Senderos de gloria.Stanley Kubrick
_________________________________________________________________________________________________________
Ficha técnica:
Título original: Paths of Glory
País: Estados Unidos
Año: 1957
Duración: 84 minutos
Dirección: Stanley Kubrick
Guión: Stanley Kubrick, Calder Willingham y Jim Thompson, basadoen la novela "Pathsof Glory"de HumprhreyCobb
Dirección de Fotografía: George Krause; cámara Hannes Staudinger. Blanco y negro.
Música: Gerald Fried
Edición: Eva Kroll
Efectos especiales: Erwin Lange
Director artístico: Ludwig Reiber
Diseño de Vestuario: Ilse Dubois
Maquillaje: Arthur Schramm
Productor: James B. Harris
Metro Goldwin Mayer, United Artists, Bryna Productions
______________________________________________________________________________________________________________
Intérpretes:
Kirk Douglas: Coronel Dax
Ralph Meeker : Cabo Paris
Adolphe Menjou: General Broulard
George Macready: General Mireau
Wayne Morris: Teniente Rogel
Richard Anderson: Mayor Saint-Auben
Joseph Turkel: Soldado Arnau
Susanne Christian: chica alemana
Jerry Hausner: propietario del café
Peter Capell: Coronel Juez del Consejo de Guerra,
Emile Meyer: Padre Dupree
Bert Freed: Sargento Boulanger
Kem Dibbs: Cabo Lejeune
Timothy Carey: Soldado Ferol
Fred Bell: soldado de la trinchera
John Stein: Capitán Rousseau
Harold Benedict: Capitán Nichols
________________________________________________________________________________________________________________
Sinopsis:
A salvo en su pintoresco castillo de la retaguardia, el general francés Staff da una orden al coronel Dax (Kirk Douglas), tomar Ant Hill (La Colina de las Hormigas) a toda costa. Una misión suicida, condenada al fracaso más estrepitoso. Para cubrir su error garrafal, los generales ordenan el arresto de tres soldados inocentes, acusándoles de cobardía y amotinamiento. Dax. un abogado en la vida civil decide defenderlos, pero pronto se da cuenta de que a menos de que pueda probar que a quien se debe acusar es a los generales sólo un milagro podrá salvar a sus clientes del pelotón de fusilamiento.
__________________________________________________________________________________________________________________
Comentario:
La posesión más preciada del hombre es su propia vida y el temor a perderla es un sentimiento universal. El estallido de una guerra conlleva la supresión de los derechos civiles y otorga a unos cuantos hombres el imperium, es decir la facultad de disponer de la vida de los demás, obligados a obedecer sin alternativa posible: o pierden la vida en la contienda o la pierden por negarse a obedecer y combatir. Este hecho hace que los militares que asumen este gran poder deben asumir también una gran responsabilidad y no tienen legitimidad para derrochar algo que no les pertenece. Kubrick se alinea en este film, profundamente antimilitarista, junto a otros muchos realizadores norteamericanos que han denunciado los excesos de los jerarcas respecto a sus subordinados y la incapacidad de gravísimas consecuencias; hemos revisado en este blog la obra de Brian de Palma (Redacted, 2007), Richard Attenborough (Un puente lejano, 1977), Robert Aldrich (Ataque, 1956), Katleen Bigelow..., que han saltado a la gran pantalla tan pronto como ha terminado una guerra y se han conocido los abusos que ha padecido la tropa, a lo largo del siglo XX y XXI, en las duras y crueles contiendas que se han producido en suelo europeo y se han extendido a otras latitudes, especialmente el oriente medio y lejano.
Stanley Kubrick se retrotrae a la Primera Guerra Mundial, cuando la construcción de trincheras estabilizó los frentes y ganar un objetivo cualquiera se convertía en una auténtica sangría. El General Mireau decide tomar una colina, previendo que en la ofensiva van a morir todos o casi todos los hombres bajo el mando del Coronel Max, contemplando a esos hombres que sobreviven en pésimas condiciones, sufren, piensan en sus familias, son heridos y mueren, como unos soldados de plomo que mueve a su gusto en el tablero y a los que no le importa sacrificar con tal de colgarse una medalla en recuerdo de una misión tan importante. Cuantos más soldados mueran más significativo es su éxito. Pero tropieza con una dificultad: los hombres no salen de sus trincheras ante la suerte que han sufrido los primeros que lo han intentado, lo que desata las iras del general, que ordena primero disparar fuego de artillería contra sus propias lineas, orden que no obedecen sus subordinados, y después diezmar a las tropas, como hacían los generales romanos cuando acusaban a sus hombres de cobardía. Se tiene que conformar con tes chivos expiatorios, para saciar su insatisfacción.
