Tres parejas se dan cuenta de que saben más bien poco sobre sus
respectivos compañeros y sobre sí mismos. En el transcurso de una cena
disertan sobre cuestiones que van desde los felices recuerdos del pasado
hasta las relaciones sexuales que mantienen. La conversación les lleva a
pensar en si serían capaces o no de reconocer el cuerpo desnudo de sus
parejas con los ojos vendados; la experiencia les revelará muchas cosas
que no sabían.
Doris
Dörrie y Marlen Gorris, son dos cineastas muy interesantes, una
alemana y otra holandesa, que tienen la capacidad de abordar los roles
masculinos y femeninos de la era contemporánea, sin necesidad de
recurrir al dramatismo extremo .
Los comentarios de Doris Dörrie sobre los hombres refuerzan nuestra opinión: “Son
seres humanos, creo. Pero lo que encuentro interesante, y
es la razón por la que escribo tantas historias
sobre hombres y mujeres, es que tras el cambio de siglo
nos encontramos en una situación completamente nueva.
La independencia económica de las
mujeres ha hecho que la economía no sea una razón
para estar en pareja. No hay otra razón para estar juntos
que no sea el amor. El hecho de controlar cómo y
cuando tener hijos, sumado a la situación económica,
es un gran cambio. Lo único que nos hace formar parejas es
una emoción que llamamos amor.”
Doris Dörrie es una realizadora que ha logrado la aceptación de gran
parte del público internacional, especialmente europeo y
norteamericano, aunque ha sido criticada en su país por excesivamente
comercial. Hay que decir, sin embargo, que este éxito no le ha salido
gratis: ha dirigido más de veinte películas, varios documentales y
cinco óperas, lo que evidencia una frenética actividad. Le gusta hacer
incursiones a países exóticos, que afortunadamente cambian a ritmos
acelerados. En todas las sociedades, incluida la nuestra, hay sectores
todavía demasiado amplios de pobreza e ignorancia (no siempre
relacionada con la primera) en los que se deja caer sobre las mujeres
todo el peso de la violencia estructural y cultural que desemboca con
frecuencia en la violencia directa, como lo prueban las macabras cifras
de asesinatos de mujeres por sus maridos o amantes. Pero eso no quiere
decir, ni mucho menos, que debamos dejar de interesarnos por lo que
sucede en otros ámbitos aparentemente idílicos y con cierto nivel
económico y cultural.
Las mujeres de Doris Dörrie son independientes en el plano económico y
funcional, lo que permite un mayor desahogo también para las familias; a
veces incluso ganan más que sus maridos,lo que supone para estudiosos
americanos, que el hombre está enfermo o tiene muchas posibilidades de
llegar a estarlo. En
Desnudos Doris Dörrie nos presenta a tres parejas de amigos treintañeros,
en las que todos ellos han ingresado en el mundo de los adultos y han
conseguido un puesto más o menos brillante en la sociedad; alguna de
las mujeres gana más dinero que su marido. Uno de ellos, Dylan, ha
tenido un golpe de suerte en la bolsa y se ha enriquecido
extraordinariamente en relación a los demás. Otros, como
Emilia y Felix,
han 'fracasado' y viven todavía una vida adolescente, realizan
trabajos marginales y habitan antros rodeados de cajas y objetos que
les unen a un pasado feliz 'no adulto', lo que les conduce a la
separación.
En una cena de las que realizan para volver a estar juntos,
Felix
propone un juego, basándose en una teoría defendida por
Emilia y uno de
los hombres,
Boris: las parejas son intercambiables y si se desnudan,
se tapan los ojos y se tocan (con excepción de la cabeza) son incapaces
de reconocerse. Felix, impulsor de esta diversión, a quien el
resentimiento por una situación de la que él es el único responsable, ha
desarrollado una personalidad más ácida y mordaz, y aunque gana la
apuesta con subterfugios, la pierde en realidad. El engaño hace aflorar
los monstruos que todos llevan dentro: el desamor, el dinero, la
rutina...
