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No reconozco a nadie el derecho ni a un solo minuto de mi vida
RECURRIMOS A ESTE FILM DE KING VIDOR, DE 1951, PARA RECORDAR A LOS ESPECTADORES QUE HUBO UN TIEMPO EN EL QUE NO SOLO SE CONTEXTUALIZABAN LAS HISTORIAS, SINO SE HACÍAN ALEGATOS A FAVOR DE LA INDEPENDENCIA CREATIVA DEL HOMBRE. UN FILM QUE ES OBLIGADO VER.
Ficha de identificación:
Título original: The Fountainhead.
País: EE.UU.
Año: 1949.
Duración: 114 minutos.
Ficha técnico-artística:
Dirección: King Vidor.
Guion: Ayn Ran, basado en la novela The Fountainhead.
Director de fotografía: Robert Burcks, A.S.C.
Música: Max Steiner. Orquestaciones: Murroy Cutter.
Director artístico: Edward Carrere.
Edición: David Weis Bart.
Sonido: Oliver S.Garretson.
Decorador del set: William Kuehl..
Efectos especiales: William McGann.
Maquillaje: Perc Westmore.
Producción: Henry Blanke.
Warner Bross First National Picture.
Reparto:
Gary Cooper: Howard Roark.
Patricial Neal: Srta Francon/Sra. Wynand.
Raymond Massey: Gail Wynand.
Kent Smith: Peter Keating.
Robert Douglas.
Henry Hull.
Ray Collins.
Moroni Olsen.
Jerome Cowan.
Sinopsis.
El arquitecto Howard Roark ha escuchado las voces de la seguridad, las conversaciones sociales, el compromiso, pero es un hombre tan inflexible como las duras estructuras que él mismo construye y está dispuesto a sacrificarlo todo, desde la mujer que ama hasta la construcción que hace volar cuando alguien interfiere su proyecto, para mantener su individualismo en un mundo donde reina el conformismo más absoluto.
En esta película intelectualmente abrasadora, escrita por Ayn Rand y basada en su propia novela, Gary Cooper interpreta a Roark y Patricial Neal a una hermosa periodista, una mujer rica, cuyo amor por el arquitecto casi llega a destruirla. Roark se enfrenta sólo al mundo, y éste es el mayor de sus logros.
Crítica:
No reconozco a nadie el derecho ni a un solo minuto de mi vida. Esta es la expresión de la película que simboliza mejor el espíritu de la novela y el guión de Ayn Rand, y la película de King Vidor. Se ha acusado a la escritora de construir un panfleto liberal que sazona cada secuencia de la película, pero cabe recordar que el derecho del artista a crear con libertad no es propio de una ideología concreta, y es una exigencia en cualquier sistema o régimen político. Es necesario recordar esto sesenta años después, cuando se está imponiendo la idea de que el trabajo de cualquiera es de propiedad pública gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, que está esclavizando a muchos artistas, a los que se priva de dignidad al forzarles a regalar su trabajo.
Esto no ocurre en países de economía colectiva o comunista, sino en el seno de la sociedad capitalista, en la patria de la libertad, como EE.UU., donde los hombres que tienen ideas, que defienden la integridad, la honestidad, son odiados, perseguidos y condenados a la miseria. Roark no consigue un contrato con un grupo, un consejo de dirección o una gran empresa, porque no se somete, se resiste a ser esclavizado y no recibir nada a cambio de su trabajo, la más innoble de las situaciones. Incluso cuando tantean su espíritu progresista y le ofrecen construir un edificio emblemático con casas de renta baja para los trabajadores.
En efecto la historia demuestra que sólo los hombres que han amado su trabajo y no su utilidad, son los que han dejado el mayor legado a la humanidad, mientras los parásitos y los 'trepas' sólo han copiado, saqueado y luchado por el poder. No sé si es un panfleto, pero sí es cierto que los hombres independientes han hecho avanzar a la sociedad, y que todo horror y destrucción es producto de la conversión de los individuos en robots sin alma ni cerebro, sin derechos, voluntad, ni independencia.
El film no plantea el enfrentamiento entre un trabajo independiente individual o colectivo, no niega la colaboración entre los hombres, sino el derecho de éstos a existir de acuerdo con sus ideas y no al servicio de intereses espurios, que poco o nada tiene que ver con el bienestar de las masas. Los poderosos magnates de la prensa intentan doblegar a Roark y de hecho consiguen la aquiescencia de una gran parte de las audiencias domesticadas, pero fracasan en los tribunales, donde sectores más silenciosos de la población aplauden el veredicto.
Una triángulo amoroso y sentimental permite hilvanar la historia de Howard, Gail y la periodista Francon, unidos por su deseo de acabar con cualquier tipo de chantaje o sometimiento. Fracasará Gail Wynand, el menos fuerte porque es un hombre de negocios, sin capacidad de decisión individual. La fortaleza del arquitecto radica en que está dispuesto a perderlo todo e incluso ir a la cárcel por defender su libertad y su independencia creativa, fortaleza ante la que se estrellan los más poderosos. Su aparente inferioridad social, cuando se ve obligado a trabajar en una cantera como peón, se hace explícita a través de contrapicados que muestran a la mujer en lo alto de la zanja; la última imagen invierte la relación y es ella la que asciende en un ascensor para llegar a la azotea de un gran rascacielos donde le espera Roark, que ha alcanzado la cima con dignidad.
Todavía y afortunadamente no se ha elaborado un canon cinematográfico que permita clasificar a las películas como obras maestras. El gusto de la época era hacer filmes muy discursivos, en los que dominaban los planos largos y la diégesis se construía con grandes diálogos y grandes disquisiciones ante las cámaras, del mismo modo que se ponían frontones griegos a los rascacielos de Roark; es cierto que King Vidor redunda en la idea de la independencia creativa hasta llegar al alegato final, en el que parece que ya está todo dicho, pero no es menos cierto que la idea que intenta transmitir es compleja y difícil de aprehender por los espectadores. El protagonista es un arquitecto, cuyo trabajo depende de grandes grupos financieros; otras expresiones artísticas, como la música, a la que también cita Roark, sufren muchas más coacciones y chantajes. La mente es inherente al individuo y el cerebro colectivo no existe, pensamiento de plena actualidad, que muchos artistas pueden entender.
Todavía y afortunadamente no se ha elaborado un canon cinematográfico que permita clasificar a las películas como obras maestras. El gusto de la época era hacer filmes muy discursivos, en los que dominaban los planos largos y la diégesis se construía con grandes diálogos y grandes disquisiciones ante las cámaras, del mismo modo que se ponían frontones griegos a los rascacielos de Roark; es cierto que King Vidor redunda en la idea de la independencia creativa hasta llegar al alegato final, en el que parece que ya está todo dicho, pero no es menos cierto que la idea que intenta transmitir es compleja y difícil de aprehender por los espectadores. El protagonista es un arquitecto, cuyo trabajo depende de grandes grupos financieros; otras expresiones artísticas, como la música, a la que también cita Roark, sufren muchas más coacciones y chantajes. La mente es inherente al individuo y el cerebro colectivo no existe, pensamiento de plena actualidad, que muchos artistas pueden entender.
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