Centauros del desierto (The Searchers).John Ford.





Participo plenamente de la reflexión de Francisco Javier de Urquijo (John Ford, pag.206) de que Centauros del desierto (The Searchers)probablemente sea la mejor película realizada por el cineasta y una de las mejores de todos los tiempos.

El eje en torno al cual gira la historia es la familia, espina dorsal de los filmes de Ford, refugio al que se ingresa a través del vano de la puerta, espacio de transición entre el hogar y el mundo exterior, donde aguardan los desengaños, las derrotas, las amenazas; por él entra en la casa el mestizo Martin Pawley (Jeffrey Hunter), y por él desaparece el solitario Ethan Edwards, dejando detrás de sí ese útero materno en el que el hombre se siente amado, protegido y seguro. El Monumental Valley, tan fordiano, aporta la verticalidad de sus cerros -testigo como escenario clásico donde se va a desarrollar la tragedia de tanta muerte innecesaria gestada por los odios raciales que van más allá de la extinción física del hombre; Ethan dispara a los ojos de un cadaver apache para que vague eternamente y no pueda ingresar en su paraíso, e intenta matar a una manada de búfalos para privar de sustento a los comanches; odios ancestrales trascendidos y materializados en la sombra del indio que se proyecta sobre la niña, acurrucada ante la tumba protectora de sus manes, con su muñeca de trapo, que pasará a otra joven que ha perdido la razón, cuando 'muera' la niña y nazca la mujer.

La fotografía de Hoch representa la precariedad y las dificultades de adaptación de los pioneros del desierto. En el ataque a la casa de los Edwards una suave luz azulada transmite esa sensación de equilibrio y tranquilidad del hogar, mientras por las ventanas entran los rayos del Sol del atardecer, poderosamente rojizos, connotando a la vez lo ardiente del desierto y un aviso de la suerte que espera a los colonos. (F.J.Urquijo). En el exterior, a los propietarios legítimos de las tierras, que sacian su sed de venganza asesinando 'inocentes' (los colonos eran conscientes de la expulsión de los indígenas de las tierras que ellos ocupaban) les esperaban las reservas y la extinción indiscriminada.






Ethan llega al hogar derrotado, envejecido y vencidos sus ideales sudistas, perdido el amor de su vida, que conocemos a través de las miradas y alguna leve caricia entre él y la esposa de su hermano. Según el propio Ford en sus películas lo mejor era la mirada de los actores. (Paulino Viola. El arte secreto de John Ford. Cahiers, marzo 2011). Aún le resta coraje y energía para vengarse de yankis e indios, sea cual sea la tribu (cherokees, apaches, comanches...); el asesinato de su familia le lanzará a un viaje en el espacio y en el tiempo, en una calculada estrategia en la que no cuenta el tiempo y en la que saciará esa sed de venganza. Cumplido su objetivo, una canción pondrá el broche final que da sentido al western: "El hombre busca su alma y su corazón y va a buscar en el exterior. Sabe que encontrará la paz interior. Pero dónde. Cabalga". Por una vez el título español representa mejor que el inglés lo que el cineasta nos quiere transmitir; J.M.Pastor, que escribió un tema musical, Centauros, nos cuenta que de niño imaginaba a estos hombres formando una unidad mítica con su caballo, cabalgando sin tregua ni descanso por el desierto, y tratando al animal como una parte de sí mismo ( diálogo entre Etahan y Martin en torno al trato que dan los indios a su sufrido compañero).Cuando descubrió que el film llevaba el título de 'exploradores', cuerpo paramilitar organizado por el reverendo para castigar a los indígenas, por un pequeño sueldo, prefirió seguir soñando con su mitológico animal. Algunas imágenes de los jinetes son de una belleza inigualable, como aquella en la que descienden por laderas nevadas.

Pero donde John Wayne llega a la interpretación más magistral de su trayectoria artística es en el momento en que , tras perseguir a Deborah con el objetivo de acabar con ella, una vez siente a la niña/mujer, miembro de su familia, hija de su gran amor, en sus brazos, ambos cruzan una mirada intensa y se abrazan. Les da cobijo la entrada de una cueva, remedo del hogar perdido, con el trasfondo del escenario de la sangrienta batalla. El Jefe Indio, Scar, está dotado de una gran dignidad, rodeado de un pueblo miserable que huye de los jinetes blancos con los niños en sus brazos.

La mujer fordiana, dura y resistente, está representada por la Sra. Jorgensen, que, aunque al principio le pide a Ethan que no sacrifique a los jóvenes de la comunidad en pro de una venganza ante un hecho irremediable, mantendrá una presencia de ánimo y una entereza que contrasta con la flaqueza de su marido, el único al que vemos llorar por la pérdida de su hijo.


Urkijo nos hace ver el gusto de Ford por la condensación que conlleva la omisión de sucesos fundamentales para la trama, que dota a los personajes de una profundidad psicológica y emocional infrecuente. Resucita recursos utilizados en el cine mudo, empleándose con habilidad sobre los giros expresionistas: muerte en off de Brad Jurgensen; condensación dramática del ataque indio en el plano del cementerio (...) Con todo ello logra una corporeidad maciza en los encuadres y sus personajes terminan por parecer gigantes.

En conclusión, dos hombres, a los que separan muchas cosas, inician un largo camino, que dura varios años con objetivos distintos: A Martin, cherokee mestizo, le mueve el deseo de encontrar a la hija de la familia que le acogió de niño y reconstruir el hogar perdido; a Ethan huérfano de familia, asesinada por los comanches, le guía el deseo de lograr la paz interior,como dice la canción, cabalgando en solitario hasta el fin, tras aceptar su derrota en todos los frentes : ideológico, político e incluso personal. La aceptación de Martin y de Deborah facilitará su redención, pero no le devolverá el hogar perdido.



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