Queimada. Gillo Pontecorvo.






La historia, decía Marx, se da primero como drama y luego como farsa. El problema es que ahora nadie sabe en qué momento estamos de los dos, y por lo tanto conviene repasar la historia. Jorge Agustín Nicolás Ruíz de Santayana escribió en la puerta del bloque número 4 del campo de Auschwitz, que todavía pueden leer los visitantes, en polaco y en inglés, el lema tan repetido que ha dejado de tener significado, pero que ahora lo va recobrando a pasos agigantados:






  • Kto nie pamięta historii, skazany jest na jej ponowne przeżycie. 
  • The one who does not remember history is bound to live through it again
Un lema que advierte de que:  "Quien olvida la historia está condenado a repetirla".Los ilustrados de este país conocen la historia de la Revolución Francesa, pero muchos ciudadanos no han tenido la oportunidad de acceder al conocimiento de los hechos y las circunstancias en que se produjo una revolución, precedida por otros hitos de importancia que advertían de que algo se estaba empezando a mover, como la rebelión (no vamos a entrar en la discusión académica de si sólo se puede hablar de revolución a partir de la Rev.Francesa, y aplicamos la terminología de Hobbsbawm) de los puritanos en Inglaterra en el siglo XVI, que defendían la universalización de la educación, aunque sólo fuera para poder leer la Biblia;  la ejecución del rey inglés Carlos I, decapitado por el hacha del verdugo, o la Independencia de los Estados Unidos, (1775-1783 en que se firma el Tratado de París),  cuyos líderes se rigieron por los ideales racionalistas y de la Enciclopedia en Francia.

Si viene a cuento fijarnos en 'Los años terribles" de la Revolución Francesa de 1789, que comenzaron con la ejecución en la guillotina de Luis XVI y terminaron con la ejecución de la misma manera de Robespierre, al que,  primero, llamaron el 'Incorruptible', y al final lo liquidaron por la tiranía que ejerció entre los suyos. Se han hecho películas sobre este tema, como "Historia de una revolución",, (1989), dividida en dos partes: Los años luminosos, a cargo de Robert Enrico y Los años terribles, a cuyo frente se puso a Richard T. Heffron, La clase burguesa utilizó en su ascenso a los 'sans-culottes', llamados así porque llevaban pantalones y no las clásicas medias de los nobles, (que hoy no usa nadie, excepto cuando se disfraza de torero o de hombre aristócrata del pasado), los desposeídos de la tierra,  los que no tenían la propiedad de los medios de producción, ni siquiera un martillo o un trozo de tela para realizar la 'obra maestra' y ascender en el gremio, en una carrera que comenzaba con el oficio de aprendiz, seguía con el de oficial y concluía en el de maestro, que muy pocos alcanzaban. Desde entonces hasta ahora no hemos avanzado tanto como creemos, y, aunque la presencia de los hijos de los trabajadores es mayoritaria en la universidad, una buena parte ha buscado el desclasamiento desde el origen, desde la elección del centro de educación primaria y secundaria, privado-concertado para que sus hijos no se mezclaran con los emigrantes y los que ellos consideraban todavía más pobres. Recordemos la frase de un líder español cuando hace alusión a un grupo de estudiantes en la Universidad, refiriéndose a ellos como  ' lúmpenes, gentuza de clase baja, o'chorizos' cuando quiere rectificar'. Ahora llega el cambio de era, en el que el mundo está a punto de sufrir cambios similares a los de la primera revolución industrial, que hace recaer el sufrimiento en todas las clases sociales y especialmente en las  más bajas y menos formadas, y se quiere prescindir de todo aquel que ha tenido alguna responsabilidad, por mínima que sea, en la empresa pública o privada, lo que nos obliga a volver la mirada a películas como las de Gillo Pontecorvo, que le procuró enemigos profundos, en su momento,  por la claridad de su exposición.

Queimada narra la historia de una isla caribeña, cuyo nombre, Queimada, deriva de los frecuentes incendios que provocaban los colonialistas, a mediados del siglo XIX, un paraíso fiscal que el hombre había convertido en un infierno. Los esclavos de las vastas plantaciones de caña de azúcar portuguesa estaban a punto de convertir su miserable sino en rebelión...Y los británicos están dispuestos a echarles una mano. Para ello envían al agente William Walker (Marlos Brando) con una pérfida triple misión: provocar la revuelta de los esclavos, poner el mercado de caña de azúcar en manos de los ingleses y devolver a los esclavos a su servidumbre.

