Ficha técnica:
Título original: Advise and Conset.
País: Estados Unidos.
Año: 1962.
Duración: 140 minutos.
Director: Otto Preminger.
Guión: Wendel Mayes, basado en la novela de Allen Drury
Dirección de Fotografía: Sam Leavitt, A.S.C. (B y W/ Blanco y negro). Panavisión.
Productor: Otto Preminger.
Música: Jerry Fielding.
Montaje: Louis R. Loeffer.
Director artístico: Eli Benneche.
Diseño de Producción: Lyle Wheeler.
Títulos de crédito: Saul Bass.
Maquillaje: Del Armastrong, Robert Jiras.
Peluquería: Myrl Stoltz,
Vestuario: Joe King.
Distribución video: Manga Films
Advertencia de que la historia es de ficción.
Intérpretes:
Henry Fonda: Robert A.Leffingwell,
Charles Laughton: Senador Seabright Cooley,
Don Murray: Senador Brigham Anderson,
Walter Pidgeon: Senador Majority Leader,
Peter Lawford: Senador Lafe Smith,
Gene Tierney: Dolly Harrison,
Franchot Tone: Presidente,
Lew Ayres: Vicepresidente Harley Hudson,
Bugess Meredith: Herbert Helman,
Eddie Hodges: Johnny Leffingwell,
Paul Ford: Senador Stanley Danta,
George Grizzard: Senador Fred Van Ackerman,
Inga Swenson: Ellen Anderson.
Sinopsis:
En la recta final de las elecciones americana, se presenta esta película que muestra los entresijos más recónditos del Washington del poder. Intrigas, investigaciones del congreso, acusaciones de comunismo...¿Son los hombres de Washington realmente así?
Género: Thriller político.
Género: Thriller político.
Comentario:
En algo tiene razón Otto Preminger y quienes se acercan a este film con interés explicativo: es un film sobre la política como generalmente se entiende en la opinión publicada y su subsidiria, la opinión pública, que presentan las diferentes alternativas como una única verdad incuestionable, dependiendo de la categoría de los hombres, su honradez y capacidad que la balanza se incline en un sentido u otro. Pero esta visión es una quimera, que obnubila a uno de los dos protagonistas en torno a los cuales gira toda la historia y se aglutinan los personajes de un relato coral, en el que se distingue entre el partido de la mayoría y el de la minoría, y no entre los dos que constituyen el sistema bipartidista norteamericano: republicanos y demócratas, progresistas y conservadores. Se habla del Senador Utah, de Carolina del Norte, de Michigan...
Pero la gran cuestión que se omite no es en absoluto neutra o insignificante. La historia se localiza en plena guerra fría, en el auge del macarthismo y la Caza de Brujas que inició el célebre senador republicano y que azotó al pensamiento americano en todas sus manifestaciones intelectuales, llegando incluso a afectar a los partidos políticos; los demócratas tenían muchas más posibilidades de incluir en sus filas, por su carácter progresista, a congresistas y senadores que habían coqueteado de jóvenes con el ideario de Carlos Marx. El terror implantado por el Comité de Actividades Antiamericanas acabó menoscabando la integridad moral e intelectual de los americanos, sustituyendo los principios éticos por otros, de tipo burocrático, que acabaron generando una verdadera ideología de la integridad personal, en la que importaba más el cómo que el qué, porque el segundo se daba por supuesto que era perverso.
El Senador por Carolina del Norte, Seabright Cooley, (Sir Charles Laughton), comienza una cacería despiadada de Robert A. Leffingwell (Henry Fonda), que sólo puede conducir al éxito, porque parte del hecho de que era comunista, que esto era pernicioso para la sociedad y que no podía ocupar el puesto de Secretario de Estado para el que había sido designado por el Presidente de Estados Unidos. En el fondo estaba operando el hecho de que proponía una política exterior basada en la negociación y que excluía la guerra preventiva, lo que para los viejos carcamales americanos suponía agachar la cabeza y arrastrarse por el suelo, y ante esto cualquier táctica o estratagema era positiva porque redundaba en beneficio del país.
