La ladrona de libros. Brian Percival. Comentario



Brian Percival, el cineasta británico,  pone el foco de su cámara sobre el pueblo alemán, como víctima, no como el verdugo que daba cobertura a los nazis, la Gestapo o las SS; lanza una mirada a las pequeñas comunidades, que sufrieron el nazismo y tuvieron que soportar que les fueran amputando uno a uno sus miembros, como se cortan cuando se sufre una gangrena. Así era como el nacionalsocialismo contemplaba la divergencia, la multiconfesionalidad, la diferencia racial  o cualquier otra manifestación del ser humano que llevara marcado el concepto que la identificaba con el signo de lo plural y el sello de la humanidad. La mayor heroicidad de muchos de sus miembros fue simplemente sentirse y actuar como seres humanos.

La ladrona de libros es le epopeya  de las masas alemanas empobrecidas, inmersas en lo cotidiano, que acogían niños a cuyos padres se había hecho desaparecer para siempre, a cambio de una subvención que les permitiera hacer tres comidas al día, y que se enternecían, en las peores circunstancias escuchando el mayor homenaje que se ha hecho jamas a un río: el popular vals de Richard Strauss 'El Danubio azul' (An der shönen blauen Donau). La sociedad enflaquecida por la pérdida de judíos, comunistas, librepensadores, filósofos... se veía todavía más mermada con el reclutamiento de viejos y niños, obligados previamente a arrojar a la hoguera sus libros y a ver cómo se destruían sus comercios en noches como la de 'los cristales rotos'.

El ritual brillante y grandilocuente, las banderas rojas con la esvástica en el centro, los uniformes de los colegiales, los coros, la  quema de libros en las plazas, son elementos de una puesta en escena orientada a hacer mella en las mentes y los corazones de los más jóvenes que se sentían arrastrados emocionalmente por los nazis hasta que comprendían que precisamente oponerse a esta parafernalia les había costado la vida a sus padres y se iba a cobrar muchas más víctimas. Mientras en la superficie todo es rutinario, los niños juegan y los vecinos desarrollan sus tareas cotidianas, en el interior de los hogares, en sus sótanos, algunas familias ocultan al que huye y es perseguido, como el judío Max, que tuvo que optar entre su vida y la de su madre; pero en estos lugares también se aprende a leer, entre otros a H.G.Wells, un izquierdista convencido, hijo de una clase media empobrecida, quien, tras sufrir un accidente, pasó su convalecencia recluido en su habitación leyendo los libros procedentes de  la biblioteca local que le llevaba su padre. Liesel no disponía de estos recursos, por lo que tomaba prestados los volúmenes que leía de la biblioteca del alcalde, cuya esposa, una pobre mujer que había perdido a su hijo en la guerra, era la primera víctima de la intransigencia  de su marido.

El film recibe una clara influencia, no de George Orwell, un autor muy oscuro ideológicamente, sino de su contrincante Herbert George Wells, (discípulo de Aldous Hxley),  y de su novela de ciencia ficción 'La máquina del tiempo' en la que imagina un futuro distópico, mucho más cercano de lo que podía esperar, en el que una sociedad en la plenitud de su desarrollo se va transformando en un mundo en decadencia habitado en su superficie por unos seres hedonistas (los Eloi), que ignoran la escritura y la inteligencia, y carecen de  fuerza física y  viven con un inmenso miedo al subsuelo y a la oscuridad, universos en los que dominan unas siniestras criaturas, los Morlock, otra rama de la especie humana que se ha habituado a vivir en las tinieblas y sale de noche para alimentarse de los Eloi que captura. Así es como los nacionalsocialistas imaginaban a los intelectuales de toda guisa, cuya obra debía ser erradicada de la faz de la Tierra para poder dormir en paz. Y esto es lo que ocurre en la película de Percival: brutalidad, ignorancia, sumisión y miedo en la superficie; libertad de pensamiento, cultura, diversidad, tolerancia y solidaridad en el subsuelo. La ladrona lleva los libros desde la lujosa residencia del nazi a la cálida estancia en el sótano, que Liesel, Hans, Rosa y Max han convertido en un diccionario, una casa reluciente con ventanas pintadas en sus muros, en las que luce el sol y  una reproducción del espacio exterior en el que se juega con muñecos de nieve; cada día la niña le da el parte meteorológico al judío enfermo, que ha perdido a su madre.

No existe conexión con Ana Frank, sencillamente porque la niña-protagonista no se esconde, va al colegio, lleva uniforme nazi y, ya desencantada, igual que su joven su amigo Rudy pueden gritar a viva voz al río que odian a Hitler, porque ha hecho desaparecer a su madre y a la de Max, y se ha llevado a la guerra al padre del niño, que no quiere morir tan joven.Una de las secuencias más poética y emotiva es aquella en la que, mientras los alemanes acuden al refugio antiaéreo para protegerse de las bombas aliadas, el judío sale a la calle y les grita su libertad a las estrellas, porque ya no puede tener más  miedo que el que lo ha consumido; mantener su reclusión no sirve de nada y pone en riesgo a la familia solidaria que lo ha acogido.

 El aspecto que encaja peor en este esquema es la presencia de la Muerte como narradora, haciendo spoiler mientras transitan por la pantalla los títulos de crédito y desciende en picado atravesando los negros nubarrones que avanzan por Alemania; la mujer de la guadaña, ahora convertida en un hombre con bastón y bomín se ha llevado a su hermano, muerto de inanición y a su madre, muerta quien sabe cómo, pero cuando llega la hora anunciada de su gran festín queda absolutamente desaprovechada, a pesar de las imágenes más inquietantes y dolorosas del film,  que  en ciertas ocasiones hemos visto en los documentales. Hans (Geoffrey Russ) y Liesel  (Sophie Nélisse) se enfrentarán a los soldados hitlerianos y les plantarán cara en nombre de la humanidad, consiguiendo a cambio una importante ración de miedo extra.

En definitiva, Markus Zusak y Brian Percival  saldan una cuenta con el pasado, tan necesaria como las denuncias contra los crímenes del nacionalsocialismo y en pro de sus víctimas, ahora a favor del pueblo alemán que padeció como cualquier otro país europeo, o quizás más, los abusos, las persecuciones y los asesinatos del totalitarismo, al estar en primera línea de combate y  mientras muchos líderes occidentales coqueteaban con la idea de la no intervención. Cuando Alemania invade Polonia, los padres de Liesel y Max ya han sido liquidados, mientras la niña, que no había ido a la escuela, aprende a leer en el libro de los sepultureros. El film se merece este respeto


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