Incendies. Comentario.




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Comentario.

Monotonía  cromática que extiende el color inhóspito de la sequía al conjunto del  paisaje, los caminos, las vías que apenas se diferencian de las calles polvorientas de las 'ciudades', los  edificios , interrumpida solo por la destrucción,  el 'hilo de la ira' que Nawal  Marwan está dispuesta a romper con el comprometido propósito de ilustrar a sus propios hijos y a la sociedad del infierno en el que residen, en el que impera la ira, el rencor que anida en los corazones de los hombres, enfrentados por su religión, la nación de origen, la huida de las guerras, que los divide en refugiados, cristianos, o musulmanes, motivo suficiente para su exterminio, incluidos los niños. Las primeras imágenes en las que unos hombres malcarados rapan las cabezas de unos niños de una escuela cristiana, contemplados por las cámaras, que se detienen ante uno de ellos de tan solo 6 años, Nihad, que desempeñará un papel importante en la tragedia que se va a representar en las pantallas, debiera hacer sentir vergüenza a toda la humanidad.

La historia está  estructurada como un gran bucle, un racconto que, una vez finalizado, vuelve a su origen, títulando cada uno de los 10 capítulos en los que se divide el cuerpo central con nombres y lugares de especial significación, con grandes letreros de impactante color rojo que evocan la estética de  Henry Vernueil, (El Clan de los Sicilianos, 1969), de los que hizo uso previamente Sergio Leone en su 'Trilogía del dolar', y a las que es muy aficionado Quentin Tarantino. El testamento de Nawal, en el que lega sus propiedades a sus hijos gemelos, Simon Marwan y Jeanne Marwan, cuyos nombres debieran ser un indicio de que la vida de la madre había sido extraordinaria y que su última condición no tenía nada de superficial impone una condición a sus hijos, dos hermanos gemelos:  deben buscar a un padre y a un hijo, su progenitor y su hermano, que siguen vivos y están en alguna parte. Esta es la razón por la que ambos inician un viaje hacia atrás en el tiempo y recorriendo a la inversa, en busca de su propia memoria histórica, el  itinerario que realizó su propia madre hasta llegar al punto de partida, el origen del drama y realizar un descubrimiento terrible. La última imagen no prueba que la estrategia materna haya roto el hilo de la ira, ya que en ningún momento se muestra juntos a los hijos y al padre. Si no sirve para reconciliar a la familia, si puede cumplir la misión de que todo el mundo haga un esfuerzo por entender los conflictos que incendian la zona de Gaza, Israel, Palestina o Libano.

Pocas veces se da una coincidencia tan grande entre la austeridad y la economía de las imágenes, el discurso visual racional, expeditivo, la fuerza de la prudencia, el temor, el miedo  que emanan de los rostros contenidos de Lubna Azabal, Maxim Gaudette o Mélissa Désormeaux-Poulin, con la gravedad de los hechos que se están narrando. Hay algo en lo que tiene especial cuidado el realizador canadiense, además de la magnífica edición: el no dar alguna pista, por pequeña que sea, al espectador, sobre el lugar en el que se encuentra; los rótulos que pueden traducirse en algún indicio para los conocedores de los conflictos de la zona, nos dirigen al Norte, al Sur, a un cárcel, Kfar Ryat, una Universidad, Daresh, a unos pequeños pueblos, pero no hablan jamás de las guerras concretas en que se vieron involucrados los protagonistas de esta tragedia clásica, que marcó la vida de Nihad desde su nacimiento hasta el terrible descubrimiento de su realidad. El monstruo fue primero un niño al que se trató monstruosamente. No hacía falta una causa concreta, bastaba con pertenecer a un pueblo y practicar su religión, ya fuera cristiana o musulmana y huir de las guerras. Mas en la búsqueda de un refugio en un lugar en el que son considerados extranjeros, entienden que están expuestos a su propio exterminio, no sólo por la intolerancia religiosa, sino por los odios raciales.



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