso de la joven al mundo de los vivos, con una condición que evito explicitar para no caer en el temido spoiler. A partir de este trágico comienzo el discurso irá alternando entre lo real y lo fantástico, lo cómico y lo dramático, sin caer en ningún momento en un relato que busque las lágrimas de los espectadores, a pesar de que sus magníficos protagonistas lloran constantemente en las pantallas, pero la solidez del los personajes, la conciencia de su papel en este mundo se impone a la lágrima fácil. Magnífico trabajo de todos los actores, pero especialmente de  Kim Tae-hee, representando a Cha Yu-ri, la nueva Perséfone, y de un peculiar Lee Kyoo-hiung, en el papel del marido Cho Gang-hwa, un marido profundamente traumatizado que padece como nadie las consecuencias de perder a su esposa.

A partir de la trama principal, muerte de Yu-ri y descenso o ascenso  al cielo o el infierno- cada religión tiene su concepción del arriba y abajo, no necesariamente igual, y aquí los fantasmas temen a la reencarnación- se hilvanan las tramas secundarias. Es curioso ver al exorcista como el ser más temido por los muertos. La historia principal y las secundarias se van sucediendo y en todas ellas a cada aserto le corresponde su contrario. Es el amor de la madre que pide con insistencia la vuelta de la hija, que le ha sido arrebatada sin previo aviso, la que origina la extraña decisión de los dioses de devolverla al mundo de los vivos para que pueda verla una última vez y despedirse de ella, mientras Yu-ri sólo piensa en su hija, a la que le ofreció su vida  a cambio de que la recién nacida, a su costa, viviera, creciera y se desarrollara; pero es precisamente este sacrificio el que condena a la hija a estar pegada a los fantasmas que arrastra su madre y el que condiciona la decisión de esta; el buble no acaba nunca. Junto a esta idea se contrapone la del hijo que aparece indiferente a los sufrimientos de la madre, pero que, una vez desaparecida, la añora hasta el día de su propia muerte, especialmente cada vez que la dureza de la vida lo castiga porque no sabe cómo luchar para sacar a su familia adelante y sólo tiene como consuelo la botella, acudiendo con frecuencia al columbario a llorar ante los restos de ésta ebrio. Una reflexión profunda sobre la vida y la muerte, profundizando en la indiferencia del ser humano ante el milagro de vivir cada día, de poder tocar a los que quiere, acariciarlos, apretujarlos; disfrutar del renacimiento de la naturaleza acompañado de sus fragancias; disfrutar de una buena comida, oír música, ver cine, opera, teatro, gente deambulando por la calle... 

Yu Je-won se toma su tiempo, insiste en los gestos, en las posibilidades que le ofrece el discurso cinematográfico (la hija de Cha Yu-ri y Cho Gang-hwa elige una profesión que le inspira la historia de su madre biológica: guionista cinematográfico, una forma del realizador de introducir la metadiégesis en el relato), y en el recurso a los sueños recurrentes de una madre que guisa a su hija en una solemne despedida anhelada unas algas salvajes (algas wakame), llamadas Miyeok guk, con las que los coreanos celebran su cumpleaños, porque creen que da buena suerte durante el resto del año. En las últimas secuencias Je-won demuestra que pueden doler más los abrazos y las sonrisas que las lágrimas abundantes, algo que no impulsa al espectador a llorar, sino que lo conmociona hasta extremos que pocos cineastas lo logran; cada personaje sigue el guion redactado para él por los dioses y hay hechos irreversibles como la muerte. Un film triste, sí, pero que los críticos aconsejan ver. Imdb publica una nota media de 8,0, basada en el voto de 1,500 usuarios que se han manifestado, un hecho que demuestra el respeto que se tiene en la Meca del Cine al trabajo de este pueblo emergente.

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