El retrato de Dorian Gray. Oliver Parker.
Ficha técnica:
Título original: Dorian Gray..
País: Reino Unido.
Año: 2009.
Duración: 112 minutos.
Dirección: Oliver Parker.
Guión: Toby Finlay, basado en la novela de Oscar Wilde, The Picture of Dorian Gray.
Casting: Lucy Bevan.
Director de Fotografía: Roger Pratt, B.S.C.
Música: Charlie Mola.
Edición: Guy Bensley.
Productor: Barnaby Thomson.
Productores ejecutivos: James Spring, Paul Brett, Charles Miller Smith, Tim Smith, Simon Fawcett, James Hollond, Xavier Marchand.
Co-Productor: Alexandra Ferguson.
Diseño de Producción: John Beard.
Vestuario: Ruth Myers.
Maquillaje y peluquería: Jeremy Woodhead.
Compañías: Ealing Studios, Alliance Films y UK Film Council, Fragile Film, en asociación con Aramid Entertainment y Prescience.
Intérpretes:
Ben Barnes: Dorian Gray,
Colin Firth: Henry Wotton,
Ben Chaplin: Basil Hallward,
Rebecca Hall : Emily Wotton, ,
Douglas Shenshall: Allan Campbell,
Rachel Hurd-Wood: Sibyl Vane,
Maryam D'Abo: Gladys,
Michael Culkin: Lord Radley,
Emilia Fox: Lady Victoria Wotton,
Caroline Goodall: Lady Radley,
Jhonny Harris: Jim Vane,
Pip Torrens; Victor,
Fiona Shaw: Agatha.
Sinopsis:
Dorian Gray (Ben Barnes) es un atractivo aristócrata que regresa a su Londres natal tras pasar la adolescencia aislado en el campo. Abrumado por la vida nocturna londinense, Dorian se sumerge en ella de la mano de Lord Henry Wottom (Colin Firth), quien le muestra los lugares más recónditos y peculiares de la capital inglesa.
Dorian pronto comienza a obsesionarse con alcanzar la eterna juventud. Un retrato suyo pintado por BasilHalward (Ben Chaplin) se convertirá en un recordatorio palpable de sus graves faltas con el paso del tiempo. A diferencia del resto de los mortales, el apuesto Dorian permanece impasible al sucederse los años y es el retrato, en cambio, el que envejece y asume su degradación física y moral.
Oliver Parker realiza una adaptación de la novela que retrata mejor que cualquier otra de sus obras la personalidad de un Oscar Wilde, escritor snob irlandés, practicante de la filosofía esteticista y un comportamiento anarquizante, que adoptó en su vida una actitud hedonista y decadente, pero sobre todo provocadora con la sociedad de su tiempo, por lo que fue condenado por sodomía,a causa de su relación con Lord Alfred Douglas, acusación que malogró a otros escritores de la época, entre ellos Paul Verlaine. Parker se permite algunas licencias respecto al texto del irlandés, lo que es perfectamente legítimo y expresa la libertad creativa del director; el problema es que las variaciones que introduce el guión no tienen mucho sentido y ralentizan el ritmo de la narración, no consiguiendo su objetivo de interesar al público. La persecución de James Vane, hermano de Sibyl, y su extinción tras ser atropellado por un tren suburbano, o la relación de Dorian Grey con la hija de Henry Wotton (CollinFirth), Emily (Rebecca Hall) no añaden tensión al relato.
La historia gira en torno a dos polos, que definen el clima de las elites inglesas de la época victoriana de finales del siglo XIX: el narcisismo, representado por Dorian Gray, encarnado por Ben Barnes, y el dandismo de Lord Henry Wotton, protagonizado por Colin Firth. Desde la primera secuencia se inicia un debate entre la belleza, representada por el joven Dorian Gray, y la salvación del alma por medio de la bondad, ganando el certamen la primera, defendida por Lord Henry, un perfecto dandy inglés, de expresión templada, defensor de la satisfacción inmediata de los sentidos y de un hedonismo cirenaico, un conservador que no pretende cambiar una sociedad que favorece a los de su clase. Estas ideas hacen mella en Dorian Gray, interpretado por Ben Barnes, actor que adopta una imagen muy similar a la del escritor de cabello largo. Wilde, escritor bisexual, se sintió atraído por el tema del narcisismo, tratado por Ovidio, que incorporó el mito de Narciso en su obra poética; Parker suma a la vanidad, la locura y la enajenación de un personaje, cuyo envilecimiento no tiene reflejo en una sola arruga de su rostro y de su cuerpo, sino que el mapa de su alma corrompida se va dibujando en el magnífico cuadro pintado por Basil Hallward (Ben Chaplin), merced a un pacto faustiano con el diablo.
