Pride. Comentario





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Comentario.


Queremos el pan y también las rosas.

Pride (Orgullo), el film de Matthews Warchus representa un homenaje al movimiento de las obreras estadounidense que, en 1912, coreaban este lema:  ¡Queremos pan pero también rosas! Estas mujeres vivían en un contexto vital sumamente opresivo pero se atrevieron a soñar un mundo donde la belleza, la alegría, el gozo y el placer fueran posibles. Su lucha por una justicia mayor evoca las luchas históricas por la liberación de las personas más pobres.(www.alboan.org). El lema está basado en un poema de James Oppenheim, que concluye con un grito reivindicativo: "Nuestras vidas no serán explotadas desde el nacimiento hasta la muerte / Los corazones padecen hambre, al igual que los cuerpos /  ¡pan y rosas, pan y rosas! ".

Y es que el director británico he hecho una radiografía, no sólo del nacimiento del movimiento de Gays y Lesbianas en Defensa de los Mineros, en 1985, sino que conecta con un sentimiento muy extendido de la falta de humanidad de las medidas sociales y laborales que imponen los neocom en la actualidad, que, en la historia de Stephen Beresford, que ha conseguido el aplauso del público (literal) incide precisamente en lo que diferencia al hombre de los animales, en el sentimiento de grupo, en la comprensión del compañero, ese apelativo que repetía tanto Gatsby, el personaje de F.Scott Fitzgerald, y que denotaba sus orígenes humildes, en la belleza que supone compartir casa, cama, mesa, fraternidad (lema burgués que los burgueses han olvidado), que, independientemente del resultado de la lucha, disfrutan de un beneficio inmediato: la sensación de no sentirse solos y aislados, incapaces de comunicarse y de derribar las barreras que levantan los prejuicios y que responden a una multitud de sentimientos de amor negativo, como el que manifiesta Maureen (Lisa Palfrey), una mujer puritana e intransigente, que amarga la vida de sus hijos y de los que se atreven a vivir a su alrededor (algún espectador, pocos, desde luego, se ha sentido identificado con ella y ha abandonado el cine). Al fín hasta uno de sus hijos huye de este infierno y opta por la vida.

Algunos de los representantes de los mineros en lucha, como Sian (jessica Gunning), tras vivir esta experiencia y aconsejada por un miembro del movimiento de gays y lesbianas no se conforma con volver a su vida de rutina anterior, se inscribe en la Universidad, se licencia y llega a ser representantes del pueblo en el Parlamento Británico. Dai, (Paddy Considine: En América, 2003; This is England, 2006; El ultimatum de Bourne, 2007...), cabeza visible del movimiento obrero del pequeño pueblo del Sur de Gales  y Hefina (Imelda Staunton), son dos personajes que representan, mejor que ninguno, el espíritu de todo lo que hemos perdido desde 1968: la solidaridad, la hermandad de todos los que están acorralados por la vida, que el representante de los mineros, Day, hace explícito la primera vez que aparece ante el movimiento gay para agradecerle su ayuda, al afirmar que cuando el hombre se enfrenta a un enemigo tan fuerte y poderoso como el gobierno de la Thatcher, cualquier ayuda, cualquier mano amiga que se ofrezca a estrechar la suya ( símbolo que lleva impreso el estandarte del pequeño pueblo de Gales de nombre impronunciable), siempre será bienvenida.

La relación de ambos movimientos acerca a los hombres de una y otra lucha reivindicativa y aumenta su conciencia respecto a las carencias y debilidades de ambas en relación con  los ataques que sufren por igual a manos de la sociedad puritana y conservadora. Todo eso lo hemos perdido, y es muy difícil que quien no lo ha vivido lo pueda comprender, especialmente en una sociedad como la actual, competitiva, en la que se progresa, en cualquier ámbito (social, personal, familiar),  hundiendo a los demás: en el  que no se buscan los puentes ni las manos tendidas, sino el puñetazo en la espalda, y en la que, en definitiva, el hombre, cuando sufre cualquier contratiempo, se encuentra solo y sin ningún apoyo que le ayude a superar el bache.

Matthew Warchus no sólo capta la esencia del pueblo británico, ya sea inglés o galés, con esas grúas que se elevan hasta un punto  que permite una panorámica a vista de pájaro que nos muestra uno de los pequeños pueblos galeses al anochecer, cuando la poca gente que todavía deambula por las calles, se retira a su casa, en un momento en que, gracias a unos cuantos londinenses que deciden unir su destino al de unos mineros que extraen el carbón de las entrañas de la Tierra, y recaudar fondos para ayudarlos a sostener una huelga que, desde el principio, estaba destinada al fracaso, reina en la localidad un espíritu de colaboración y amistad; los mineros les devolverán el esfuerzo. El protagonista de esta historia, Mark (Ben Schnetzer) y el siempre magnífico Bill Nighy, interpretando a un viejo gay que no sale del armario hasta que tanto la gente de bien de su pueblo como el grupo reivindicativo de Londres le demuestran que los  que se resisten a aceptar la vida tal como es no son tantos como parecen, sino que gritan más que el resto.

Hay a quien le duele llorar y cree que un film que crea situaciones que favorecen la lágrima fácil pertenece a un género menor; este podría haber sido el caso, pero la calidad humana, la magnitud de la empatía y solidaridad entre los hombres, simbolizada por esas manos que se estrechan y que adornan el estandarte centenario del pueblo galés, es tan grande que merece la pena ser contada. Un film recomendable para todos los públicos y, en especial para aquellos que a causa de su corta edad desconocen lo que es un mundo solidario, de verdad y en el que todos los que luchan sienten el orgullo de hacerlo. Day, no obstante, advierte al joven Mark de que no dedique toda su vida a la lucha, que deje un espacio a su vida personal y privada.

Los británicos tienen una larga tradición en este tipo de cine social, que no duda en dejar al descubierto sus miserias, (Ken Loach, Stephen Frears, Mike Leigh...), el sórdido mundo que convive con el sombrero de hongo y el bastón y que amplió sus fronteras con el gobierno de la 'Dama de Hierro', hija de un tendero. A ello Warchus añade homenajes al cine inglés y americano de otros tiempos, como los Monty Phyton y su sentido del humor, o a films estrafalarios como Tpo Secret, suavizando la bizarría de las imágenes, como la de la mujer de avanzada edad que acude a coger un teléfono, atravesando una amplia estancia, que evoca aquella de Top Secret (Jim Abrahams, David y Jerry Zucker, 1989), en la que una anciana debía impedir el ajusticiamiento del protagonista, caminando a paso de tortuga, apoyada en su bastón.





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