La última noche de Boris Grushenko /Love and death). Woody Allen.
Woody Allen, el director norteamericano que mejor ha conectado con Europa, vuelve a presentar a un personaje, Boris Grushenko, preocupado por conservar, desde un punto de vista pragmático, aquello que más le preocupa, la vida y decidido a escapar de la muerte. Esta es la causa de que muchos vean en él la influencia de Bergman, Kafka o Eisentein, si bien en el film hay homenajes al cine norteamericano, en diálogos absurdos como los de Groucho Marx y en acciones filmadas a la manera del cine mudo de Chaplin.
La postura de Allen tiene poco que ver con la profundidad negativa de Bergman y las tendencias al suicidio: El norteamericano ama la vida y el temor a perderla le convertirá con el paso de los años en un hipocondriaco, aunque la película trae a colación intentos suicidas en tono de comedia. El film pasa revista a los diferentes grupos sociales atemporales: la progresía y sus diálogos ridículamente filosóficos en medio de conversaciones triviales; las clases altas parásitas que bien podrían ser sustituidas en el poder por los 'siervos' que son los únicos que hacen progresar la economía pues son los que saben hacer cosas (tan pronto de arreglan un cuadro, como un suelo...); los tontos de pueblo, que incluso acuden a convenciones de idiotas y, especialmente los héroes que dan su vida por nada.
Se plantea la misma cuestión que yo me hacía comentando El Álamo de John Wayne: las batallas son diferentes de como las ven los generales desde su colina. En una de ellas en la que participa contra el invasor francés y en la que los soldados rasos morían como moscas ante los cañones extranjeros, de doce mil hombres que participaban en el bando ruso sólo sobreviven catorce; alguien dice: 'Dios misericordioso estuvo de nuestra parte' y Boris responde: 'Sí, de no haberlo estado hubiéramos salido peor'. Falta añadir para completar el absurdo que los que se salvaron fueron los cobardes, los antihéroes que habían salido corriendo ante los primeros zambombazos. Su hermano Ivan muere a manos de un 'objetor de conciencia'. Así son las guerras, mueren los que menos creen en ellas.
Las mujeres están animadas por el menos alabado de los sentimientos: la deslealtad a sus maridos. Cuando finalmente consigue casarse con su admirada Sonia, mujer imaginativa, ésta planea matar a Napoleón para evitar más muertes. Boris le reconviene con uno de los argumentos espesos que caracterizan las conversaciones entre amos, incluso las amorosas: El asesinato conlleva un imperativo moral que trasciende toda noción de libre albedrío universal. Añade una objeción que revela el espíritu que alberga la conciencia popular: ' No puedo matar a un ser triunfador que gana más que yo'.
Apelando al espectador, cosa habitual en Allen, se dirige a él y le dice que lo único que ha aprendido de la vida es que el ser humano se divide en mente y cuerpo; la mente abarca las aspiraciones nobles como la filosofía y la poesía, pero es el cuerpo el que se divierte; lo importante es no estar resentido ( procura ser la regla de mi conducta). Existe Dios pero ha tenido poco éxito con nosostros. De la forma más cínica concluye que el quid es no pensar en la muerte como un fin sino como el modo más efectivo de reducir gastos; en el amor cuenta la calidad no la cantidad, siempre que no haya largos periodos, impuestos, de absentismo sexual.
El film, antibelicista y a la vez misántropo, es uno de los más olvidados por el público y por la prensa, aunque es uno de los preferidos del director. Los diálogos absurdos, el uso machacón de refranes populares en torno burlesco y el ataque a todo y a todos son formars de hacer que después caracterizarían el cine del director más ácido, cínico y cuestionador de valores que ha dado Norteamérica, que no busca el extrañamiento como forma de sacar al espectador de su pasividad, sino la interpelación directa, mirando fijamente a la cámara, y estableciendo un diálogo sin interferencias con su público.
