La red social. Algunas reflexiones sobre la apuesta de David Fincher, siete años después.







NO HACES muchos AMIGOS SIN CREARTE 

más de un ENEMIGO


Ficha técnica, sinopsis, premios, críticas y comentario, cartel y trailer (Pinchad aquí)



Cuando Google está a punto de  realizar algunos cambios en su diseño, algo que no siempre favorece al usuario, no estaría de más revisar nuestros sentimientos, plasmados en un post de hace casi siete años, cuando Facebook se imponía con fuerza y Zuckerberg se convertía en uno de los millonarios más jóvenes del mundo, al encabezar el club social  que emblematizaba la nueva sociedad en ciernes. Ha llovido mucho desde entonces y la gente todavía está aprendiendo la falacia que se esconde tras este principio: el propio sistema te ofrece la amistad de amigos de tus amigos, que te aceptan o aceptas con fines poco claros, sin que eso signifique que en realidad entran  o entras en tu club; tu  o su aceptación tan solo aumenta su o tu prestigio y la posibilidad de hacerte publicidad con un sistema nada inocuo. Cuando todavía no habíamos perdido la inocencia (se aprende mientras nuestro cerebro permanezca activo) decíamos: 

"El director advierte, usando el lenguaje fílmico, de que quien vaya a ver en La red social a unos jóvenes ricos, divertidos, triunfadores... anda muy equivocado. El día del estreno, 15 de octubre, la primera sesión había convocado a montones de adolescentes y algunas señoras mayores despistadas que reflejaban en su rostro el sabor amargo que había dejado en ellos la representación de Fincher. Contradiciendo las imágenes que encabezan este post, la película está filmada no ya con luz empobrecida, sino casi en una penumbra constante, que suprime cualquier referencia al cine luminoso y alegre hecho para jóvenes. En la primera secuencia hace el retrato de Zuckerberg, un chico pretencioso, soberbio, clasista y sin escrúpulos, que por el simple hecho de estudiar en Harvard cree que tiene derecho a menospreciar y humillar a su novia que estudia en la Universidad de Boston, menos prestigiosa; ella le llama piadosamente 'gilipoyas', y digo que lo hace piadosamente porque es mucho más que todo eso: es un machista, un hombre sin escrúpulos, sin fronteras morales, que usa las ideas de los demás, los esfuerzos de los demás para enriquecerse personalmente.

Es hábil en el uso del lenguaje informático, pero no conoce las humanidades y aprovecha las habilidades de jóvenes, en un caso aristócratas ingleses, en otro su pobre amigo, al que no duda en saquear para después dejarle en la calle. Estas 'habilidades' le costarán una gran fortuna, que como bien dice la abogada para él supone un poco más que pagar una multa. Su relación comercial y fraternal con Sean Parker, socio de Shaw Fanning en la desaparecida Napster ('siestero', nombre originado por la costumbre de Fanning de hacer la siesta), le atrajo a los 'inversores de riesgo' de Sillicon Valley, y algún que otro disgusto con la policía por el consumo de estupefacientes y la participación de menores en sus fiestas.

El origen de la idea de la 'red social' y que atrajo a tantos miles de adolescentes de todo el mundo, no es la idea original, en cuanto al contenido, que inspiraba, al parecer, a los gemelos Winklevoss; todo surgió la noche en que Zuckerberg rompió con su novia y lleno de rabia escribió un comentario ultrajante y machista contra ella. Como le gustó la idea, aprovechando sus conocimientos sobre programación, entró ilegalmente en ficheros de residencias femeninas de la Universidad y creó un sitio llamado Facemash de contenido altamente misógino, en el que invitaba a los chicos a votar sobre el físico de las muchachas. También comenzó a circular por la red que su 'pobre' socio capitalista, Edward, incitaba al canibalismo a una gallina que le obligaban a llevar siempre con él desaprensivos integrantes de una empresa del medio en la que aspiraba a entrar. Me reservo la opinión.

Sé que hablar de estos temas en un momento en que millones de personas creen que tienen derecho a usar 'gratis' el trabajo de los demás, y en que la red está que arde es peliagudo y no lo voy a hacer. Sólo quiero advertir a los miles de alumnos que llenan nuestras aulas de que detrás de esta simple palabra, Facebook, (muy cuidada publicitariamente) hay empresarios poderosos, con nombres y apellidos, que han superado las ganancias, no de los pobres artistas que pueblan el mundo y que no pueden vivir de su trabajo, sino de la industria del cine y de las discográficas, y que su éxito se basa en la pérdida de la privacidad de todos los que se acercan a estos programas. Ridley Scot en sus últimas películas, (Red de mentiras), también advierte de que la única forma que tienen los pueblos e individuos desempoderados del mundo de mantenerse fuera de control es no usar ni siquiera un móvil.

