Los viajes de Gulliver. Rob Letterman



En plenas vacaciones navideñas he decidido hacer una tremenda cola, pasar por la dictadura de las 'gafas' y sufrir todos los inconvenientes posibles, incluidas las palomitas, para ver como conectaba un film 'teoricamente' hecho para niños y su espectador 'ideal'. Después de sufrir la experiencia, ya que no tenía un niño que me acompañara para disimular, de ser observada como Mafalda cuando dice a sus compañeros que no tiene TV. La experiencia ha valido la pena, pues he podido experimentar varias sensaciones:



  1. El film satisfacía más a los padres que a sus hijos,y luego diré por qué; los niños se lo han pasado mucho mejor con los trailers de animación, que me han hecho sentir verdadera envidia de ellos, de las emociones que les proporcionan las nuevas tecnologías,que inevitablemente van a hacer de ellos hombres diferentes en el futuro.
  2. Jack Black es Jack Black, y Gulliver sólo le sirve de excusa para seguir siendo Jack Black.
  3. La tecnología en 3D aún tiene mucho que decir en filmes no de animación.
Gulliver es un rokero, casi más que un actor, y no deja de serlo en ningún momento. He de decir que a mí me encanta, pero estaba viendo delante de mí al protagonista de Escuela de rock, en este caso acompañado de liliputienses, en lugar de hacerlo de alumnos de primaria; reconstruye para una sociedad del siglo XIX el Rockefeller Center, con sus tubos de neón, sus luces, la coca-cola y el rock and roll; se enorgullece de venir de una isla, Manhattan en la que no tienen rey, sino una república, a cuyo mandatario lo eligen cada cuatro años, lo que no pueden entender los súbditos de Liliput.

El film juega con la idea del tamaño (hombres pequeños o grandes, trabajos pequeños o grandes, niños monstruosamente grandes); Gulliver, afectado del síndrome de Peter Pan, no quiere crecer, tiene limitaciones y las sublima, su pasión es la música y pierde el tiempo en su empleo de repartidor de cartas en juegos de guitarra eléctrica. Su inmadurez le impide ascender en su empleo, más bien al contrario llega incluso a descender. Decide cambiar y se enrola en un viaje del que saldrá con un cuerpo enorme, pero con la misma actitud vital. Muchos padres, todavía muy jóvenes, algunos treintañeros se habrán identificado con el personaje y habrán disfrutado; sus hijos no lo pueden comprender.

La secuencia más fresca del film es aquella en la que Gulliver huye de Liliput , aparece en una costa y es atrapado por una niña, que le viste de mujer y comete todas las tropelías posibles con él; como ya lo supo ver James Lloys. Cuando dijo que 'muchos no pueden perder la inocencia porque siempre lo han sabido todo', tenía toda la razón. Nada ni nadie puede igualar la crueldad de un niño. El cine ya ha hecho este análisis en 'El Pueblo de los Malditos' (Wolf Rilla), 'Quién puede matar a un niño' (Narciso Ibañez Serrador) o 'La cinta Blanca' de Haneke.

Aunque el film es la adaptación de una novela de Jonathan Swift, el relato del escritor es una simple excusa para medir la 'grandeza' o 'pequeñez' de un hombres. El protagonista termina el film diciendo que ho hay trabajos pequeños, sino hombres pequeños. ¿Puede entender ésto un niño? Todos los guiños y referentes cinematográficos están dirigidos a los 'niños' treintañeros, lo que no deja de tener su gracia.


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