Cuando una mujer sube una escalera. Mikio Naruse. Crítica.
Ficha técnica, sinopsis, cartel y trailer. (Pinchad aquí)
Crítica.
Con frecuencia nos encontramos con películas de cineastas de otros lares, cuya obra ha tenido serias dificultades para entrar en el mercado occidental, en primer lugar porque son una expresión de una cultura milenaria, más antigua que la nuestra, que comenzó a presentar ciertos cambios, no muy bien entendidos por los críticos puristas de nuestras antípodas, en la era Meijí (1869-1912) , que debe su nombre al emperador que inició la modernización e industrialización, que conllevaba la occidentalización de la sociedad japonesa que acabó convirtiéndose en una potencia que amenazaba a los mismos Estados Unidos, hasta que la avaricia y la especulación demostró que era un ídolo con pies de barro. Mikio Maruse (Tormento, (Miderau, 1964), Nubes flotantes, (Cukigumo, 1955), Huir para encontrar...), es uno de estos cineastas, muy poco conocido en estas latitudes. Quien aporta mayor información lo hace a través de caucus especializados de Universidades Norteamericanas estudiosos del cine japonés, que en demasiadas ocasiones se convierten en un cúmulo de datos eruditos que apenas interesan a un espectador que no va a tener acceso a los filmes que se citan, por lo que abandonan pronto la lectura farragosa, que hace difícil vislumbrar las contradicciones que encierran en su seno estos títulos entre un mundo que se acaba y otro que se abre camino con dificultad. Este dato no es desconocido por el estudioso del folclore de cualquier país del orbe.
Se ha dicho de Mikio Naruse que es un cineasta pesimista, y ahora veremos que es una apreciación que algunos entienden como lógica y yo la veo alejada de la realidad, entre otras cosas, porque la protagonista, Keiko Yashiro (Hideko Takamine), y la mayor de las mujeres, a la que el resto llama mamá (¿equivalente a la madame francesa?), y a las que, en líneas generales, todavía podemos llamar Geishas, se vistan como se vistan, fumen o se carden el pelo, salvo raras excepciones, cuando deciden subir las escaleras, una metáfora que , -sin tener un conocimiento exhaustivo del tema -, nos indica que los bares, nightclubs o como queramos llamarlos, ya que con toda certeza nos vamos a equivocar -, lo hace por decisión propia y consciente del destino que elige: entretener con una conversación culta y fluida, perfumadas con fragancias exóticas, cuidadosamente peinadas y vestidas, a los hombres, concluida su jornada laboral, lo que no siempre implica la prostitución, tal como nos inclina a creer nuestra experiencia cultural de Occidente. Como la Vestal romana, que debía permanecer virgen hasta los 30 años, y tenía atribuciones tan importantes como mantener siempre encendido el fuego de la ciudad, bajo pena de muerte si se apagaba por un descuido, custodiar los testamentos o proteger a las mujeres el día de la Bona Dea, que fue golpeada hasta la muerte por Fauno, en el que se cerraban las puertas del hogar en el que se iba a celebrar la fiesta a los hombres. Cumplidos 30 años, en los que la sociedad entendía que habían perdido la lozanía, podían casarse y abandonar su virginidad. Quien haya visto el film comprenderá rápidamente que esa era la disyuntiva en la que se encontraba la Geisha japonesa, en principio virgen, que 'había decidido subir las escaleras' al cumplir la misma edad: abrir su propio negocio ahora cumpliendo la función de la mamá, o casarse con uno de sus clientes. Naruse utiliza la imagen de Keiko subiendo a un nightclub, como empleada o propietaria, como conector de las diferentes partes del discurso.
