Mi gran boda griega 2. Comentario.











Comentario:

Si  comparamos esta película con la anterior podremos comprobar que se podría decir casi lo mismo de una que de la otra, con independencia de que, cualquiera que vaya al cine y no a un pase de prensa, podrá comprobar que hay una parte del público que disfruta con una feel good movie como ésta, que no le plantea ningún problema, ni le produce ningún dolor de cabeza y que repite tópicos muy del agrado de la población, constituyéndose en auténtico cine de evasión barata, sin llegar a afirmar, como hacen otros, que sus protagonistas son los gemelos de los reality show.  Cuando el 20 de septiembre de 2014 hablamos de la primera película, decíamos que en la corta filmografía de su artífice, el realizador estadounidense, Joel Zwick,  dedicado especialmente a las series televisivas, hizo una película muy taquillera para la gran pantalla, "Mi gran boda griega", que trataba el hecho diferencial de un modo claramente maniqueo, al elegir como protagonistas a una familia extensa griega, cuya hija, muy poco atractiva enamoraba a un joven profesor de universidad estadounidense muy atractivo. Ian, el marido, no sólo tenía sólo dos primos, que se presentaban en la boda, ni sus necesarios progenitores, sino que parece que su única familia estaba constituida por su padre y su madre. En resumen, de la familia de él apenas se sabe nada, una situación que apenas se modifica en la secuela, en la que por un gazapo burocrático que se produjo en el pasado, la boda a la que asistimos ahora es a la de los padres de Tula.

Continuando con la tradición de la saga,  en los primeros momentos salen a relucir que se espera de una mujer griega, esta vez expresado por el abuelo: las buenas chicas griegas deben casarse con un griego. Se producen los mismos chascarrillos en torno a la comida, las mismas bromas, ahora a cargo de las vecinas  y de la mousse-caca. En el trato de la diferencia Kirk  Jones como  Joel Zwick inclinan la balanza a favor de los griegos norteamericanos de clase media, ( es imposible saber cómo viven los griegos de la clase trabajadora), en cuya historia entra tangencialmente un norteamericano de ascendencia inglesa, es decir de los que ellos llaman blancos, aunque sean del mismo color que los griegos. El padre de Ian, interpreta el gag más humillante con la famosa corona de flores de una funeraria para adornar la boda griega; ambos vuelven a pasar por donde la familia griega quiere, en una ceremonia tan folclórica que resulta excesivamente típica y etnológica, en la que las mujeres escupen a la novia cuando accede al altar, bailan danzas helenas en las que entrelazan sus manos, aunque la abuela en esta ocasión abandona el 'uniforme negro' de anciana ancestral de su tierra natal; la música, como no podía ser de otra forma es del mismo modo etnocéntrica, interpretada con instrumentos típico griegos y todos se divierten de lo lindo.

Salvo la pareja que contrae matrimonio y las circunstancias que rodean un matrimonio de una edad tan dispar con la de la anterior película, apenas existe diferencia entre un film y el otro, con la introducción de alguna novedad, tratada de forma muy ligera y sin profundizar, como el hecho de que uno de los sucesores de Alejandro Magno resultara ser homosexual, como su célebre antepasado. No debo negar que el público reía a gusto (¿?) y que incluso ha habido algún conato de aplauso. Gags fáciles, nada difíciles de interpretar, exhibición explícita de mal gusto ( limusina rosa, pastel de boda multicolor, smoking de  una orquesta con solapas y letreros bordados en oro, borracheras, chistes 'verdes'...) favorecen una risa fácil para un público que no quiere complicaciones.



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