Creada una comisión de investigación, cuyo significado y funcionamiento cualquier ciudadano de un país occidental comprende, el Presidente de la citada comisión, animado por una soberbia juvenil implacable, se enfrenta incluso al propio Presidente de su país y cree que le ha ganado la batalla, sin percatarse de que está peleando en un lodazal. Como casi nadie, tampoco él está libre de culpa, por el contrario tiene algo grave que ocultar en un cortijo, en el que se cree el gallito . Su pecado es tan gordo o más como el que se empeña, de modo intransigente, en denunciar. Pagará muy cara su osadía.
Nadie saldrá indemne en esta lucha, que incluso se llevará por delante el frágil corazón del Presidente. Nadie excepto el malvado, pérfido, cruel y carcamal Senador de Carolina del Norte, que dispone de todas las armas posibles para doblegar al contrario, aunque para ello deba disfrazarse del más manso de todos los corderos. Algo funciona mal en la psique de todos los senadores, dominados por el terror a ser considerados débiles, deshonestos, frágiles, poco patriotas, etc., sin percatarse de que el patrón moral lo diseña un viejo pervertido y cruel.
La conclusión es muy triste, aunque todos queden más o menos satisfechos. ¿ Qué han conseguido ? Apartar de la política al mejor de todos ellos con el argumentos de que cuando era joven coqueteó con el marxismo. El daño colateral será la ofrenda del joven Senador Brighman, atrapado por sus cantos de sirena e incapaz de ser flexible con un buen hombre. Es penoso ver su desazón cuando precisa que los demás le resuelvan con la abdicación de sus principios, lo que él es incapaz de solucionar, entre otras razones, por sus fuertes prejuicios. Todos han perdido lo poco que les quedaba de inocencia en el camino.
Pero Preminger no cuestiona la praxis política, en el sentido excelso de la palabra, (guerra preventiva o negociación internacional, que es la materia propia de la cartera que debe ocupar Leffingwell), sino la más asquerosa lucha por el poder de unos hombres que se enfrentan en las instituciones, pero pastelean en los pasillos, juegan juntos a las cartas, se relacionan socialmente y compiten por un puesto en el organigrama del estado. No se atiende tanto a las alternativas políticas como a la naturaleza del ser humano, proclive al beneficio personal; Brigham podía haber resuelto sus problemas, si para él hubiera sido más importante su vida y la de su familia que un puesto en la sociedad, aunque esté presto a hundir a los demás. Leffingwell estaba a expensas de los caprichos de los demás. Ni uno ni otro salen airosos. sólo el viejo y desaprensivo zorro.
En una
entrevista del año 1966 Preminger
comentaba al respecto: “Yo
creo que la parte interesante de la historia consiste en mostrar como
funciona el Gobierno Norteamericano. En la película hay una crítica
muy dura a nuestro sistema de gobierno, y el hecho de tener libertad
para hacer eso es fenomenal. Parece mentira que el gobierno
permitiese hacer una película como esa, este film demostró que, con
todas las quejas que se escuchan, este país es el único país
libre, el único en el que hay libertad de expresión”.Curiosas
afirmaciones estas y más viniendo de un europeo que una y otra vez
había espoleado con sus películas a la sociedad americana y a su
establishment (http://ciclos-decine.blogspot.com.es/2012/01/tempestad-sobre-washington.html)
En algo tiene razón Otto Preminger y quienes se acercan a este film con interés explicativo: es un film sobre la política como generalmente se entiende en la opinión publicada y su subsidiria, la opinión pública, que presentan las diferentes alternativas como una única verdad incuestionable, dependiendo de la categoría de los hombres, su honradez y capacidad que la balanza se incline en un sentido u otro. Pero esta visión es una quimera, que obnubila a uno de los dos protagonistas en torno a los cuales gira toda la historia y se aglutinan los personajes de un relato coral, en el que se distingue entre el partido de la mayoría y el de la minoría, y no entre los dos que constituyen el sistema bipartidista norteamericano: republicanos y demócratas, progresistas y conservadores. Se habla del Senador Utah, de Carolina del Norte, de Michigan...