Más pronto que tarde muchos podrán comprobar lo caro que les resulta volcar sus intimidades en la red social, quedando expuestos a las miradas de parejas despechadas, futuros patronos...Zuckerberg ya pagó su factura en forma de pena multimillonaria, pero no olvidemos algo: él puede. Pero a otros aún les queda el poder suficiente para contraatacar. Hoy le ha tocado el turno a David Fincher, que con su guionista Aaron Borkin ha hecho un film no apto para adolescentes incondicionales y adictos a las redes sociales; Zuckerberg sabe que esta publicidad no le favorece y ha intentado limpiar su imagen. Pero los jóvenes del mundo saben algo más después de ver el film: Facebook es un empresa, tan capitalista o más que muchas otras, cuyos socios mayoritarios tienen nombre, el mayor de los cuales se llama Zuckerberg.

A partir de aquí que aprendan a ser adultos y a tomar sus propias decisiones, pero que sepan que cada vez que hacen clik o doble clik aumenta la cuenta de resultados de este personaje, brillante alumno de Harvard, que desprecia a estudiantes de instituciones menos elitistas y utiliza sus conocimientos, basados en algo antiguo y muy conocido, como es el ansia del ser humano de fisgonear en la vida de los demás, para enriquecerse. Es el mismo principio que anima la televisión/basura. La verdad, he de confesar que la crítica de Carlos F.Heredero sobre La red social me ha decepcionado un poco, y lamento decirlo porque le sigo constantemente. Ha cometido el mismo pecado que atribuye a Fincher: un buen título y una buena conclusión, el resto un poco mareado. Y es que estamos en el centro de una revolución tecnológica que lo va a cambiar todo, eso es indudable, pero que entretanto está produciendo millonarios estrafalarios como Zuckerberg que van a negociar, altaneros, con grandes financieros en pijama y zapatillas; el dinero lo vamos a poner los 500 millones de usuarios.¡ Y luego dicen que el pescado es caro !

En plena guerra entre la red y las industrias cinematográfica y discográfica todo el mundo ha tomado posiciones, pero la verdad es que hay pocos creadores de contenidos que se atreverían a ir, como este niñato de Harvard, a una entrevista con semejante indumentaria. Tampoco lo haría el que fuera a buscar trabajo de albañil, agente comercial, médico o abogado. Tras hacerse una serie de preguntas conducentes a clasificar el film en un género determinado, Heredero concluye afirmando que es un producto fílmico y narrativo de difícil catalogación disfrazado de película clásica. Claro que el personaje es demasiado joven para tener un biografía abultada y si bien es cierto que hay pocos ordenadores, me horrorizo pensando en una película de jóvenes lanzándose mensajes por Facebook. En caso de ponerle alguna etiqueta sería la de la radiografía de un fenómeno social con un rostro determinado.

Como ha sido usual hasta el momento, cuando nos movemos en el terreno del poder de cualquier clase, el protagonista no es un outsider, sino que como afirma Heredero actúa desde el mismo corazón del establishment (Universidad de Harvard primero y Silicon Valley después ). Los que estamos en contacto con adolescentes y tenemos encomendada la misión de educarles les transmitimos siempre este mensaje: mientras no adquieran la suficiente formación siempre estarán bajo la bota de los Zuckerberg del mundo (y de sus insignificantes adlateres, añado ahora). Me parece exagerado hablar de metacinematografía y de la necesidad de unir fragmentos inconexos, puntos de vista contrapuestos, personalidades extremas...Esto es la red. La fragmentación del discurso llevada ad infinitum; el mensaje corto en el que cada cual intenta dar una imagen creada de sí mismo; el triunfo de lo extremo y el frikismo, en el que muchos dan y unos pocos reciben. El tablero en el que todos nos vemos obligados a jugar, el puzzle en el que se entremezcla la innovación y la chabacanería, y en el que es difícil abrirse paso para encontrar un discurso coherente.

La lucha entre la creación y la ortodoxia, el potencial de la innovación y los impulsos destructivos que la acompañan, la batalla por el éxito a cualquier precio, la traición de la amistad y la emoción enfermiza que se esconde bajo la genialidad, son guerras que se producen en el Olimpo de los privilegiados, dotados de una altanera arrogancia upper-class (¿ por qué no decir arrogancia de la clase alta ?). Me parece exagerado la evocación de Rosebud, Ciudadano Kane o la tragedia shakesperiana que supone alcanzar el poder mediático en medio de un devastador poder emocional. En lo que sí estoy de acuerdo es en que refleja el tiempo en que vivimos de manera elegante y compleja. Si el discurso televisivo propició elaborados y sesudos debates sobre la fragmentación del lenguaje audiovisual, a la que se unía la que producía el espectador con un zapeo continuo, el desarrollo de internet y sus redes sociales, Youtube, etc. ha llevado la práctica al paroxismo. Hoy se imponen filmes de 1 a 3 minutos, cuya complejidad discursiva es fácil de imaginar, e incluso en algunas Universidades europeas se exigen este tipo de formatos que obligan a sus alumnos a hacer breves esquemas que reflejen sus potencialidades expresivas.

