Breaking and Entering. Anthony Minghella
Ficha técnica:
Título original: Breaking and entering.
País: Año: 2006.
Duración: 120 minutos.
Dirección: Anthony Mingella.
Guión: Anthony Minghella.
Casting: Michelle Guish y Gaby Kester.
Música: Gabriel Yared.
Edición: Lisa Gunning. y Underworld.
Dirección de Fotografía: Benoît Delhomme, A.F.C.
Productores: Sydney Pollack, Anthony Minghella y Timothy Bricknell.
Productores ejecutivos: Bob y Harvey Weinstein, Colin Vaines.
Productores asociados: Steve E Andrews.
Productor durante el rodaje (line producer): Anita Overland.
Diseño de producción: Alex McDowell.
Vestuario: Natalie Ward.
Maquillaje y peluquería: Ivanna Primorac.
New Line Cinema, Miramax Films & The Weinstein Company presentan una producción de Mirage Enterprises Production
Intérpretes:
Jude Law: Will,
Julietter Binoche: Amira,
Robin Wright Penn : Liv,
Martin Freeman: Sandy,
Ray Winstone: Bruno,
Vera Farmiga: Oana
Rafi Gavron: Miro,
Poppy Rogers: Beatrice,
Sinopsis:
Will (Law= un arquitecto de éxito involucrado en el proyecto más ambicioso de su carrera, de pronto se ve metido hasta el cuello en un mundo que no conoce, un error que ya no puede corregir. Explora una casa de Londres que nunca había visto en una llamativa resolución 1080 progresive scan, mientras las pasiones se agotan y las ilusiones son destrozadas en un sonido realizado espectacularmente.
Comentario:
Minghella puso su lupa sobre un sector social muy minoritario, que se sitúa entre las clases trabajadoras, marginales y al borde de la exclusión social y las clases medias y altas embrutecidas por el dinero y con una patina cultural tan delgada, que deja ver la tosquedad de la piel que hay debajo. Will (Jude Law ) y Liv (Robin Wright) forman una pareja culta, distinguida, liberal y de look desenfadado, (Jeans and jackets y zapatillas de lona tipo Converter); él es un arquitecto paisajista que tiene su oficina, junto con un compañero, en King Cross, con el proyecto de transformar los espacios de barrios marginales y degradados, armonizándolos con canales, jardines y otros ornamentos que dejan intacta la miseria que albergan. Nunca se alteran demasiado, incluso cuando les roban sus coches todoterreno o sus caros ordenadores Mac de Apel, que son restituidos de inmediato, sin grandes esfuerzos. Ella cuida de una hija que aportó a la pareja, una adolescente cuyo mayor problema es que exige toda la atención de la madre y el padre adoptivo. Interesante comparación la que establece Miro, el joven bosnio, entre este niña mimada y malcriada y su dura vida londinense.
Los problemas de este grupo son mucho más sutiles que los de la mayoría; viven en casas de diseño, blancas, minimalistas, con jardines y pérgolas en pleno centro de Londres. Sus discusiones son contenidas, controladas, indies, sin virulencia. Will, el hombre de la casa, (la sociedad patriarcal sigue viva en este contexto pseudoprogre), vive una vida tan desleída como el cartel que anuncia el film, encuentra el contrapunto en la prostituta encarnada por Vera Farmiga, y la modesta madre de Miro, interpretada por Juliette Binoche, que ha huido de Sarajevo, donde asesinaron a su marido, un ingeniero bosnio, y ahora vive en un bloque de viviendas cercano a King Cross; una mujer sensual que no lleva ropa interior de seda y que es capaz de todo por su hijo, incluso prostituirse con la víctima de los robos de éste.
El compañero de Will, Sandy ( Martin Freeman ), se enamora de una joven negra que limpia en la nave habilitada como estudio de los arquitectos, lo que le sensibiliza y le hace entender que la justicia no es ciega, que hay dos justicias, una con minúscula, la de los pobres que ingresan primero en la cárcel y luego se defienden, y la de los ricos que tienen buenos abogados y no entran jamás en una prisión. Sigue vigente el análisis que hizo Victor Hugo en el siglo XIX, cuando escribió Los miserables. Pero este personaje, cuando llega el momento de poner en práctica tanta humanidad, coloca delante sus prejuicios de clase; lo mismo ocurre con Will que prefiere cargar con su conciencia para siempre que hacer frente a su prestigio y la estabilidad de su pareja, aunque sienta un fuerte atractivo por Amira.
Finalmente será la solidaridad entre las mujeres, silenciosa, implícita, la única que ha hecho mella en las conciencias y se ha instalado en el imaginario colectivo, ('La Guerra de los Conejos' como llama a esta forma de conciencia, el personaje interpretado por Tom Cruise, en Magnolia, el film del sobrevalorado Paul Thomas Anderson, 1999). la que acabe triunfando sobre tanto prejuicio. Minghella nos legó un buen retrato de esta burguesía ilustrada y distinguida que, por mucho que sofoque sus sentimientos, necesitan psicólogos y 'pantallas solares' para soportar su vida; las dificultades del mundo de Amira y su hijo Miro son mucho más visibles y ostentosas, como su capacidad de amar y entregarse.
