De dioses y hombres. Xavier Beauvois.



Sinopsis oficial.

Un monasterio en las montañas del Magreb en los años noventa. Ocho monjes cistercienses viven en perfecta armonía con la población musulmana. Un grupo de fundamentalistas islámicos asesina a un equipo de trabajadores extranjeros y el pánico se apodera de la región. El ejército ofrece protección a los monjes, pero estos la rechazan. ¿Qué deben hacer? ¿Irse, quedarse? A pesar de la creciente amenaza, empiezan a darse cuenta de que no tienen elección y deben quedarse, pase lo que pase.


Xavier Beauvois pertenece a una generación de cineastas que Stéphace Delorme define como realizadores que huyen a la vez del estado de su cine en particular y del cine francés en general, que durante veinte años había estado presidido por el naturalismo y el retrato de las clases sociales: crónicas de la burguesía, crónicas obreras...; los cineastas que rehusaban seguir el dictado del naturalismo tenían que auto-exiliarse o refugiarse en una secta. En torno a 2005-2006 se produce el giro.

Beauvois, Rosellini o Ford no eran hombres religiosos, pero les gustaba filmar a la gente que creía; Beauvois filma como Rosellini en Francesco, Juglar de Dios (1950), a unos monjes que creen, que han convertido la humildad en una opción de vida, y que se enfrentan a la muerte en el convento argelino de Tibhirine, con el objetivo de captar con su cámara sus reacciones y sus dudas vitales ante un posible sacrificio,o como hizo John Ford en Siete mujeres (1966) de una misión china. La llegada de los bárbaros mongoles obliga a la Dra. Catwright (Anne Bancroft ) a entregar su cuerpo al sacrificio y la violación para liberar a los demás, lo que comporta un acto de renuncia de sí mismo en favor de la colectividad y en nombre de la caridad. Su sacrificio no implica la muerte, sino el sometimiento del cuerpo femenino al disfrute del salvaje. En De dioses y hombres Beuvois plantea el sacrificio como la aceptación de una muerte terrible en nombre de la fe, aniquilada la utopía ecuménica, para ofrecer un acto de coherencia como arma para frenar el integrismo.





El momento clave del film es 'la última cena' mientras suena El lago de los cisnes de Tchaikovsky, los frailes comen con parsimonia y asumen la convicción de que no es posible volver atrás. La comunicación entre los dioses y los hombres está en el origen del misterio que supone la convicción del sacrificio, si bien el miedo hará que algunos no estén dispuestos a huir e intenten salvar sus vidas en los últimos instantes. (Ángel Quintana, Cahiers du Cinema. Enero 2011).

Los frailes de Tibhirine no pretenden realizar ningún gran gesto, su sacrificio no tiene dimensión épica y es asumido como una forma de plenitud interior y de comunión con la divinidad. El director los deja marchar con su hábito blanco, confundidos con la nieve y obvia filmar la ejecución inútil de unos hombres que no pueden cambiar el rumbo de un mundo alterado por el fanatismo; lo que interesa es captar el acto de bondad y coherencia de unos monjes que creen en la otra vida, situada al margen de la historia, y cuyo mérito reside en la humildad.

Beauvois no pretende formular una tesis ni demostrar nada, sino contar unos hechos caracterizados por la ejemplaridad, que se dieron en esta vida, la real. En el Festival de Cannes de 2010 recibió el Gran Premio del Jurado y el Premio Signis de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación.

Si bien Cahiers utiliza como referentes a Rosellini y Ford, otros ven relación con los grandes filmes franceses de honda espiritualidad católica, como Diálogos de Carmelitas, Diario de un cura rural, Adios muchachos...


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