Tras un simulacro de juicio sumarísimo, son ejecutados, uno de ellos malherido y atado a su parihuela para poder mantenerse en pie, ya que todos los miembros que constituyen el consejo de guerra tiene la prueba de su cobardía en sus manos: si hubieran sido valientes estarían muertos en las trincheras o alrededor de ellas; el coronel Dax se autoinculpa, pero aceptar su testimonio sería establecer un peligroso precedente para la oficialidad. Estos jefes militares están convencidos de que para mantener la disciplina hay que fusilar de vez en cuando, y se sienten satisfechos tras un acto solemne que les ha parecido espléndido, en el que los ajusticiados han muerto maravillosamente. Uno de ellos inconsciente.
Pero el general que tanto valora su vida, su brillo en sociedad, el glamour de una disciplina que le proporciona la admiración de una clase hipócrita que prefiere mirar hacia otra parte y ponerse de perfil ante estos crímenes de guerra, también debe rendir cuentas con la sociedad que lo ha colocado en un lugar de tanta responsabilidad, cuando sus subordinados deciden denunciar la orden de disparar contra su propio ejército, algo que, haciendo gala de una inmensa cobardía, se atreve a negar. Kubrick intenta remover las conciencias de su público, promover su animadversión ante la injusticia y sacarlo de una actitud pasiva, cuando lo hace caminar, sustituyendo su mirada por la de la cámara, por las trincheras repletas de soldados asustados, o aproximarse lentamente, sin poder desviar la vista, hacia los tres postes en los que van a ser atados los sentenciados para, a continuación, ser fusilados; uno de estos hombres nos devuelve su mirada acusadora, cuando no quiere irse de este mundo con los ojos tapados por un pañuelo, sino mirar por última vez al ser humano que injustamente lo condena.
Cuando el coronel Dax, un militar idealista que salva el honor de muchos de sus camaradas oficiales, abandona las salas palaciegas en las que residen los altos mandos y donde celebran sus fiestas de sociedad, se acerca a una cantina; una puerta se abre para que el público observe a la soldadesca cantando y bebiendo, aparentemente ajena a la tragedia que acaban de presenciar, pero una joven alemana, una prisionera de guerra asustada, les canta una canción obligada, que les recuerda a su familias, sus madres, sus mujeres y sus hijos, y estos hombres rudos no pueden evitar que por sus mejillas se deslicen las mismas lágrimas que inundan las de la muchacha. Al fin y al cabo están allí obligados y, cuando sucede algo parecido a lo que narra Kubrick, la defensa de su patria, es decir de sus familias, su casa y sus escasas pertenencias pasa a segundo plano y se ven defendiendo los galones de un general y dando su vida por unas cuantas cruces que adornarán su pechera. Terrible denuncia la del director de 'La naranja mecánica', un realizador duro y muy controvertido que, en este caso, ha realizado una obra maestra, en la que ha convertido a los espectadores en observadores privilegiados de la desgracia de los hombres que se han visto involucrados en guerras que desata la avaricia.
Comentario:
La posesión más preciada del hombre es su propia vida y el temor a perderla es un sentimiento universal. El estallido de una guerra conlleva la supresión de los derechos civiles y otorga a unos cuantos hombres el imperium, es decir la facultad de disponer de la vida de los demás, obligados a obedecer sin alternativa posible: o pierden la vida en la contienda o la pierden por negarse a obedecer y combatir. Este hecho hace que los militares que asumen este gran poder deben asumir también una gran responsabilidad y no tienen legitimidad para derrochar algo que no les pertenece. Kubrick se alinea en este film, profundamente antimilitarista, junto a otros muchos realizadores norteamericanos que han denunciado los excesos de los jerarcas respecto a sus subordinados y la incapacidad de gravísimas consecuencias; hemos revisado en este blog la obra de Brian de Palma (Redacted, 2007), Richard Attenborough (Un puente lejano, 1977), Robert Aldrich (Ataque, 1956), Katleen Bigelow..., que han saltado a la gran pantalla tan pronto como ha terminado una guerra y se han conocido los abusos que ha padecido la tropa, a lo largo del siglo XX y XXI, en las duras y crueles contiendas que se han producido en suelo europeo y se han extendido a otras latitudes, especialmente el oriente medio y lejano.
