Harold Bloom ¿Un canon cinematográfico?




Críticos de revistas especializadas, como Cahiers du Cinema, hace tiempo que vienen defendiendo la necesidad de crear un canon cinematográfico, que sira de referente a futuros creadores. Vamos a pasar revista al creador del canon literario, que choca frontalmente con otras posiciones en el ámbito de la investigación universitaria , especialmente en Estados Unidos



Harold Bloom, habla en su Elegía del canon en primera persona y, cuando lo hace, se presenta como alguien de ascendencia modesta, de origen judío y habitante del South Bronx, que luego cursó estudios en la Universidad de Yale, lo que suena a autojustificación y no le blinda de la adscripción a un grupo de orientación intelectual, a pesar de predicar constantemente su individualismo e independencia. En otros tiempos formó parte del grupo de deconstructivistas formado por él mismo, Derrida y Paul de Man. Con lenguaje muy accesible y provocador, a la vez que arrogante, realiza un ataque en toda regla a sus antiguos compañeros de la Universidad, a los que considera excesivamente politizados; de esta manera manifiesta su aversión por la izquierda académica actual. Un ejemplo de esta actitud provocadora es que, según Juana Libedinsky para entrar en la casa de Harold Bloom hay que pegarle a Sir Walter Scott, ya que el rostro en bronce del autor de" Ivanhoe" es parte del llamador de la puerta.

Partiendo de esta premisa (la de ser un descamisado de ideas socialistas, que jamás votaría a los republicanos, ni para trabajar en una perrera) toda su argumentación es un severo ataque a los intelectuales, que por “militar” en un movimiento social determinado son etiquetados como Escuela del Resentimiento, cuyo motor es la asunción de postulados de movimientos colectivos, ya sea el marxismo, el afrocentrismo, el feminismo, etc., como si asumieran una culpa delegada que no les concierne. Por ello hay quien le ha tachado como el creador de un canon masculino y blanco. Algunos autores pertenecientes a estos grupos denostados (mujeres, negros, homosexuales) se quejan de que, tras años de marginación, cuando les llega la oportunidad de expresarse es como si les tocara la lotería e inmediatamente se aboliera la propiedad privada.

A los movimientos citados opone su individualismo, única posición desde la que él cree que se pueden percibir manifestaciones estéticas. Desde el primer momento se compromete personalmente en los ataques a todos los críticos que no asumen su interpretación del canon, u obras seleccionadas para pervivir en el futuro y que persiste a pesar de las crecientes ideas del multiculturalismo que contamina el disfrute de una obra de arte. No da lugar al matiz ni a la opinión discrepante, por lo que muchos tachan esta postura de heterodoxia insuficiente.

Enfrente Joaquín Mª Aguirre opina que el canon ha tenido una función pedagógica: mantener un corpus de obras literarias vivas socialmente. En la medida que dejamos de considerar las artes desde la torre de marfil del esteticismo pasamos a valorar su función social como portadora de valores e intereses, (…) cuando se cuestionan los valores e intereses del cuerpo social (…) el canon se resiente. El crítico Harry Louis Gates Jr. cita los tiempos en que, para muchos, era “posible” el acuerdo que sustentaba el canon: “ (…) cuando los hombres eran hombres y las mujeres de color no tenían voz, eran sirvientas y trabajadores sin rostro que preparaban el té y llenaban las copas de brandy en las dependencias de los clubes de la gente de orden”. Había canon porque no había coro, sólo solista. Es más difícil llegar a un acuerdo cuando los demás opinan. Y el canon no es posible sin el acuerdo.

Harold Bloom se queja de que se le llegue a responsabilizar moralmente como crítico que clasifica las obras en buenas y malas. Oscar Wilde afirmó que toda mala poesía es sincera; pero hay que tener en cuenta, y en ello insistirá reiteradamente, que leer a los mejores escritores no nos hará mejores ciudadanos ya que el arte es absolutamente inútil, no tiene una función específica. Es absurdo ignorar que la crítica es un fenómeno elitista y fue un error considerarlo como un pilar de la educación democrática o de la mejora social (ataque a la Escuela del Resentimiento).

