Camino de Santa Fe. Michael Curtiz.
Ficha técnica:
Título original:Santa Fe Trail.
País: Estados Unidos:
Año: 1940.
Duración:110 minutos.
Dirección: Michael Curtiz.
Guión: Robert Buckner. Dirección de Fotografía: SSol Polito.
Montaje: George Amy.
Vestuario: Milo Anderson.
Maquillaje: Perc Westmore.
Música: Max Steiner, Hugo Friedhofer, M.K. Jerome y Jack Scholl.
Efectos especiales: Byron Haskin y H.F. Koenekamp.
Sonido: Robert B. Lee.
Director musical: Leo F. Forbstein.
Dirección artística: John Hughes.
AAyudante de dirección: Jack Sullivan.
Productor ejecutivo: Hal B. Wallis.
Productor asociado: Robert Fellows.
Producción: Warner Bros. Distribución: Warner Bros.
Intérpretes:
Errol Flynn: James Ewell Brown, 'Jeb' Stuart.
Olivia de Havilland: Kit Carson Hollyday,
Raymond Massey: John Brown,
Ronald Reagan : George Armstrong Custer,
Alan Hale: Tex Bell,
William Lundigan: Bob Holliday.
Van Heflin: Carl Rader,
Gene Reynolds: Jason Brown,
Henry O'Neill: Cyrus K.Hollyday,
Guin 'Big Boy' Williams: Windy Brody,
Alan Baxter: Oliver Brown,
Jon Litel: Martin.
Moroni Olsedn: Robert E.Lee,
David Bruce:Phil Sheridan,
Hobart Cavanaugh: Doyle, peluquero,
Charles D.Brown: Mayor Summer,
Joe Sawyer: Kitzmiller,
Frank Wilcox: James Longstreet,
...
Sinopsis:
Recién graduados de la Academia Militar de West Point en 1854, los jóvenes Jeb Stuart y .George Amstrong Custer son destinados junto a otros cinco compañeros al puesto más peligrosos del ejército, la segunda unidad de caballería, y se les castiga a permanecer en el fuerte Leavenworth de Kansas por haberse mezclado en una pelea política con abolicionistas como el yanqui Carl Rader. En su destino Jeb y George traban conocimiento con Kit Carson Hollyday, una bella muchacha de la que pronto se enamoran. En una de sus misiones deben escoltar a través del territorio indio a Mister Smith con su cargamento de biblias, hasta que descubren que éste es el famoso abolicionista John Browm. Por si esto fuer poco pronto empiezan a sucederse sangrientos combates.
Camino de Santa Fe es una película esclavista llena de mala conciencia, en la que el protagonista, Jeb Stuart, encarnado por Errol Flinn, reclama el derecho de los caballeros del Sur de resolver sus problemas morales y éticos, con autonomía y sin presiones externas. Los negros llegan a proclamar que no quieren la libertad, que prefieren estar con sus señoritos, mientras que la liberación no es otra cosa que el libre albedrío para decidir la forma en que se quiere morir de hambre, doctrina defendiuda por escuelas históricas conservadoras, y especialmente inglesas. Esto es así también para los blancos, pero ninguno de ellos quiere volver a la esclavitud, y ni tan siquiera a la censura y a la privación de la libertad de expresión. Setenta y cinco años después de perder la guerra los sureños, los confederados, la Guerra de Secesión, el antiguo dominio de los señores fue sustituido por la segregación de los negros, tema que ha ocupado a grandes realizadores norteamericanos, entre ellos Alan Parker que denunció las prácicas del Ku-Klux-Klan y la implicación de fuerzas del orden en asesinatos de militantes pro derechos civiles, (Arde Missisipi) o Spike Lee que mostró en sus películas la discriminación y marginación de los negros donde no había leyes segregacionistas ( Haz lo que debas, Malcolm X y tantas otras), testimonios que demuestran que no había ninguna intención de conseguir la igualdad de los hombres por ningún medio.
Michael Curtis, el realizador de origen húngaro, director de Casablanca, va más lejos y presenta al abolicionista John Brown como un fanático religioso, con una imagen que reproduciría años después Ben Laden. Un dictador que sacrifica a sus propios hijos, que huyen de él para lanzarse en brazos del ejército americano. Lo más curioso es que el film se realiza en un tiempo en el que la abolición de la esclavitud de los negros era un hecho y no había ya posibilidad de volver atrás, ocupando su lugar el odio racial a los que tenían distinto color de piel y el estigma de haber sido esclavos de los blancos durante demasiado tiempo. En el relato de Curtiz se llama asesino a Brown y se justifican los crímenes de unos soldados que sólo unos años después estarían divididos en dos bandos y enfrentados en una guerra civil, la Guerra de Secesión, que sólo podía ganar uno de ellos, y precisamente triunfó el abolicionismo. El realizador húngaro hace su película en plena Guerra Mundial, en la que Adolfo Hitler eliminó a los diferentes por razón de su religión, raza o ideología, pero es probable en en 1940 esto no se entendiera muy bien. Hasta que George Stevens, (Un lugar en el sol, Gigante...) que participó en la Segunda Guerra Mundial cargado con su cámara fotográfica, dio a conocer las terribles imágenes del campo de exterminio de Dahau, el mundo no tomó conciencia del genocidio.
