Viernes 13, segunda parte. Steve Miner.







Ficha técnica:

Título original: The Friday 13th. Part2
País: Estados Unidos.
Año: 1981.
Duración: 87 minutos.
Dirección: Steve Miner.
Guión:  Ron Kurz, basado en personajes creados por Victor Miller.
Casting: Simon & Kumin.
Director de Fotografía: Peter Stein.
Música: Harry Manfredini.
Editora: Susan E Cunnigham.
Diseño de  producción: Virginia Field.
Efectos especiales de maquillaje: Carl Fullerton.
Productor: Steve Miner.
Productores ejecutivos: Tom Gruenberg y Lisa  Barsamian.
Productor asociado: Frank Mancuso, Jr.
Coproductor: Dennis  Murphy.
Paramount


Intérpretes:

Amy Steel: Ginny,
John Furey: Paul,
Adrienne King: Alice
Kristen Baker: Terry,
Stu Charno: Ted,
Warrington Gillette: Jason,
Walt Gorney:  Crazy Ralph,
Marta Cober: Sandra,
Tom McBride: Mark,
Bill Randolff:  Jeff,
Lauren-Marie Taylor:


Sinopsis:

Transcurridos cinco años de  la tragedia en el Campamento de Cristal Lake en torno a Jason Woohees y su demente madre, convertidos ya en leyenda negra, de nuevo se dan las condiciones para que se reproduzca un hecho similar. Jóvenes de la localidad en la que se encuentran estos maravillosos parajes, despreocupados y decididos a no cargar con el peso de la  superstición, organizan de  nuevo un curso de monitores de tiempo libre en un lugar cercano a los funestos enclaves donde se fraguó y ejecutó la matanza. La llegada de otros jóvenes de fuera de la localidad que se desenvuelven sin prejuicios y visten sin el decoro que exige una mentalidad redneck y pueblerina, característica de la América profunda, (hombre en bicicleta que les anuncia el Apocalipsis), chocarán necesariamente con la idiosincrasia local, y recibirán un severo castigo por su atrevimiento.

Comentario:

Son muchas las películas que relacionan el sexo y la violencia, en las que jóvenes que buscan lugares apartados para expresarse en libertad y mantener relaciones sin cortapisas, son espiados de cerca y sorprendidos  trágicamente. Steve Miner sabe donde colocar las cámaras para hacer temer al espectador que alguien  está presente mirando, un voyeur,  igual que él, pero  con siniestras intenciones, o que eso es precisamente lo que teme la víctima y que tarde o temprano se confirmará de la forma más atroz, dosificando la tensión y alargando las situaciones con cualquier pretexto, como el del gato saltando desde el exterior  por una ventana, que  nos tranquiliza a todos con el objetivo de favorecer más aún la brutal sorpresa. En una de las secuencias mejor filmadas, por medio de una combinación de travellings y saltos de eje, advierte de la presencia de alguien o de algo, pero en los saltos de la cámara, delante y detrás del individuo no se ve nada; sabemos que algo va a suceder, pero ignoramos cuando, cómo y de dónde vendrá la agresión hasta que se produce. Estos juegos de terror  psicológico son constantes y producen más miedo que la imágenes explícitas de  acciones truculentas; la edición contribuye a generar las peores expectativas: un pequeño perrito se encuentra con los pies del asesino; el que mira da por sentado lo peor, pero su última aparición tampoco tranquiliza.

A diferencia de la primera entrega de la franquicia, se salva más de uno de los campistas, menos inocentes que los de Cristal Lake, y más prevenidos. Hay algún  cameo de  la primera película, de la  secuencia en la que un enorme cuchillo  atraviesa a Kevin Bacon , que reposa  en  la cama tras la práctica del sexo; en la reproducción de esta secuencia no solo  cambia el arma cortante, propia del género slasher, que ahora ya no es un  cuchillo de cocina de grandes dimensiones  sino una lanza que ensarta  a la pareja desde arriba y aparece por  debajo del colchón  y no al revés, lo que supone que antes de morir han visto al asesino. Con el sexo del asesino, pues, cambian  las tácticas las armas que utiliza: rastrillo, hacha, lanza, aunque también hay algún cuchillo;  lo que permanece constante es la percepción de que dentro de la habitación hay alguien agazapado, esperando el más mínimo descuido o bajada de guardia de su víctima, para agredirlo.

Steve Miner comienza con una secuencia previa a los títulos de crédito que nos informa de lo que sucedió en la primera entrega, y un epílogo en el que se dan los mismos elementos de tensión, los mismos sustos, la misma ambulancia y coches de policía que en el de la primera, (con una incógnita sin resolver), siguiendo la estructura de las series televisivas, una especie de orientación para el espectador que no pudo ver la primera parte. Hay algún detalle que no se ha cuidado bien, como el hecho de que un policía asesinado por el  homicida  desapareciese a mediodía y de madrugada nadie lo hubiera echado de menos, ni a él ni su coche, permitiendo que otros cayeran en la misma trampa y llegaran a la guarida del criminal.

En definitva  no defrauda las esperanzas que se habían puesto en la secuela, a las que ahora añade factores psicológicos freudianos: la presencia de una madre castrante, a la que el hijo teme, adora y obedece, que no aparecía en la primera película, en la que la mujer, una redneck conservadora hacía responsable de la muerte de su hijo en el lago a los cuidadores, mas pendientes de sus devaneos sexuales que de los niños. Su cuerpo nunca se encontró y de ahí surgió la posibilidad de seguir trabajando el mito.


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