También pone en solfa el factor proustiano de buscar el tiempo perdido; los flashbacks en los que recuerda su infancia son francamente destructivos. El pueblo judio es representado con cuernos o trajes de rayas de los presidiarios. El film es irreverente con todo y con todos, y es su esenfado el que nos conforma.
La postura de Allen tiene poco que ver con la profundidad negativa de Bergman y las tendencias al suicidio: El norteamericano ama la vida y el temor a perderla le convertirá con el paso de los años en un hipocondriaco, aunque la película trae a colación intentos suicidas en tono de comedia. El film pasa revista a los diferentes grupos sociales atemporales: la progresía y sus diálogos ridículamente filosóficos en medio de conversaciones triviales; las clases altas parásitas que bien podrían ser sustituidas en el poder por los 'siervos' que son los únicos que hacen progresar la economía pues son los que saben hacer cosas (tan pronto de arreglan un cuadro, como un suelo...); los tontos de pueblo, que incluso acuden a convenciones de idiotas y, especialmente los héroes que dan su vida por nada.
Se plantea la misma cuestión que yo me hacía comentando El Álamo de John Wayne: las batallas son diferentes de como las ven los generales desde su colina. En una de ellas en la que participa contra el invasor francés y en la que los soldados rasos morían como moscas ante los cañones extranjeros, de doce mil hombres que participaban en el bando ruso sólo sobreviven catorce; alguien dice: 'Dios misericordioso estuvo de nuestra parte' y Boris responde: 'Sí, de no haberlo estado hubiéramos salido peor'. Falta añadir para completar el absurdo que los que se salvaron fueron los cobardes, los antihéroes que habían salido corriendo ante los primeros zambombazos. Su hermano Ivan muere a manos de un 'objetor de conciencia'. Así son las guerras, mueren los que menos creen en ellas.
Las mujeres están animadas por el menos alabado de los sentimientos: la deslealtad a sus maridos. Cuando finalmente consigue casarse con su admirada Sonia, mujer imaginativa, ésta planea matar a Napoleón para evitar más muertes. Boris le reconviene con uno de los argumentos espesos que caracterizan las conversaciones entre amos, incluso las amorosas: El asesinato conlleva un imperativo moral que trasciende toda noción de libre albedrío universal. Añade una objeción que revela el espíritu que alberga la conciencia popular: ' No puedo matar a un ser triunfador que gana más que yo'.
Apelando al espectador, cosa habitual en Allen, se dirige a él y le dice que lo único que ha aprendido de la vida es que el ser humano se divide en mente y cuerpo; la mente abarca las aspiraciones nobles como la filosofía y la poesía, pero es el cuerpo el que se divierte; lo importante es no estar resentido ( procura ser la regla de mi conducta). Existe Dios pero ha tenido poco éxito con nosostros. De la forma más cínica concluye que el quid es no pensar en la muerte como un fin sino como el modo más efectivo de reducir gastos; en el amor cuenta la calidad no la cantidad, siempre que no haya largos periodos, impuestos, de absentismo sexual.
El film, antibelicista y a la vez misántropo, es uno de los más olvidados por el público y por la prensa, aunque es uno de los preferidos del director. Los diálogos absurdos, el uso machacón de refranes populares en torno burlesco y el ataque a todo y a todos son formars de hacer que después caracterizarían el cine del director más ácido, cínico y cuestionador de valores que ha dado Norteamérica, que no busca el extrañamiento como forma de sacar al espectador de su pasividad, sino la interpelación directa, mirando fijamente a la cámara, y estableciendo un diálogo sin interferencias con su público.
También pone en solfa el factor proustiano de buscar el tiempo perdido; los flashbacks en los que recuerda su infancia son francamente destructivos. El pueblo judio es representado con cuernos o trajes de rayas de los presidiarios. El film es irreverente con todo y con todos, y es su esenfado el que nos conforma.
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