Jordi Costa crítico de el diario 'El País', la calificó en su día de blockbuster social. Pero no ocurrió exactamente así. El film de Minghella no tuvo mucho éxito, porque describió una grupo muy minoritario, culto y con aparente compromiso social, mucho más difícil de detectar que el empresario burdo y faltón que explota a sus trabajadores; Will advierte a sus subordinados que no se metan con el personal de limpieza, el único al que no le está permitido ser visitado por familiares y amigos durante su jornada laboral. Dialécticamente son más comprensivos que los trabajadores de su plantilla.
Comentario:
Minghella puso su lupa sobre un sector social muy minoritario, que se sitúa entre las clases trabajadoras, marginales y al borde de la exclusión social y las clases medias y altas embrutecidas por el dinero y con una patina cultural tan delgada, que deja ver la tosquedad de la piel que hay debajo. Will (Jude Law ) y Liv (Robin Wright) forman una pareja culta, distinguida, liberal y de look desenfadado, (Jeans and jackets y zapatillas de lona tipo Converter); él es un arquitecto paisajista que tiene su oficina, junto con un compañero, en King Cross, con el proyecto de transformar los espacios de barrios marginales y degradados, armonizándolos con canales, jardines y otros ornamentos que dejan intacta la miseria que albergan. Nunca se alteran demasiado, incluso cuando les roban sus coches todoterreno o sus caros ordenadores Mac de Apel, que son restituidos de inmediato, sin grandes esfuerzos. Ella cuida de una hija que aportó a la pareja, una adolescente cuyo mayor problema es que exige toda la atención de la madre y el padre adoptivo. Interesante comparación la que establece Miro, el joven bosnio, entre este niña mimada y malcriada y su dura vida londinense.
Los problemas de este grupo son mucho más sutiles que los de la mayoría; viven en casas de diseño, blancas, minimalistas, con jardines y pérgolas en pleno centro de Londres. Sus discusiones son contenidas, controladas, indies, sin virulencia. Will, el hombre de la casa, (la sociedad patriarcal sigue viva en este contexto pseudoprogre), vive una vida tan desleída como el cartel que anuncia el film, encuentra el contrapunto en la prostituta encarnada por Vera Farmiga, y la modesta madre de Miro, interpretada por Juliette Binoche, que ha huido de Sarajevo, donde asesinaron a su marido, un ingeniero bosnio, y ahora vive en un bloque de viviendas cercano a King Cross; una mujer sensual que no lleva ropa interior de seda y que es capaz de todo por su hijo, incluso prostituirse con la víctima de los robos de éste.
El compañero de Will, Sandy ( Martin Freeman ), se enamora de una joven negra que limpia en la nave habilitada como estudio de los arquitectos, lo que le sensibiliza y le hace entender que la justicia no es ciega, que hay dos justicias, una con minúscula, la de los pobres que ingresan primero en la cárcel y luego se defienden, y la de los ricos que tienen buenos abogados y no entran jamás en una prisión. Sigue vigente el análisis que hizo Victor Hugo en el siglo XIX, cuando escribió Los miserables. Pero este personaje, cuando llega el momento de poner en práctica tanta humanidad, coloca delante sus prejuicios de clase; lo mismo ocurre con Will que prefiere cargar con su conciencia para siempre que hacer frente a su prestigio y la estabilidad de su pareja, aunque sienta un fuerte atractivo por Amira.
Finalmente será la solidaridad entre las mujeres, silenciosa, implícita, la única que ha hecho mella en las conciencias y se ha instalado en el imaginario colectivo, ('La Guerra de los Conejos' como llama a esta forma de conciencia, el personaje interpretado por Tom Cruise, en Magnolia, el film del sobrevalorado Paul Thomas Anderson, 1999). la que acabe triunfando sobre tanto prejuicio. Minghella nos legó un buen retrato de esta burguesía ilustrada y distinguida que, por mucho que sofoque sus sentimientos, necesitan psicólogos y 'pantallas solares' para soportar su vida; las dificultades del mundo de Amira y su hijo Miro son mucho más visibles y ostentosas, como su capacidad de amar y entregarse.
Jordi Costa crítico de el diario 'El País', la calificó en su día de blockbuster social. Pero no ocurrió exactamente así. El film de Minghella no tuvo mucho éxito, porque describió una grupo muy minoritario, culto y con aparente compromiso social, mucho más difícil de detectar que el empresario burdo y faltón que explota a sus trabajadores; Will advierte a sus subordinados que no se metan con el personal de limpieza, el único al que no le está permitido ser visitado por familiares y amigos durante su jornada laboral. Dialécticamente son más comprensivos que los trabajadores de su plantilla.
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