Frente a la crítica literaria la crítica cultural es una ciencia social lamentable. Esta aseveración responde al fuerte auge de los estudios culturales que se ha dado en las Universidades americanas, con áreas como Gays and Lesbianas Studies, Women Studies o Afro-american Studies y a la proliferación de colecciones y editoriales que se dedican en exclusiva a difundir las ideas de estos colectivos, como Men’s Press (de tendencia homosexual) o The Women’s Press ( revista de Feminist Studies) .

Los multiculturalistas exigen una revisión del canon, o, para ser más precisos, su apertura. Bloom se enfrenta y contesta que el canon debe considerarse como la relación entre un lector y un escritor individual, un Arte de la Memoria, ya que el valor estético puede reconocerse o experimentarse, pero no transmitirse a los que son incapaces de sentir o percibir algo. También se opondrá al lenguaje políticamente correcto del poder que exige que se eliminen las expresiones que ofenden a las minorías.

Lamenta que muchos críticos hayan desertado de la estética, deserción que para Freud es la metáfora de la represión, del olvido inconsciente pero significativo. Esto es desastroso, ya que la crítica depende de la memoria. Engloba a estos críticos en movimientos sociopolíticos (Escuela del Resentimiento), que se enfrentan al criticismo y por ello deben ser dejados en la cuneta.

Es el propio autor quien se angustia por el porvenir, quien busca la inmortalidad desde Petrarca (Angst vor etwas llamó Freud a este sentimiento) pero como afirma Ernst Robert Curtius, en su excurso titulado La poesía como perpetuación Horacio como Homero alcanzaron dicha inmortalidad gracias a su elocuencia y el afecto de la Musa. Esta angustia se experimenta por todo creador como pugna creativa con respecto a sus antecesores, en la cual se manifiestan las sombrías verdades de la competencia y la contaminación.

Aunque el canon laico u occidental o catálogo de autores elegidos para sobrevivir es realizado por instituciones académicas, tradiciones críticas u otras instancias, algunos críticos, a los que llama radicales, (en ocasiones también chusma, compinches…) afirman que algunas obras son seleccionadas gracias a fructíferas campañas de publicidad y propaganda. En este cajón de sastre mete, como ya hemos señalado anteriormente, a casi todos los –istas: marxistas, afrocentristas, deconstructivistas…Pero, desgraciadamente, hoy el canon, aunque sea efímero, lo crea la mercadotecnia para impulsar las ventas, y esta inmediatez, con frecuencia, sacrifica la excelencia en pro de intereses materiales muy concretos.

Según Alastair Fowler cada periodo histórico posee un repertorio de géneros y rechaza otros (ej.: la novela histórica ha sido degradada a la categoría de subgénero ) y el canon se fija, según críticos como el propio Bloom, por los escritores más importantes o de mayor personalidad; estas variantes estarán en función de la elección estética, a pesar de lo que digan sus detractores ideológicos, entre los que destaca a Gramsci, que en sus Cuadernos desde la cárcel afirma que ningún intelectual se librará del espíritu de cuerpo o corporativismo si depende de su cualificación especial.

Es aquí cuando nuestro crítico hace una profesión de independencia frente a su propio grupo de la Universidad de Yale, al afirmar que el yo individual es el único método y el único criterio para percibir el valor estético, aunque parta de su agon o disputa dialéctica con lo comunitario o participe en conflictos entre clases sociales y económicas. No obstante reconoce que si “(…) la clase gobernante libera a alguien para que sea sacerdote de la estética, sin duda tendrá intereses en tal sacerdocio”. Pero, para él, admitir esto es admitir muy poco, ya que la libertad para comprender el valor estético puede surgir del conflicto de clase, pero el valor no es idéntico a la libertad, aunque ésta no puede ser alcanzada sin comprender tal cosa. Me parece una argumentación muy peligrosa para la actividad creadora en todos sus ámbitos.