¿Cómo logra hacer todo ésto? Poniendo, tras el triunfo de los rebeldes, a su líder negro, José Dolores, un hombre sin conocimientos de política, economía, tecnología... al frente del poder, siempre vigilado de cerca por los poderes fácticos, carencias que pronto lo convertirán en un monigote de los de siempre, esos burgueses a los que el hombre sirve desde 1789. El último 10 de diciembre, cuando comentamos este film, decíamos lo siguiente:

"Ninguno de los términos que se utilizan en la sinopsis, caballero/canalla, revolucionario/colonialista, en esta obra maestra de Gillo Pontecorvo, son contradictorios, aunque así parece que lo ha considerado quien ha elaborado esta parte de la ficha del film. Pero no lo son, y queda magistralmente plasmado en la reunión que mantiene Walker (Marlon Brando) con las fuerzas vivas de la isla, en las que dirigiéndose a los caballeros feudales portugueses, al defender las bondades de la revolución burguesa, una de cuyas exigencias es la liberación de los esclavos para convertirlos en obreros que trabajen en las fábricas y compren las manufacturas que éstas producen, pone un ejemplo que ellos puedan entender: las esposas son muy costosas, hay que mantenerlas, incluso cuando son improductivas, no pueden tener hijos y no sirven para el amor, y si se mueren hay que pagarles un entierro; son mucho más económicas y satisfactorias las prostitutas, a las que sólo se les paga las horas que trabajan.

El agente inglés utiliza a José Dolores para hacer su revolución, imponer la libertad de comercio en la isla y apoderarse del monopolio de la producción de azúcar; para ello es necesario que este territorio se independice de la potencia colonizadora, Portugal. Pero Walker no lucha por la emancipación de la clase obrera, sino por otro tipo de sometimiento, similar al que propone al promover la 'libertad' de las esposas. Sin embargo el rebelde se cree la misión liberadora de su pueblo, en el que hasta los niños de tres años levantan sus bracitos cuando oyen la orden de parar, ayudan a sus madres a dar sepultura a sus maridos, y carecen de todo, incluso de la indumentaria más elemental para tapar sus pequeños cuerpecitos y proteger sus pies. Una vergüenza para la humanidad, una denuncia tan severa que muchos espectadores que confundieron en su momento al actor y al personaje, algo de lo que advierte Ortega y Gasset (El espectador), de convicciones muy conservadoras, jamás han perdonado a Marlon Brando. Además de su protagonismo en 'El último tango en París'.

A pesar de su perversidad y la ausencia de escrúpulos con la que cumple la función para la que ha sido destacado en la isla, que supone casi el exterminio de la población negra, y de las presiones que ejerce sobre Dolores para que acepte el perdón que se le ofrece y que intentan evitar que el héroe se convierta en mártir y el mártir en mito, aprecia al compañero con el que comparte unos ideales, aunque cada uno de ellos se encuentra en un estadio diferente de un proceso utópico que lucha por la igualdad de todos los hombres. El inglés lucha por el asentamiento de la clase burguesa, que ya se ha producido sin posibilidad de vuelta atrás, por mucho que aún queden media docena de reyes, de monarquías parlamentarias, sometidas a la soberanía del pueblo; el momento de los José Dolores del mundo, que se juegan la vida por la igualdad de todos los hombres, todavía no ha llegado, aunque según el líder antillano, más tarde o más temprano se impondrá la auténtica civilización, en la que nadie será sometido por nadie. Palabras que pronuncia mientras es conducido a la horca.

Lo que ambos ignoran es que el tiempo de Walker también se ha acabado. Gillo Pontecorvo tiene la capacidad de trasladar conceptos abstractos e ideas complejas a imágenes, y con el apoyo del recurso a las palabras de apenas unos cuantos minutos, hace un film que todo el mundo comprende, con independencia de su formación, y cuya vigencia se mantiene a pesar de haber transcurrido más de cuarenta años desde que se estrenó esta cinta, en la que fue llamada la 'década prodigiosa', que se extendió entre los años 60 y 70 e influyó en la juventud de todo el orbe, por parte de los creadores de música, cine y bellas artes en general."

Esto escribíamos a finales del año 2013, cuando nadie conocía hacia donde iban a evolucionar los acontecimientos. Y uno se pregunta: ¿Que pasó en esta isla maldita después de la muerte de Walker y Dolores? Hay poca información;  aunque hoy es un nido de serpientes venenosas,-se dice que hay una por metro cuadrado-, hubo un tiempo en que se hizo un cultivo de rozas, caracterizado por la tala de árboles, esparciendo sus ramas, y la posterior quema de parcelas, que se iban a nutrir de las cenizas de los productor que ofrece la naturaleza;  Pontecorvo sitúa en estas tierras quemadas el cultivo portugués de caña de azúcar, y la lucha entre los poderosos, utilizando a los indígenas como 'tontos útiles' a su servicio, que, por no tener, no tenían ni un hombre armado que los salvara de las garras de los codiciosos. Otro negro mató a Walker, un hombre más avanzado que los que dejó vivos y sembraron el suelo de culebras. Las soluciones, advierte Pontecorvo, no son fáciles, y la única estrategia efectiva pasa por la formación a las clases más desfavorecidas y prepararlas para poder dirigir un país; lo malo es que no disponen de los recursos necesarios para ello y algunos hijos de trabajadores se corrompen, cuando llegan al poder, e incluso antes cuando buscan atajos, mientras un porcentaje mucho más amplio se desclasa y sólo se rebela si le quitas los medios de subsistencia. Algo que ya está pasando. Las clases dirigentes siguen estando integradas por licenciados universitarios, ya sean hombres o mujeres, aunque no en la medida suficiente para hacer una revolución. El famoso Lula Da Silva fue un sindicalista del sector metalúrgico, pero siempre se rodeo de gente experta en todos los campos, incluido el político.

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