Mikiu Maruse se apoyó en Ryûzô Kikushima, que trabajo para el más occidental de los directores japoneses, Akira Kurosawa, en 'Trono de sangre' y 'La fortaleza escondida' que influyó a George Lucas al construir el hilo argumental de 'La Guerra de las Galaxias', un hecho que le hizo ganar el título de traidor de la tradición cultural del país. Hay quien enmarca al cineasta en el género del primer drama doméstico japonés (homu dorama) y otros lo incluyen en el shoshimingeki, que analiza la evolución de las clases populares y el papel de la mujer en el sustento de familias que se habían desmoronado tras la Segunda Guerra Mundial, favoreciendo la expansión entre los hombres de un espíritu de decepción, decaimiento y pereza que les permitía vivir a costa de una mujer. Keiko es una de estas fémina conservadora que no puede evadirse de un contexto que la oprime y que ella contribuye a mantener con un espíritu ancestral que se expresa en ese kimono que la diferencia de sus compañeras que se encuentran en un plano inferior a ella; la mayor de todas, a la que le llega la hora de decidir su futuro.
Hay que entender que en Japón, aún hoy, muchas chicas, aunque su número ha disminuido, que tras acabar la enseñanza secundaria, desean ingresar en la Okiva (llamada "Yakata" en Kyoto) con el objetivo de convertirse en Maiko y aprender a bailar, tocar el Shamisen, el tambor y otros instrumentos, la ceremonia del té, y el baile de la escuela de Inoue, pasaban a un estadio superior. Cuando las chicas entran en la Okiya, la dueña, la Okaasan, les adjudicaba las tareas y les enseñaba etiqueta y saber estar. A las gheisas y las maikos senior, (tambián había geishas masculinos), las recién llegadas tenían que llamarla Oneesan (hermana mayor). Cuando la Maiko ha recibido la instrucción necesaria cambia el color del cuello de su kimono, que pasa de rojo a blanco, convirtiéndose por fin en Geisha; una de estas chicas, con un peinado mucho más complicado, llega al local que gestiona Keyko, acompañando al hombre del que la Geisha está enamorada y dispuesta a dejarlo todo para casarse con él. Cuando las chicas entran en la Okiva voluntariamente firman un contrato de cinco o seis años, llamado Nenki. Si contamos todo esto es para que quede bien claro que no son las familias las que humillan o someten a sus hijas, sino una opción que muchas desean y que no lleva implícito el hecho de la prostitución, aunque algunas de las chicas la practique, lo que redunda en su desprestigio. La consideración de que goza 'Mamá' se pone de manifiesto en la escena del tren, cuando Keiko despide a su amado (en una sola ocasión ha tenido una relación sexual con él, que el realizador evita mostrar en pantalla), acompañado de su mujer e hijos, en la que se palpa cierta tensión, pero en la que nada suena a engaño.
Mikiu Maruse construye su discurso mediante binomios, las dos caras de una misma moneda, que, en cierto sentido responden a un modo de concebir la vida, una forma de ser, una actividad laboral. No parece que la protagonista del film haya decidido hacerse geisha solo con el objetivo de desclasarse, entre otras razones porque la cámara del realizador contempla de forma objetiva el contexto en el que se mueve Keiko, que teme descender y perder su buena situación económica, (su moderno y pequeño apartamento despierta admiración), volviendo a la casa familiar, a la vez que sufre constantes demandas de su hermano, un joven pusilánime y perezoso, que tiene un hijo minusválido a causa de la poliomelitis, que la acosa constantemente pidiéndole dinero. La decisión de la mujer es sólida y así lo demuestra la imagen que cierra el film, en el que se conjugan la tradición y la modernidad, mediante la contraposición de la imagen de las ciudades durante el día y durante la noche, la visualización de la línea que separa al que trabaja de día y al que inicia su jornada por la noche, un espacio generalmente dedicado al ocio. Es muy difícil para un occidental entender la razón por la que en la actualidad hombres de diferente estatus económico y formación cultural acuden cada día a relajarse a uno de estos clubs, en los que disfrutan de charlas amenas con mujeres formadas durante mucho tiempo con este propósito, un hecho que parece no resultar molesto para las esposas. Frente a este resto del pasado, no se muestra el Japón