Pero el tema que abordó Michael Curtiz en Camino de Santa Fe estaba mucho más acotado significativamente: ¿creía de verdad que los negros vivían mejor como esclavos? Que la libertad conlleva con frecuencia la penuria, si no se tienen recursos para sobrevivir, es algo conocido por el hombre libre, pero no inmutable como el color de los ojos o la piel. La liberación de los esclavos fue uno de los presupuestos de la revolución burguesa en occidente, como fase necesaria para el desarrollo de la revolución industrial y la creación de mercados, porque liberaba mano de obra que se iba a convertir en futura clase obrera y consumidora de lo que ella misma producía. Ninguna bondad en el hecho y mucho cáclculo pragmático y económico. Jeb Stuart se mueve en la indefinición, entre cierto sentimiento de repugnancia ante el maltrato de seres humanos, rechazo fomentado por filósofos y enciclopedistas revolucionarios, que de alguna forma debía llegar a los remilgados alumnos de West Point, afrancesados y con pretensiomnes eruditas y refinadas, y la convicción de que la única solución para seguir avanzando era la ejecución de Brown. Imbuido de una conciencia similar a la de los socialistas utópicos pero al contrario, ¿conservadores utópicos?, busca una reunión con el lider abolicionista en la que le propone que se entregue para ser juzgado, cosa que como es lógico no logra. Finalmente el pulido militar pierde la batalla y ve como su cuerpo se divide en dos y se enfrenta en una guerra fraticida entre los hacendados del sur y los industriales del Norte, que ha fijado el mapa de los Estados Unidos, ubicando en un lado a los empresarios e innovadores, y en otro a los señores de noble cuna. Que nadie diga que no tenemos en cuenta que las divisiones no son tan claras; por supuesto, pero en unas zonas predomina el voto a los republicanos y en otra a los demócratas, y esta es la geografía que se estaba diseñando en el momento que abarca el film de Michael Curtiz.
Estéticamente el húngaro recoge la herencia que parte de los clásicos americanos, y nos da una imagen muy conocida del Séptimo de Caballería, poblado de caballeros altivos y arrogantes, que aportan algo esencial a la idisincrasia del pueblo americano, como el espíritu individualista del que cree que, como un Supermán cualquiera, puede resolver solo los conflictos. Recordemos a Errol Flynn con su bandera blanca, y dos pseudo-militares pícaros, que ponen la nota cómica de la historia, especialmete porque se ridiculizan ellos mismos; el héroe improvisado pretende negociar con Brown, y sale a tiros, matando a todo el que se le ponga por delante. Él cree que el abolicionista debe entregarse, ser juzgado y finalmente colgado de una cuerda. El problema reside en que Brown piensa lo contrario respecto a él. Es una cuestión de criterios. Magníficas cabalgadas del ejército, respondida por los rebeldes, nos recuerdan el mejor cine bélico, aunque con menos destreza, del gran John Ford.
Para seguir con el burdo maniqueismo, el yanqui Carl Rader (Van Helfin) es presentado como un hombre sin ideales que participa en el proceso revolucionario únicamente por dinero, y que no duda en vender a sus antiguos compañeros cuando se siente defraudado. Entonces se encuentra con la realidad de que 'Roma no paga a traidores'. La verdad es que Curtiz hace un ejercicio de demagogia sobresaliente, y lo más curioso es que lo realiza cuando la esclavitud ya no existe, aunque ha dejado su poso en el segregacionismo y la marginación. La historia de amor es tan frívola como todo lo demás y no despierta el más mínimo interés, a pesar de que el papel femenino lo representa Olivia de Havilland.
Comentario.
Camino de Santa Fe es una película esclavista llena de mala conciencia, en la que el protagonista, Jeb Stuart, encarnado por Errol Flinn, reclama el derecho de los caballeros del Sur de resolver sus problemas morales y éticos, con autonomía y sin presiones externas. Los negros llegan a proclamar que no quieren la libertad, que prefieren estar con sus señoritos, mientras que la liberación no es otra cosa que el libre albedrío para decidir la forma en que se quiere morir de hambre, doctrina defendiuda por escuelas históricas conservadoras, y especialmente inglesas. Esto es así también para los blancos, pero ninguno de ellos quiere volver a la esclavitud, y ni tan siquiera a la censura y a la privación de la libertad de expresión. Setenta y cinco años después de perder la guerra los sureños, los confederados, la Guerra de Secesión, el antiguo dominio de los señores fue sustituido por la segregación de los negros, tema que ha ocupado a grandes realizadores norteamericanos, entre ellos Alan Parker que denunció las prácicas del Ku-Klux-Klan y la implicación de fuerzas del orden en asesinatos de militantes pro derechos civiles, (Arde Missisipi) o Spike Lee que mostró en sus películas la discriminación y marginación de los negros donde no había leyes segregacionistas ( Haz lo que debas, Malcolm X y tantas otras), testimonios que demuestran que no había ninguna intención de conseguir la igualdad de los hombres por ningún medio.
