El monstruo de la vieja Seúl. Yung Dong-yoon. Crítica.


 

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Hemos visto Reels en los que Tom Cruise y Henry Cavill, entre otros actores del panteón Hollywoodiense saludan al cine coreano, situándolo a la cabeza de la vanguardia mundial, mientras realizan el saludo de la nueva ola de su país, la Hallyu, que todos conocen como el Finger Hearth, que incluso ha protagonizado este año campañas institucionales navideñas en mucho países occidentales, en alguno de los cuales incluso han contemplado con cariño a uno de los cantantes del grupo BTS felicitando el fin de año y deseando 'Prospeño Año' a toda la comunidad castellanoparlante, sin que nadie los haya corregido, haciendo bueno el refrán popular de que 'más vale caer en gracia que ser gracioso'. En esa estamos, cuando salta a la plataforma de Netflix un film, 'El monstruo de Seúl', dirigida por Yung Dong-yoon, autor de la magnífica 'Está bien no estar bien', que consagra al hombre cuidador.

Aquellos sectores del público global que se han sentido atraídos por las ofertas de Netflix, y han sabido orientarse como clientes de la plataforma, en el inmenso mosaico que van construyendo las series que producen los coreanos, más allá de conocer cómo es su economía, qué son los chaeboles, un modelo empresarial capitalista con presencia en distintos sectores económicos, (Itaewon Class, Boys over Flowers...y tantos otros relatos), que muchos traducen por 'negocio familiar', la persistencia sin éxito de las citas a ciegas, la misogamia, la forma de vivir de los jóvenes, sus pequeños pisos bien dotados, a los que se accede por códigos estatales y no con una llave, a la aceptación de leyes de igualdad como la del 'Solo sí es sí' sin problemas, el avance de la masculinidad suave y tantas otras cuestiones que pillan desprevenidos y en pleno fragor de la batalla a los occidentales. Tampoco pierden su memoria histórica, y en sus producciones literarias, sus cómics, sus películas, hacen un buen repaso a la época de ocupación japonesa de Corea, entre 1910 y 1945, que llega con la derrota del imperio Nipón en la claudicación de la Segunda Guerra Mundial.

Quienes son adictos a este cine ya saben que este pueblo, situado, como hemos dicho, en la vanguardia intelectual global, pudiendo haber optado por obras claramente de autor como han hecho muchos de sus realizadores, muy valorados por su política cinematográfica, se encaminan por el sendero que en su momento  mostró Orson Wells, el integrar su  discurso en un marco de entretenimiento que lo convirtiera en ese tren eléctrico que a todos ha hecho soñar durante generaciones, aunque, como en este caso los sueños se tornen pesadillas. En lugar de seguir el camino de la Nouvelle Vague  ( en este aspecto, en otros han seguido sus orientaciones ) han optado por el de Bong  Joon-ho, y no le han hecho ascos a la imaginería lovekraftiana, construyendo una inmensa metáfora que lo acerca más a Host, película de su compatriota citado, o a Alien de Ridley Scott, que a 'Senderos de Gloria de Kubrick'. De esta forma nos hace sentir el horror que padecieron los coreanos en este largo periodo de ocupación de forma contundente.

Soy consciente de que muchos no militan en el uso desplazado del lenguaje, porque, a su juicio, es mas comercial, pero si lo que los creadores de esta serie querían era mostrar su sufrimiento en este largo periodo que abarca el relato, seguro que lo han conseguido, y, que más de un espectador ha recurrido a la Wikipedia para ver cómo sufrieron los habitantes de esta pequeña franja de terreno en las costas del Mar Amarillo el largo sometimiento al imperio nipón. En la narración de este hundimiento del que han salido sorprendentemente de forma espectacular, lúcida e industriosa, ya se habían adelantado los creadores de una serie que se ha realizado en Norteamérica y que ha financiado Apple, protagonizada por Lee Min-ho, 'Pachinko', de la que queda pendiente la segunda parte, que toma el nombre de las famosas máquinas de juego legales, ubicadas en salones muchas veces propiedad de los coreanos. En torno a este hecho se narra la humillación de Corea y la pr****tución de muchas de sus mujeres, arrancadas a la fuerza de sus hogares.

Yung Dong-yoon se nutre también de los relatos europeos de los doctores malignos, desde el científico loco de Metrópolis Rontwang, creador del ginoide, robot perverso femenino de Metrópolis de Fritz Lang, realizada en 1927, el Doctor Mabuse, el Doctor Bergerus, o los médicos de Shutter Island de Martin Scorsese, que en realidad fueron una réplica de otros que protagonizaron negras páginas de la historia de la humanidad, entre ellos el Doctor Menguele, que hicieron experimentos mortales con los prisiones, como los que narra la serie. En este film el galeno que crea la horrible criatura es japonés y, como todos estos personajes muy recurrentes en la ciencia-ficción, siente verdadera pasión por su criatura frankensteniana, cuyo origen es mucho más terrible que el del personaje que creó el doctor loco y que ha dado pie a la construcción de comedias. Es una forma de narrar, una política de autor que acerca a los cineastas coreanos a las formas de hacer hollywoodienses y, desde luego, no tiene mucho que envidiar, como han reconocido sus maestros. De esta forma se integran con calificación sobresaliente al género de ciencia-ficción, siguiendo de forma consciente o inconsciente la recomendación de Noel Simsolo en su Historia del cine, que  parafraseo de memoria: Quienes construyen historias vi****tas sin contextualizarlas adecuadamente, transcurrido el tiempo solo  queda este efecto que busca la diversión; quien hace lo que Yung Dong-yo nos ayuda a entender qué pasó en Corea y por qué está donde está, al tiempo que nos entretiene, nos asusta, nos obliga a replegarnos en nuestras butacas y...en definitiva nos distrae. 

Falta la segunda etapa en la que esperamos que todos los hilos que han quedado sueltos encuentren su lugar adecuado para la plena satisfacción de los usuarios, entre ellos Álvaro Cuenca (Diario Milenio de México), quien sostiene que la película es una oportunidad de oro para ver algo diferente, para crecer, y apreciar esa segunda lectura de la historia.

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