Pero la gran cuestión que se omite no es en absoluto neutra o insignificante. La historia se localiza en plena guerra fría, en el auge del macarthismo y la Caza de Brujas que inició el célebre senador republicano y que azotó al pensamiento americano en todas sus manifestaciones intelectuales, llegando incluso a afectar a los partidos políticos; los demócratas tenían muchas más posibilidades de incluir en sus filas, por su carácter progresista, a congresistas y senadores que habían coqueteado de jóvenes con el ideario de Carlos Marx. El terror implantado por el Comité de Actividades Antiamericanas acabó menoscabando la integridad moral e intelectual de los americanos, sustituyendo los principios éticos por otros, de tipo burocrático, que acabaron generando una verdadera ideología de la integridad personal, en la que importaba más el cómo que el qué, porque el segundo se daba por supuesto que era perverso.
El Senador por Carolina del Norte, Seabright Cooley, (Sir Charles Laughton), comienza una cacería despiadada de Robert A. Leffingwell (Henry Fonda), que sólo puede conducir al éxito, porque parte del hecho de que era comunista, que esto era pernicioso para la sociedad y que no podía ocupar el puesto de Secretario de Estado para el que había sido designado por el Presidente de Estados Unidos. En el fondo estaba operando el hecho de que proponía una política exterior basada en la negociación y que excluía la guerra preventiva, lo que para los viejos carcamales americanos suponía agachar la cabeza y arrastrarse por el suelo, y ante esto cualquier táctica o estratagema era positiva porque redundaba en beneficio del país.
Creada una comisión de investigación, cuyo significado y funcionamiento cualquier ciudadano de un país occidental comprende, el Presidente de la citada comisión, animado por una soberbia juvenil implacable, se enfrenta incluso al propio Presidente de su país y cree que le ha ganado la batalla, sin percatarse de que está peleando en un lodazal. Como casi nadie, tampoco él está libre de culpa, por el contrario tiene algo grave que ocultar en un cortijo, en el que se cree el gallito . Su pecado es tan gordo o más como el que se empeña, de modo intransigente, en denunciar. Pagará muy cara su osadía.
Nadie saldrá indemne en esta lucha, que incluso se llevará por delante el frágil corazón del Presidente. Nadie excepto el malvado, pérfido, cruel y carcamal Senador de Carolina del Norte, que dispone de todas las armas posibles para doblegar al contrario, aunque para ello deba disfrazarse del más manso de todos los corderos. Algo funciona mal en la psique de todos los senadores, dominados por el terror a ser considerados débiles, deshonestos, frágiles, poco patriotas, etc., sin percatarse de que el patrón moral lo diseña un viejo pervertido y cruel.
La conclusión es muy triste, aunque todos queden más o menos satisfechos. ¿ Qué han conseguido ? Apartar de la política al mejor de todos ellos con el argumentos de que cuando era joven coqueteó con el marxismo. El daño colateral será la ofrenda del joven Senador Brighman, atrapado por sus cantos de sirena e incapaz de ser flexible con un buen hombre. Es penoso ver su desazón cuando precisa que los demás le resuelvan con la abdicación de sus principios, lo que él es incapaz de solucionar, entre otras razones, por sus fuertes prejuicios. Todos han perdido lo poco que les quedaba de inocencia en el camino.
Pero Preminger no cuestiona la praxis política, en el sentido excelso de la palabra, (guerra preventiva o negociación internacional, que es la materia propia de la cartera que debe ocupar Leffingwell), sino la más asquerosa lucha por el poder de unos hombres que se enfrentan en las instituciones, pero pastelean en los pasillos, juegan juntos a las cartas, se relacionan socialmente y compiten por un puesto en el organigrama del estado. No se atiende tanto a las alternativas políticas como a la naturaleza del ser humano, proclive al beneficio personal; Brigham podía haber resuelto sus problemas, si para él hubiera sido más importante su vida y la de su familia que un puesto en la sociedad, aunque esté presto a hundir a los demás. Leffingwell estaba a expensas de los caprichos de los demás. Ni uno ni otro salen airosos. sólo el viejo y desaprensivo zorro.
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