La simbiosis de fantasía y realidad no encuentra una respuesta adecuada en el tratamiento visual, y las escasas incursiones al desván en el que el cuadro envejece no producen inquietud en el espectador, a pesar de los ruidos y festival de luces que las acompañan. Es difícil trasladar a imágenes el temor del hombre a envejecer y el deterioro intelectual que produce en el sujeto, especialmente en un film que se queda a mitad de camino entre la adaptación literaria, hecha en Inglaterra, y la obra de género (¿de terror?), en la que los europeos no tenemos tradición. El trabajo de Colin Firth sirve de andamiaje para que no se desplome un edificio plagado de orgías desenfrenadas innecesarias. Por mucho menos se acababa en la cárcel y se hundían las perspectivas sociales de los hombres y mujeres que se situaban en la vanguardia de la sociedad.
Comentario:
Oliver Parker realiza una adaptación de la novela que retrata mejor que cualquier otra de sus obras la personalidad de un Oscar Wilde, escritor snob irlandés, practicante de la filosofía esteticista y un comportamiento anarquizante, que adoptó en su vida una actitud hedonista y decadente, pero sobre todo provocadora con la sociedad de su tiempo, por lo que fue condenado por sodomía,a causa de su relación con Lord Alfred Douglas, acusación que malogró a otros escritores de la época, entre ellos Paul Verlaine. Parker se permite algunas licencias respecto al texto del irlandés, lo que es perfectamente legítimo y expresa la libertad creativa del director; el problema es que las variaciones que introduce el guión no tienen mucho sentido y ralentizan el ritmo de la narración, no consiguiendo su objetivo de interesar al público. La persecución de James Vane, hermano de Sibyl, y su extinción tras ser atropellado por un tren suburbano, o la relación de Dorian Grey con la hija de Henry Wotton (CollinFirth), Emily (Rebecca Hall) no añaden tensión al relato.
La historia gira en torno a dos polos, que definen el clima de las elites inglesas de la época victoriana de finales del siglo XIX: el narcisismo, representado por Dorian Gray, encarnado por Ben Barnes, y el dandismo de Lord Henry Wotton, protagonizado por Colin Firth. Desde la primera secuencia se inicia un debate entre la belleza, representada por el joven Dorian Gray, y la salvación del alma por medio de la bondad, ganando el certamen la primera, defendida por Lord Henry, un perfecto dandy inglés, de expresión templada, defensor de la satisfacción inmediata de los sentidos y de un hedonismo cirenaico, un conservador que no pretende cambiar una sociedad que favorece a los de su clase. Estas ideas hacen mella en Dorian Gray, interpretado por Ben Barnes, actor que adopta una imagen muy similar a la del escritor de cabello largo. Wilde, escritor bisexual, se sintió atraído por el tema del narcisismo, tratado por Ovidio, que incorporó el mito de Narciso en su obra poética; Parker suma a la vanidad, la locura y la enajenación de un personaje, cuyo envilecimiento no tiene reflejo en una sola arruga de su rostro y de su cuerpo, sino que el mapa de su alma corrompida se va dibujando en el magnífico cuadro pintado por Basil Hallward (Ben Chaplin), merced a un pacto faustiano con el diablo.
La simbiosis de fantasía y realidad no encuentra una respuesta adecuada en el tratamiento visual, y las escasas incursiones al desván en el que el cuadro envejece no producen inquietud en el espectador, a pesar de los ruidos y festival de luces que las acompañan. Es difícil trasladar a imágenes el temor del hombre a envejecer y el deterioro intelectual que produce en el sujeto, especialmente en un film que se queda a mitad de camino entre la adaptación literaria, hecha en Inglaterra, y la obra de género (¿de terror?), en la que los europeos no tenemos tradición. El trabajo de Colin Firth sirve de andamiaje para que no se desplome un edificio plagado de orgías desenfrenadas innecesarias. Por mucho menos se acababa en la cárcel y se hundían las perspectivas sociales de los hombres y mujeres que se situaban en la vanguardia de la sociedad.
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