Las mejores intenciones. Bille August




Ficha técnica:


Título original: Den godan viljan
País: Suecia/Alemania/Gran Bretaña
Año: 1992
Duración: 181 minutos

Dirección: Bille August
Guión: Ingmar Bergman
Dirección de Fotografía: Jörgen Persson, f.s.f.
Música: Stefan Nilsson
Montaje: Janus Billeskov Jansen
Dirección artística: Anna Klang
Escenografía: Anna Asp

Diseño de Vestuario: Ann Mari Antilla
Maquillajey peluquería: Kjell Gustavsson,  Catherine Ström

Productor: Ingrid Dahlberg
Compañías. Productoras: Zweites Deutsches Fernsehens (ZDF), Danmarks Radio (DR), Radiotelevisióne Italiana, SVT  Drama, Channel Four Films,  Sveriges Televisión; distribuidora: Alfa Films



Intérpretes:


Samuel Fröler: Henrik Bergman
Pernilla August: Anna Bergman
Max Von Sydow: Johan Aakerblom
Ghita Nørby: Karin Aakerblom
Björn Kjellman: Ernest Aakerblom
Börje Ahlstedt: Car Aakerblom
Michael Segerstrom: Gustav Aakerblom
Lena Endre: Frida Strandberg


Sinopsis:


Una bella historia de amor entre un joven estudiante de teología y una chica de clase alta que vencen la resistencia de la rígida organización de clases sociales de Suecia. Está basada en una novela que escribió Ingmar Bergman sobre el nacimiento y desarrollo de la relación sentimental entre sus padres, eligiendo él mismo a Bille August para adaptarla al cine.



Comentario:


El bergamiano Bille August lleva al cine la vida amorosa de los padres de Ingmar Bergman, por encargo y decisión personal del propio cineasta sueco, que adapta, como guionista, su propia novela "Las mejores intenciones" a la expresión cinematográfica en la que fue uno de los grandes maestros europeos, junto a Tarkovsky, Herzog o Buñuel, por citar sólo a algunos de nuestros mejores cineastas de aquel momento. El danés respeta el espíritu del texto y nos transmite una obra circunspecta y sobria, tratada con una gama cromática con olor a cuadro viejo, en el que inserta unos personajes que se debaten en cuestiones filosóficas antiguas sobre la existencia de un dios todopoderoso que impone una vida de austeridad a sus pastores, que contraponen al hedonismo culpable de una burguesía, surgida de la revolución industrial,  que se nutre de la explotación de una también incipiente clase trabajadora que realiza sus primeras movilizaciones y prepara sus primeros mítines en la pequeña iglesia que regenta Henrik Bergman (Samuel Fröler); una pequeña construcción, discreta y sin muros, cuya sustitución por amplias cristaleras reduce la sensación de claustrofobia de un templo insignificante, si lo comparamos con los grandes monumentos católicos, desprovisto de ornamento e imágenes,  destinado a una comunidad reducida.

Han pasado más de veinte años desde que Bille August llevara esta historia íntima a la pantalla, un relato que seguía la tradición del cineasta nórdico en un momento en el que la educación estaba mayoritariamente en manos de religiosos y los escasos estudiantes universitarios convertían  la fe, la existencia de un dios o la muerte en el centro de sus disputas existenciales, en las que la duda provocaba enormes escándalos. En este contexto, la película de August fue recibida como una obra maestra  y un film fuera de tiempo y de modas (Ruíz de Villalobos, Imágenes de Actualidad). Quienes entonces escribían esto no podían imaginar como iba a ser recibida en la actualidad una obra mucho más ligera y poética del mismo realizador danés, "Tren de noche a Lisboa", tratada de folletín,  de chatarra vieja o conferencia histórica. Hoy a pocos les interesa un debate sobre la existencia de Dios, la explotación del hombre por el hombre, o la poesía en torno a la propia existencia del ser humano; llegados al fin de la historia, como pronosticaba Fukuyama, a lo sumo, las masas y las viejas élites, se interesan por la existencia de la maldad absoluta, sin profundizar demasiado en un debate muy peligroso que nadie sabe dónde nos puede llevar, al faltar un demiurgo, un hacedor, que es responsable de todo y que al final nos puede incluso perdonar por muy perversos que hayamos sido. Owen, el protagonista de Let me in (Matt Reeves, 2010), que vive con una madre muy religiosa, llama una noche a su padre y lo deja profundamente preocupado al preguntarle si la maldad absoluta existe; este remake  de la película de Tomas Alfredson, adaptación de la novela de John Ajvide, "Latt den rätte komma in ", ( 2008 ), ha perdido casi todo el significado del film original, cualquier justificación que lo ataba a la tierra, a medida que se iba impregnando de las características del género y el materialismo de la sociedad de consumo, generadora de las mayores burbujas económicas.

'Las mejores intenciones' plantea la contradicción, presente en Fanny y Alexander (1982), entre el hedonismo y el savoir vivre de la burguesía y la severidad y sobriedad de las costumbres de los pastores protestantes, cuya austeridad contrasta con el brillo y el color de la curia vaticana y unos papas que visten de Prada. Henrik Bergman tuvo que ceder y casarse, primero, con todo boato en el célebre templo de Upsala,y, después,  abandonar a su pobres y modestos feligreses y trasladarse a la corte de la reina de Suecia, para no perder el amor de su mujer y sus hijos, uno de los cuales fue el gran cineasta Ingmar Bergman. Pero se equivocó quien pensaba que su cine estaba fuera de todo tiempo y moda; correspondía a una mentalidad determinada, propia de un tiempo en que la fe arraigaba en muchos corazones, pero que hoy es objeto de esas conferencias de historia y filosofía de las que se acusa de realizar a Bille August  en su último film. Esta recriminación de ciertos sectores críticos ha sido eficaz y ha apartado a amplios sectores de público de "Tren de noche a Lisboa" dirigiéndoles a comedias ligeras y de entretenimiento, que se digieren mejor en tiempos de crisis. Muchas de ellas con un subtexto gastronómico; al menos se distraen los estómagos con la imaginación.


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