Puedo estar de acuerdo en que el valor estético es engendrado por una interacción entre artistas y en que la libertad para ser artista surge del conflicto social, si bien no se puede confundir la fuente con el valor, pero quizás no tiene en cuenta lo que impulsa al creador para empeñar su vida en el esfuerzo. Él lo ve como una respuesta a la triple cuestión del agon (más que, menos que, igual que) en la que intervienen, además del valor estético, componentes psicológicos, espirituales y sociales. ¿ Se deberá a planteamientos económicos ? El Doctor Jonson dice: “Sólo un zoquete escribe sin que haya dinero de por medio”, aunque esto no determine su supremacía estética.

Según el autor del canon, la Escuela del Resentimiento tiene un problema: demostrar cómo Shakespeare, máximo representante del canon clásico, alcanzó su excelencia merced a la lucha de clases. El planteamiento me parece reduccionista y creo que es interesante traer a colación la aseveración de Harry Lane en El tercer hombre, cuando al comparar una sociedad aséptica y poco ideologizada, carente de istmos, como la suiza, con las turbulentas culturas mediterráneas, afirma que los suizos sólo habían inventado el reloj de cuco ¿Qué le faltaba a esta comunidad para favorecer el surgimiento de valores estéticos? ¿El acto creativo es fruto de la comodidad y la armonía social? Quizás habría que tumbar a los artistas en el sofá de los psiquiatras. El propio Bloom ha sido acusado de ser un erudito vacío, como un reloj de cuco.

No obstante matiza cuando dice que hay una parte de la crítica marxista que le parece digna de tener en cuenta: el que en todo texto hay un conflicto entre tema y estructura, pero (siempre hay un pero) todo autor, aunque en apariencia defienda a su clase siempre acaba traicionándola, ya que en realidad lo que persigue es su propia individuación. A continuación recurre a un argumento de autoridad: Dante y Milton sacrificaron la causa por el poema y no el poema por la causa. Se podría estar en parte de acuerdo con este argumento, pero no se puede considerar que sea antitético defender una causa sin defenderse a sí mismo y al supremo valor estético, porque al final siempre se defiende una causa, como él mismo ha puesto de relieve más arriba.

También afirma que nadie puede pretender un lugar en el canon entrando desde fuera, a codazos, ya que sólo se entra en él con la fuerza estética que se compone de: dominio del lenguaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría, exhuberancia en la dicción. Pero luego reconoce que Milton tuvo múltiples padrinos, entre amigos y artistas de considerable valor. Pero ahí está el problema, para avalar sus teorías siempre se basa en unos cuantos autores indiscutibles, sobre todo ingleses, con alguna excepción como Dante o Cervantes. De hecho Shakespeare es el centro de su obra (lleva cincuenta años explicando a Shakespeare en la Universidad), hasta tal punto que parece que toda la literatura previa a él lo anuncia, y toda la posterior lo imita, incluido Freud. Convierte a Shakespeare, el bardo de Avon, es el centro de todo: “ Me han acusado de bardolatría, tanto que ya me burlo al respecto. Como sé que me consideran un dinosaurio, me llamo a mí mismo Bloom Brontosauros Bardolator”

Siguiendo con su ataque a los críticos politizados dice que “leer al servicio de cualquier ideología es lo mismo que no leer nada”, ya que la verdadera utilidad de leer a Cervantes, Dante, Shakespeare, etc. es el crecimiento de nuestro yo interior. Pero a continuación arremete contra todos los críticos y lectores que ven a o echan de menos en una obra literaria valores distintos de lo que él considera el dios único: la estética, que en él es un gusto subjetivista y que condena si tiene la más mínima consideración metafísica.