A mí, como profesora que intenta hacer llegar el mensaje a sus alumnos de que hay que hacer algo productivo, me parece un buen 'biopic' social de lo que está pasando; se hiela la sangre en las venas cuando ves a un personaje arrogante, soberbio,que desprecia a los que no son de los 'suyos', e incluso a estos, que ha acumulado 6.900 millones de excedente del trabajo de los progenitores de jóvenes, bastante preocupados por cierto, que consumen su tiempo lanzándose mensajes breves, contrapuestos, inconexos... y a los que obligamos a venir a clase vestidos con un mínimo de dignidad. Si queremos hablar de metalenguaje cinematográfico, creo que Fincher advierte desde el principio que lo que va a hacer no es un apología triunfalista de un 'genio', que a una corta edad ha sido capaz de hacer el negocio más grandes hasta ahora conocido.

Así será mientras la masa siga adormecida en su dolce far niente. Como ha sido siempre: para que haya un listo ha de haber 500 millones de...(cada cual que ponga el apelativo). No se me escapa que entre esa masa hay muchos intentando meter productos de calidad. Ahí está la labor de los críticos:¡A navegar por la red y descubrir nuevos cerebros desempoderados! Como afirma Umberto Eco la diferencia que hay entre los integrados y los apocalípticos de hoy es que éstos últimos también pagan la red y la cuestionan pero desde dentro. David Fincher ha abierto un buen melón y no nos queda más remedio que entrar a debatir. ¿Son Hollywood y los Festivales de Cine de Venecia, Berlín, Cannes o Sundance un antigualla ? ¿Acabaremos viendo todos un montón de películas de tres minutos en una tarde ? ¿Qué hace Zuckerberg con el dinero que gana ? ¿Está todo el día navegando por la red social ? ¿Va al cine ortodoxo? ¿Va a fiestas y restaurantes 'reales' con sus amigos también 'reales' ? ¿Está inventando nuevos sistemas más rápidos todavía ?"

Si fueron necesarios 4,000 años para que el hombre, que sólo había inventado la rueda en todo este tiempo, ingeniara la máquina de vapor e iniciara la era industrial, acumulando descubrimientos de forma caótica y salvaje, en todas las áreas del conocimiento humano, ahora, en las puertas de la era tecnológica que se lleva por delante la composición social que surgió del maquinismo industrial, cuando la economía colaborativa de coste marginal 0, es decir aquella en la que los jóvenes se incorporan al sistema productivo con 0 beneficios, sobre la que advierte Jeremy Rifkin (1), mientras los que aún mantienen una pequeña parcela de poder (empresarios, taxistas, hoteles, comunicadores, quiosqueros...) se defienden como gatos panza arriba frente a quienes han hecho su acumulación pre-capitalista para entrar holgados en la nueva era, cuyos hijos forman grupos musicales que se llaman 'low cost'  (esta sí que es una curiosa paradoja), vemos con claridad que, cuando la sociedad en su conjunto celebró el nacimiento de la piratería musical impulsada por Napster, no era consciente de que el nuevo sistema iba a alcanzar hasta al camarero de un hotel barato de una playa de masas. Ya están aquí, y nos recuerdan el famoso poema 'Ellos vinieron', que se ha atribuido falsamente a Bertolt Brecht, pero que en realidad fue escrito por el alemán Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller, pastor luterano alemán y antinazi,  (1892-1984), La soiedad comienza a percatarse, salvo que pertenezca a ese 1% de que habla Andy Robinson en 'Un reportero en la montaña mágica', de que, quienes ostentan actualmente en el poder,  no dudan en burlarse de quienes se pelean en el fango por repartirse la miseria. Nos ha costado muy cara la defensa de la piratería a pecho descubierto.

Algunas películas no intentan sustituir el texto histórico, pero son magníficas fuentes para los historiadores, y contribuyen, como testigos vivos insustituibles, a la comprensión de las mentalidades (se intentó construir un nuevo sistema de análisis histórico desde esta perspectiva que, en cierta medida, fracasó y que muchos padecimos) de la época en la que se inscribe el texto cinematográfico, con independencia de la ideología en que se inspira, y que para entender bien un momento histórico hemos de escuchar a los diferentes actores. David Fincher buscó más la crónica que la comprensión de nuevas formas de expresión cinematográficas.



(1) Jeremy Rifkin, (Denver, Colorado), sociólogo, economista, escritor, asesor político y activista norteamericano, que investiga el impacto de los cambios económicos y texnológicos en la economía, la sociedad, la fuerza de trabajo y el medio ambiente. Una de sus obras más importantes en 'El fin del trabajo', un 'bet seller" entre la gente preocupada por un sistema que camina irremediablemente hacia la renta básica universal, ante la desaparición de los empleos convencionales.




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