Stanley Kubrick se retrotrae a la Primera Guerra Mundial, cuando la construcción de trincheras estabilizó los frentes y ganar un objetivo cualquiera se convertía en una auténtica sangría. El General Mireau decide tomar una colina, previendo que en la ofensiva van a morir todos o casi todos los hombres bajo el mando del Coronel Max, contemplando a esos hombres que sobreviven en pésimas condiciones, sufren, piensan en sus familias, son heridos y mueren, como unos soldados de plomo que mueve a su gusto en el tablero y a los que no le importa sacrificar con tal de colgarse una medalla en recuerdo de una misión tan importante. Cuantos más soldados mueran más significativo es su éxito. Pero tropieza con una dificultad: los hombres no salen de sus trincheras ante la suerte que han sufrido los primeros que lo han intentado, lo que desata las iras del general, que ordena primero disparar fuego de artillería contra sus propias lineas, orden que no obedecen sus subordinados, y después diezmar a las tropas, como hacían los generales romanos cuando acusaban a sus hombres de cobardía. Se tiene que conformar con tes chivos expiatorios, para saciar su insatisfacción.
Tras un simulacro de juicio sumarísimo, son ejecutados, uno de ellos malherido y atado a su parihuela para poder mantenerse en pie, ya que todos los miembros que constituyen el consejo de guerra tiene la prueba de su cobardía en sus manos: si hubieran sido valientes estarían muertos en las trincheras o alrededor de ellas; el coronel Dax se autoinculpa, pero aceptar su testimonio sería establecer un peligroso precedente para la oficialidad. Estos jefes militares están convencidos de que para mantener la disciplina hay que fusilar de vez en cuando, y se sienten satisfechos tras un acto solemne que les ha parecido espléndido, en el que los ajusticiados han muerto maravillosamente. Uno de ellos inconsciente.
Pero el general que tanto valora su vida, su brillo en sociedad, el glamour de una disciplina que le proporciona la admiración de una clase hipócrita que prefiere mirar hacia otra parte y ponerse de perfil ante estos crímenes de guerra, también debe rendir cuentas con la sociedad que lo ha colocado en un lugar de tanta responsabilidad, cuando sus subordinados deciden denunciar la orden de disparar contra su propio ejército, algo que, haciendo gala de una inmensa cobardía, se atreve a negar. Kubrick intenta remover las conciencias de su público, promover su animadversión ante la injusticia y sacarlo de una actitud pasiva, cuando lo hace caminar, sustituyendo su mirada por la de la cámara, por las trincheras repletas de soldados asustados, o aproximarse lentamente, sin poder desviar la vista, hacia los tres postes en los que van a ser atados los sentenciados para, a continuación, ser fusilados; uno de estos hombres nos devuelve su mirada acusadora, cuando no quiere irse de este mundo con los ojos tapados por un pañuelo, sino mirar por última vez al ser humano que injustamente lo condena.
Cuando el coronel Dax, un militar idealista que salva el honor de muchos de sus camaradas oficiales, abandona las salas palaciegas en las que residen los altos mandos y donde celebran sus fiestas de sociedad, se acerca a una cantina; una puerta se abre para que el público observe a la soldadesca cantando y bebiendo, aparentemente ajena a la tragedia que acaban de presenciar, pero una joven alemana, una prisionera de guerra asustada, les canta una canción obligada, que les recuerda a su familias, sus madres, sus mujeres y sus hijos, y estos hombres rudos no pueden evitar que por sus mejillas se deslicen las mismas lágrimas que inundan las de la muchacha. Al fin y al cabo están allí obligados y, cuando sucede algo parecido a lo que narra Kubrick, la defensa de su patria, es decir de sus familias, su casa y sus escasas pertenencias pasa a segundo plano y se ven defendiendo los galones de un general y dando su vida por unas cuantas cruces que adornarán su pechera. Terrible denuncia la del director de 'La naranja mecánica', un realizador duro y muy controvertido que, en este caso, ha realizado una obra maestra, en la que ha convertido a los espectadores en observadores privilegiados de la desgracia de los hombres que se han visto involucrados en guerras que desata la avaricia.
Comentarios
Publicar un comentario
¡Deja tu comentario aquí!