Por otra parte, el texto no está, como piensan algunos críticos franceses, para proporcionar placer, sino el supremo displacer o el más dificultoso placer que un texto menor nos proporciona. El estudio de la literatura no salvará a nadie, ni mejorará la sociedad, y, por ello, le parecerá absurdo que la Escuela del Resentimiento, de la que incluso forman parte muchos de sus antiguos alumnos, pretenda enseñar a la sociedad a vivir sin egoísmo, es decir, el autor no tiene yo, el personaje literario no tiene yo, el lector no tiene yo. Le parece una postura ridícula.

William Halitt cree que el pueblo cuenta muy poco como sujeto poético y las imágenes preclaras están en todas partes del lado del tirano y sus instrumentos. La masa siempre toma partido por la elite y la imaginación literaria está contaminada por el celo y los excesos de la competencia social; la imaginación creativa se ha concebido como la soledad del corredor de fondo, que persigue sólo su propia gloria. Pero esta posición, desde mi humilde opinión poco informada en esta materia, dejaría fuera de todo canon obras como Germinal de Zola, en las que el protagonista es el pueblo que lleva a cabo la heroica hazaña de defender su pobre existencia.

Bloom defiende la literatura como reguladora de lo escrito con anterioridad, ya que la cognición no puede darse sin memoria; Platón y Shakespeare son el canon. La alianza entre la cultura popular y la crítica popular está destruyendo todos los criterios intelectuales y estéticos de las humanidades en nombre de la justicia social; nos acechan las inmortalidades fáciles. A ello se añaden las nuevas tecnologías, la red, las audiovisuales que sacrifican la cultura popular que ha dejado de ser cultura pues un concierto de rock es reemplazado por un vídeo de rock. Después de Warhol aparece gente famosa durante quince minutos,- reina por un día-, y Bloom piensa que es hilarante que se pretenda abrir el canon para dejar entrar a estos artistas fugaces.

A los marxistas que creen que el canon occidental es el capital cultural de Estados Unidos, les dice que la unidad cultural es un fenómeno francés y, en cierto sentido, un asunto alemán, pero apenas una realidad en América. Por otra parte el valor estético no emana de la lucha de clases sino, dicho de manera simplista, de la lucha entre textos, en el lector, en el lenguaje, en el aula, en las discusiones dentro de la sociedad. La clase obrera no pinta nada y los críticos de izquierdas no pueden leer las obras en su nombre, aunque lo mismo debe ocurrir entre los críticos de derechas, pues nadie puede ser tan ingenuo como para pensar que las masas conservadoras, de distinto nivel económico y ninguna conciencia social, son lectoras empedernidas. El propio Bloom se contradice cuando afirma que tanto el canon como el contra-canon son elitistas. Pues bien ¿Cómo se mide el número de intelectuales de ambas tendencias? ¿Quién lee por los que no son marxistas, ni feministas, ni multiculturalistas?

No se puede despreciar el poder de crear mitos de los medios de comunicación de masas. ¿Acaso no es más heroína para las masas incultas, de uno y otro signo, Belén Esteban que Ofelia? ¿ Si un Shakespeare de nuestro tiempo escribiera sobre una pobre mujer maltratada por la vida y que saca adelante a su hija arrastrándose por las televisiones, sería su obra sublime? Esto ocurre cuando se frivoliza sobre las posturas intelectuales de los demás, con los que incluso no sólo se llegó a confraternizar, sino a formar grupos de trabajo. Se que el argumento es provocativo, pero creo que es a lo que juega Bloom, y, desde luego logra adeptos entre los que admiran esta forma de actuar, muchas veces nada intelectuales.

Finaliza su escrito con una elegía a Shakespeare sin el cual no sería posible ningún canon. Si hubiera que señalar un canon universal, multicultural y polivalente, éste sería Shakespeare. Como muy bien dice Bloom es en efecto un artista indiscutible, pero si se le puede considerar el padre del canon , a Homero, Virgilio, Dante y un largo etcétera se les deberá elevar a la categoría de sus abuelos.

Nos surge una duda tremenda a la vista de las teorías de Bloom: ¿ Nos pondríamos de acuerdo a la hora de elaborar ese canon cinematográfico? ¿cine de autor o de género?...


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