En esta cena, en la que sus protagonistas desnudan algo más que su
cuerpo, se evidencian muchas contradicciones: las parejas sí son
intercambiables, pues ha habido infidelidades entre ellos dentro del
círculo; el dinero ha abierto brechas insalvables, pues como dice
Annette, cuando no lo tienes luchas por él y cuando ya lo posees sigues
luchando para tener más; Boris no acepta que su mujer, Annette gane más
que él; Dylan, el rico, ya no desea a su mujer; Emilia y Felix no
pueden vivir juntos, aunque se añoran separados. No echan de menos el
amor sino la vuelta a los vaqueros, a la vida sin responsabilidades,
vivida plenamente. Al final aceptan vivir menos felices para no ser
más desgraciados por separado. La cobardía les paraliza.
Las mujeres, trabajadoras de medios de comunicación, desempeñan un rol masculino, pero siguen preocupadas por su
sermiradaidad,
su ropa y sus liposucciones, para agradar a unos hombres que ya no se
fijan en que han pasado por el quirófano; ellos, aunque cuidan mejor
su cuerpo que los hombres de antaño, no tienen estas tribulaciones:
Boris presenta una dentadura deteriorada que haría que una mujer se
replegara bajo las sábanas para no ser vista; la más desfavorecida
económicamente, Emilia, tensiona al máximo su imaginación para ser
exótica sin gastar dinero, poniendo encima de su vestido una artística
venda con alguna leyenda. Charlotte, la rica, se angustia por la
nouvelle cuisine que
no le gusta a nadie; todos logran una apariencia de gente 'guapa',
alegre y divertida, en cuyas vidas aparecen ya signos de desmoronamiento
y resignada mediocridad.
Desgraciadamente se está creando un sentimiento de que el trabajo y el
esfuerzo valen muy poco y que todo depende de las rachas de suerte,
que, no nos equivoquemos, genera una violencia, más o menos sofocada,
cuando los hombres y las mujeres no encuentran el cauce adecuado para
desarrollar sus potencialidades, lo que favorece el reforzamiento de un
mundo competitivo en el que siempre sucumbe el más débil, que hoy por
hoy es todavía la mujer. Convienen estar atentos. Hay algo
incuestionable: es imposible recuperar la infancia perdida, retomar el
mundo de la amistad sincera, sin intereses y taparse la cabeza con
bolsas de papel del supermercado que nos aislan de una realidad que no
nos gusta.
Otras directoras se ocupan de la realidad más truculenta
(Iciar
Bollain, Mira Nair...) que, desde luego exige una actitud social
orientada a decir ¡basta ya!, pero es interesante que alguna incida en
la necesidad de no dejar de lado las contradicciones que se generan en
el mundo contemporáneo, más sutiles, políticamente correctas, pero que
producen infelicidad y resentimiento entre hombres y mujeres y que
sientan a muchos seres humanos en el diván del psiquiatra, público o
privado, o conducen al consumo de estupefacientes para hacer soportable
la vida. Es significativa la secuencia en la que
Dylan, en cuya
distinguida mansión no se puede fumar, siente una tremenda ansiedad por
un cigarrillo o un porro.
Todos abemos que estas cosas son así y que en muchos casos producen
muertes lentas por depresión, pérdida del gusto por la vida y deseo de
no levantarse de la cama. La consecuencia más visible es la pérdida de
la forma, una de las
causas de desempoderamiento de la sociedad actual inmersa en el
esteticismo, que ayuda a los afectados hundirse más profundamente en
el pozo.
Muchas mujeres trabajadoras, que se han esforzado y han luchado por
encontrar cierto acomodo entenderán muy bien el mensaje de
Doris
Dörrie, que no niega en absoluto la posibilidad de vivir en pareja con
cierta placidez, pero que alerta de que aún queda mucho camino por
recorrer para que el ser humano logre su objetivo principal: vivir
feliz.
Muchas veces la mujer trabajadora, que incluso ha asumido puestos de
responsabilidad, ha trabajado codo a codo con hombres y ha sufrido por
ello, he echado en falta que alguien se ocupara de las que están
haciendo estos duros trabajos que compatibilizamos con las también duras
tareas del hogar ¿Cuántas mujeres, a las que se exige la perfección en
todas sus actividades, (buena trabajadora, buena madre, buena
esposa...) no han deseado que pasara rápidamente esa fiesta en la que
todos disfrutan menos la anfitriona, para la que son una auténtica
tortura ? ¿ Por qué se imbuye a las mujeres ese deseo de agradar ?
Hasta el menos integrado socialmente de los hombres pide a su pareja
que se ponga un bonito vestido para no dar imagen de fracasada.
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