Krampus: Maldita Navidad. Michael Dougherty. Ficha de identificación y crítica.

 


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KRAMPUS EL MONSTRUO QUE ATERRORIZA A LOS AUSTRIACOS Y GERMANOS


A menudo reproducimos este post que publicamos por primera vez el 6 de diciembre de 2015. Un ejercicio que repetimos el 6 de enero de 2019. Hoy, al hacer un análisis más amplio del espíritu navideño, incorporamos esta historia que emigrantes austriacos han llevado a Norteamérica, y que como la película finlandesa 'Rare Export: un cuento gamberro de Navidad' de Jalmari Helander, ponen una nota de cinismo en las fiestas navideñas.



Crítica:



La figura de Krampus está bien contextualizada en la película de Michael Dougherty, que debutó como director en 2009 con Trick'r Treat; el nuevo film es  un icono  que de hecho crea mucha más inquietud al principio que en las diferentes set pieces en las que se manifiesta de muy diversas maneras, tanto el monstruo como su séquito de seres demoníacos que ocupan juguetes de enormes tamaños, dan sustos importantes e incluso proporcionan momentos de humor, hasta llegar a la eclosión final en la que irrumpen en bloque. En un film realizado en Estados Unidos, donde todavía queda un amago de creencia en el sueño americano y una tendencia al happy end, menos cínica que la que expresa el cine de algunas latitudes nórdicas de la vieja Europa,- un hecho del que representa un buen ejemplo Jalmari Helander y su 'Rare Export: un cuento gamberro de Navidad' (2011) -, sólo puede resolverse como lo hace el cineasta. La tradición de esta sombra de Papá Noel, o de  su alter ego perverso procede, de hecho, de los pueblos germanos (Alemania, Austria), y es precisamente la presencia de la madre de Tommy (Adam Scott) y abuela de Max (Emjay Anthony), una anciana austriaca cuya familia fue visitada por Krampus y su mefistofélica comitiva en los tiempos duros que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, la que da solidez a esta historia que evoca un momento en que los hombres perdieron la fraternidad, la generosidad y la solidaridad, que se convierten en una metáfora del espíritu navideño en la película de Daugherty, precisamente cuando aquello por lo que los individuos luchaban no eran juguetes, sino una barra de pan. El monstruo se llevó a toda la familia de la abuela y la dejó a ella con el objetivo de que fuera un testimonio de lo sucedido. Un hecho narrado con dibujos animados, una mezcla de texturas que evoca el cuento terrible que va a hacerse realidad.

Michael Daugherty ha hecho una buena película, en la que el frío que reina fuera del hogar, la terrible tempestad de nieve  no es ese manto blanco agradable en el que juegan los niños, sino que adopta la forma de una lluvia amenazante de copos grisáceos que no permite distinguir un árbol a dos metros de distancia, arrasa las telecomunicaciones y se lleva la luz, contrasta con el calor del hogar, los adornos navideños, la buena comida, los regalos y otras comodidades que desentonan con el mal ambiente que se genera entre aquellos a los que, como dice Max, sólo une el ADN. El niño añora los tiempos en que reinaba la armonía y la tolerancia en estas fechas, y, sin pretenderlo, convoca a los demonios que no llegan para traer nada, sino para llevarse al infierno a quienes han quebrado esa paz. La duración justa del film, la acción bastante bien llevada por los actores, (estupenda Tony Colette, y grave e intensa actriz vienesa, encargada de llevar al nuevo mundo las tradiciones de su país, la magnífica Krista Stadler, que habla alemán en la película y representa a Omi), hacen que el muy adecuado metraje de la cinta, 98 minutos, se haga muy llevadero, que los sustos distraigan, más que aterroricen y que las elipsis cruentas permitan que puedan verla muchos niños, siempre que no sean excesivamente sensibles.

Un film agradable, divertido y que recoge una tradición que los austriacos conocen bien y que se traduce en una fiesta navideña que no todos soportan con la misma alegría, en la que los monstruos son vecinos molestos disfrazados de diablos que acompañan al Krampus. Una fiesta que da colorido a los valles  nevados rodeados de montañas blancas, menos aterradores que los que representa Daugherty. Yo me lo he pasado muy bien con un film que al mismo tiempo que nos introduce en las próximas fiestas en las que triunfan las bombillas, las bolas de cristal de colores, las guirnaldas y las calles llenas de gente, nos abre una nueva ventana a otras tradiciones, y nos recuerda que hubo momentos en los que el enfrentamiento entre los hombres provocó auténticas tragedias y una lucha sin cuartel por un trozo de pan. Los niños, contemplados por la cámara de manera estereotipada : los hijos de la familia ruidosa de la hermana de Sarah, Toni Collette, y su esposo, dignos representantes de la América profunda, gorditos; el inocente Max, hijo de Tommy y Sarah, el que oye el cascabel, como el protagonista de Polard Express de Robert Zemeckis  (2004), su hermana y sus padres, más refinados y con mejor estatus, comen galletas hasta reventar, tienen juguetes caros, móviles, juegos, etc. desde la más tierna infancia (la hija pequeña, que todavía no anda, ve dibujos en una tablet) y protestan por todo, ignorando la profundidad agorera de la mirada censora de Omi que presiente la que se avecina.  No obstante, el director es consciente de que, por mucho que se haya excedido en la confrontación de sus personajes con su tragedia, no puede acabar su película como el finlandés, algo que no sería aceptado por el público a un lado y otro del Atlántico, por mucho que disfruten, tan sólo imaginándolo, los adolescentes.

Daugherty se permite cierta travesura política, cuando identifica a la burguesía más culta, representada por la familia de Sarah, que sobre gozar de una situación mejor, recibe regalos,- ¿De los dos Papás Noel?-, con los que votan demócratas. Curiosamente quien más ayuda necesita parece querer regodearse en sus penurias  votando republicanos, como ocurre con su hermana, casada con un hombre zafio que pertenece a la Asociación Nacional del Rifle y hace exhibición de armamento. Una mirada incisiva y cruda a las dos Américas, en la que los menos cultivados se llevan la peor parte.



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