Michael Curtis, el realizador de origen húngaro, director de Casablanca, va más lejos y presenta al abolicionista John Brown como un fanático religioso, con una imagen que reproduciría años después Ben Laden. Un dictador que sacrifica a sus propios hijos, que huyen de él para lanzarse en brazos del ejército americano. Lo más curioso es que el film se realiza en un tiempo en el que la abolición de la esclavitud de los negros era un hecho y no había ya posibilidad de volver atrás, ocupando su lugar el odio racial a los que tenían distinto color de piel y el estigma de haber sido esclavos de los blancos durante demasiado tiempo. En el relato de Curtiz se llama asesino a Brown y se justifican los crímenes de unos soldados que sólo unos años después estarían divididos en dos bandos y enfrentados en una guerra civil, la Guerra de Secesión, que sólo podía ganar uno de ellos, y precisamente triunfó el abolicionismo. El realizador húngaro hace su película en plena Guerra Mundial, en la que Adolfo Hitler eliminó a los diferentes por razón de su religión, raza o ideología, pero es probable en en 1940 esto no se entendiera muy bien. Hasta que George Stevens, (Un lugar en el sol, Gigante...) que participó en la Segunda Guerra Mundial cargado con su cámara fotográfica, dio a conocer las terribles imágenes del campo de exterminio de Dahau, el mundo no tomó conciencia del genocidio.
Pero el tema que abordó Michael Curtiz en Camino de Santa Fe estaba mucho más acotado significativamente: ¿creía de verdad que los negros vivían mejor como esclavos? Que la libertad conlleva con frecuencia la penuria, si no se tienen recursos para sobrevivir, es algo conocido por el hombre libre, pero no inmutable como el color de los ojos o la piel. La liberación de los esclavos fue uno de los presupuestos de la revolución burguesa en occidente, como fase necesaria para el desarrollo de la revolución industrial y la creación de mercados, porque liberaba mano de obra que se iba a convertir en futura clase obrera y consumidora de lo que ella misma producía. Ninguna bondad en el hecho y mucho cáclculo pragmático y económico. Jeb Stuart se mueve en la indefinición, entre cierto sentimiento de repugnancia ante el maltrato de seres humanos, rechazo fomentado por filósofos y enciclopedistas revolucionarios, que de alguna forma debía llegar a los remilgados alumnos de West Point, afrancesados y con pretensiomnes eruditas y refinadas, y la convicción de que la única solución para seguir avanzando era la ejecución de Brown. Imbuido de una conciencia similar a la de los socialistas utópicos pero al contrario, ¿conservadores utópicos?, busca una reunión con el lider abolicionista en la que le propone que se entregue para ser juzgado, cosa que como es lógico no logra. Finalmente el pulido militar pierde la batalla y ve como su cuerpo se divide en dos y se enfrenta en una guerra fraticida entre los hacendados del sur y los industriales del Norte, que ha fijado el mapa de los Estados Unidos, ubicando en un lado a los empresarios e innovadores, y en otro a los señores de noble cuna. Que nadie diga que no tenemos en cuenta que las divisiones no son tan claras; por supuesto, pero en unas zonas predomina el voto a los republicanos y en otra a los demócratas, y esta es la geografía que se estaba diseñando en el momento que abarca el film de Michael Curtiz.
Estéticamente el húngaro recoge la herencia que parte de los clásicos americanos, y nos da una imagen muy conocida del Séptimo de Caballería, poblado de caballeros altivos y arrogantes, que aportan algo esencial a la idisincrasia del pueblo americano, como el espíritu individualista del que cree que, como un Supermán cualquiera, puede resolver solo los conflictos. Recordemos a Errol Flynn con su bandera blanca, y dos pseudo-militares pícaros, que ponen la nota cómica de la historia, especialmete porque se ridiculizan ellos mismos; el héroe improvisado pretende negociar con Brown, y sale a tiros, matando a todo el que se le ponga por delante. Él cree que el abolicionista debe entregarse, ser juzgado y finalmente colgado de una cuerda. El problema reside en que Brown piensa lo contrario respecto a él. Es una cuestión de criterios. Magníficas cabalgadas del ejército, respondida por los rebeldes, nos recuerdan el mejor cine bélico, aunque con menos destreza, del gran John Ford.
Para seguir con el burdo maniqueismo, el yanqui Carl Rader (Van Helfin) es presentado como un hombre sin ideales que participa en el proceso revolucionario únicamente por dinero, y que no duda en vender a sus antiguos compañeros cuando se siente defraudado. Entonces se encuentra con la realidad de que 'Roma no paga a traidores'. La verdad es que Curtiz hace un ejercicio de demagogia sobresaliente, y lo más curioso es que lo realiza cuando la esclavitud ya no existe, aunque ha dejado su poso en el segregacionismo y la marginación. La historia de amor es tan frívola como todo lo demás y no despierta el más mínimo interés, a pesar de que el papel femenino lo representa Olivia de Havilland.
Comentarios
Publicar un comentario
¡Deja tu comentario aquí!