La familia Bélier. Comentario






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Ficha técnica (Pincha aquí).

Título original: La Famille Bélier.
País: Francia.
Año: 2014.
Duración: 100 minutos.

Dirección: Éric Lartigau.
Guión: basado en una idea original de Victoria Bedos; escrito por Victoria Bedos y Stanislas Carré de Malberg; adaptada por Éric Lartigau y Thomas Bidegain.
Casting: Agathe Hassenforder.
Dirección de Fotografía: Romain Winding.
Música: Evgueni y Sacha Galperine.
Edición: Jennifer Augé.
Dirección artística: Olivier Radot.
Sonido: Cyril Moisson, Fred Demolder, Dominique Gaboreau 

Diseño de Vestuario: Anne Schotte.

Productores: Éric Jehelmann y Philippe Rousselet; Stéphanie Bermann para Mars Films
Director de producción: Jean Jacques Albert.
Compañías. Una coproducción Jerico Mars Films-France Cinema 2-Cinema Quarante 12 Films, Vendome Productions, Nexus Factory, Umedia en asociación con Ufuno y la participación de Canal +, Cine +, France Télévisions, MG, D8, con la ayuda de Manon 4 y la ayuda de Tax Shelter del Gobierno Federal de Bélgica y de Investisseurs Tax Shelters.

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 Intérpretes: 

Karin Viard : Gigi Bélier, 
François Damiens : Rodolphe Bélier, 
Eric Elmosnino : Fabien Thomasson, 
Louane Emera : Paula Bélier, 
Roxane Durán: Mathilde, 
Ilian Bergala: Gabriel Chevignon, 
Luca Belger: Quentin Bélier.


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Sinopsis: 

Dentro de la familia Bélier, todo el mundo es sordo, excepto la joven Paula (Louane Emera), de 16 años. Ella es una intérprete indispensable para que sus padres desarrollen su vida de forma normal, incluyendo las labores dentro de la granja familiar. Siempre ha sido el vínculo entre los suyos y el mundo exterior, pero Paula tiene una voz excepcional que podría convertirla en una gran cantante, eso sí, a costa de sus responsabilidades familiares.


Género: Comedia, Feel Good Movie.

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Comentario:

Éric Lartigau vuelve a la gran pantalla con un film intimista, pequeño, pero agradable, tras una serie de películas mediocres que han pasado desapercibidas tanto en Europa como en Estados Unidos, y lo hace con una cinta que se incorpora con facilidad en el subgénero de comedia que recibe el nombre de feel good movie, que se está extendiendo en esta época de crisis entre sectores de una burguesía conservadora que no quiere sentirse involucrada en los graves problemas que afectan a la sociedad, y que se apartan de los afectados por la miseria y el desempleo a los que ven como fantasmas que deambulan por las calles contagiando el mal fario a los demás, el  bad spells entre los ingleses, un sentimiento del que habla a su público Christian Petzold en Phoenix, utilizando una sintaxis gruesa, la de los supervivientes que volvían de los campos de concentración nazis, con cicatrices, números tatuados en sus brazos, cuerpos esqueléticos y rostros destrozados que esquivaban sus conciudadanos como si los traumas fueran contagiosos ¿Qué busca el espectador de una feel good movie? Según Fernando López, crítico del diario 'La Nación' de Argentina, "los aspectos más amables de la realidad y sus costados más luminosos, que transmiten mensajes positivos y esperanzadores, sobre todo si en sus historias hay quien es capaz de enfrentar con fortaleza de ánimo y confianza indeclinable todos los obstáculos que le ha presentado la vida,  y superarlos." Aunque reconoce que en este caso estos criterios han sido aplicados con mesura.

Éric Lartigau vuelve su mirada al campo como un locus amoenus, un lugar agradable  en el que los hombres conviven con unos animales más limpios que ellos, cuyas cuadras huelen a pachuli; la familia Bélier se desplaza de unas ocupaciones a otras sin mostrar apenas esfuerzo, con la alegría inundando su rostro; unos interiores coloristas con las mesas repletas de frutos del campo, quesos franceses, brie y camembert, vinos y zumos, sillas de colores pastel, botas Martens en las adolescentes, institutos bien dotados, y todo lo que el hombre necesita para convivir en equilibrio con la naturaleza a la que se dirige con todas las comodidades de la civilización: coches, bicicletas, móviles, ordenadores... El matrimonio Bélier es tan ideal como el de la película de Frank Oz, 'Las mujeres perfectas' (2004); Gigi Bélier, la madre, es una mujer atractiva, sordomuda, como su marido y su hijo, lo que justifica su gesticulación exagerada que busca la hilaridad del público. Mantiene una relación perfecta con su marido, un socialista francés admirador de Holande, lo que lo coloca en una posición de socialdemocracia pragmática que busca el bienestar de sus conciudadanos. Y es aquí donde Lartigau construye una metáfora política y social que retrata fielmente las convulsiones políticas que Europa está padeciendo, donde los mítines se convierten en asambleas ciudadanas en las que cada uno busca que se le solucione su problema concreto, como por ejemplo que le llegue el adsl a su casa, algo que desanima al más predispuestos a sacrificarse por los demás. Éric  Bélier entiende que una cosa es trabajar por los derechos civiles de los hombres y luchar por los más desprotegidos, entre los que se encuentra su propia familia, que son víctimas de la sordera que les impide hablar articulando sonidos con la boca, y otra gobernar una ciudad o un país.

Mas 'La familia Bélier' planteará otros problemas, como el abandono del nido por parte de los hijos, que no huyen de casa, una jaula entrañable en la que ya no pueden seguir cantando, sino que salen volando en busca de su destino. En el camino que recorre Paula desde el abrazo con su familia, que la acaricia, le seca las lágrimas, huele su pelo, llora su marcha, hasta el coche que la llevará a su  nuevo destino en Paris, su rostro irá pasando de la tristeza más absoluta a la alegría del que respira la libertad y sueña con un futuro prometedor. El choque generacional se expresa mediante el hecho de que la adolescente, la única que oye en el seno de una familia de sordomudos, esté dotada para el canto. La madre se lo reprocha y añade que lo único que le falta para separarse por completo de ellos es que odie la leche y el queso, una nota irónica en un tránsito siempre triste que supone el fin de una etapa de la vida para los hijos, pero también para los padres.

Éric Lartigau logra un film íntimo y agradable y, si bien en la última secuencia hace llorar abundantemente a su público, equilibra las sensaciones y las emociones de tal manera que logra que la historia discurra sin grandes altibajos y sin que la sonrisa desaparezca de los rostros de unos espectadores que buscan precisamente eso, que se les haga pasar un buen rato, y que se huya del nihilismo y del cinismo del cine actual, más acorde con los tiempos duros que nos ha tocado vivir, que contemplan estas películas complacientes como una traición social. Pero entre esta visión idílica de la vida y los que predicen un futuro distópico,  Brad Bird establece en Tomorrowland un debate a dos voces, la de una joven adolescente muy optimista y un joven de cincuenta años desanimado por los datos que le ofrece la información que escupen las pantallas que emiten noticias, en torno a los parámetros que podrían alterar su destino y se esfuerzan por hacer entender al público "el sesgo que imponen la cultura y la propia mirada a las derivas de los individuos y colectivos y su esperanza en que la sociedad estadounidense pueda refundarse de acuerdo con una tradición tecnológica que ha tenido siempre tanto de apasionada como de pragmática."  Esa es la diferencia entre mirar al pasado con nostalgia o al futuro con esperanza, una forma distinta de ver las cosas que puede condicionarnos de nuevo en la transición a la era tecnológica.




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