moderno, robotizado, protagonista de la era tecnológica, con el que conviven las viejas tradiciones, algo que puso de relieve Ozu, cuando dejó entrever por las aberturas de su casa con muros de papel y de bambú las grandes chimeneas de las fábricas, mientras los miembros de la familia se arrodillaban para comer. Mikiu Maruse nos hace testigos, dejándonos entrar junto con su cámara en un espacio tan particular aquel en el que se reúnen las Geishas del pasado y del presente, (todas ellas fumadoras), en el que sólo alguna entiende su profesión de una manera similar a como se contempla en Occidente. No obstante, hay que aclarar que el film es de 1969, el año de las grandes revoluciones que, con toda probabilidad tuvieron reflejo en este viejo país, algo que pone de manifiesto la alemana Doris Dörrie en 'Cerezos en flor', en la que menores de edad procuran el placer de hombres de cualquier edad, niñas que no han tenido la formación ni de las Maikos ni mucho menos de las Keikos. El director de 'Cuando una mujer sube una escalera' mira con reverencia sus esencias, el papel de la mujer como madre, como esposa, como reconfortante y provocadora de placer de un hombre, generalmente pudiente,que acude al local en busca de relax físico y espiritual, y no siento que provoque con su mirada una sensación de tristeza o pesimismo, lo que si ocurre cuando vemos al protagonista de Dörrie, rodeado de niñas en una bañera, que no sólo no lo tranquilizan, sino que lo deprimen más aún y no compensan la pérdida de su esposa, una mujer que amaba Japón y su danza tradicional.
Un film que merece la pena ver y que desvela, en su sencillez, que muchas veces son las mujeres las dueñas de su propio destino, aunque otras piensen que éste es humillante. Y en el caso de las Geishas no es la ignorancia la responsable de su situación, ya que se trataba de mujeres con una larga formación intelectual y un adiestramiento en las diferentes artes, empezando por la decoración del propio cuerpo. La Keiko Yashiro es una mujer culta, digna, que decide conservar su libertad a entegársela a un hombre del que no está enamorada. Y cuando descubre esto muestra su mejor sonrisa a su público.
1 Geisha Maiko de Okiya Mura. Okiyamura.blogspot.com
Hay que entender que en Japón, aún hoy, muchas chicas, aunque su número ha disminuido, que tras acabar la enseñanza secundaria, desean ingresar en la Okiva (llamada "Yakata" en Kyoto) con el objetivo de convertirse en Maiko y aprender a bailar, tocar el Shamisen, el tambor y otros instrumentos, la ceremonia del té, y el baile de la escuela de Inoue, pasaban a un estadio superior. Cuando las chicas entran en la Okiya, la dueña, la Okaasan, les adjudicaba las tareas y les enseñaba etiqueta y saber estar. A las gheisas y las maikos senior, (tambián había geishas masculinos), las recién llegadas tenían que llamarla Oneesan (hermana mayor). Cuando la Maiko ha recibido la instrucción necesaria cambia el color del cuello de su kimono, que pasa de rojo a blanco, convirtiéndose por fin en Geisha; una de estas chicas, con un peinado mucho más complicado, llega al local que gestiona Keyko, acompañando al hombre del que la Geisha está enamorada y dispuesta a dejarlo todo para casarse con él. Cuando las chicas entran en la Okiva voluntariamente firman un contrato de cinco o seis años, llamado Nenki. Si contamos todo esto es para que quede bien claro que no son las familias las que humillan o someten a sus hijas, sino una opción que muchas desean y que no lleva implícito el hecho de la prostitución, aunque algunas de las chicas la practique, lo que redunda en su desprestigio. La consideración de que goza 'Mamá' se pone de manifiesto en la escena del tren, cuando Keiko despide a su amado (en una sola ocasión ha tenido una relación sexual con él, que el realizador evita mostrar en pantalla), acompañado de su mujer e hijos, en la que se palpa cierta tensión, pero en la que nada suena a engaño.
Mikiu Maruse construye su discurso mediante binomios, las dos caras de una misma moneda, que, en cierto sentido responden a un modo de concebir la vida, una forma de ser, una actividad laboral. No parece que la protagonista del film haya decidido hacerse geisha solo con el objetivo de desclasarse, entre otras razones porque la cámara del realizador contempla de forma objetiva el contexto en el que se mueve Keiko, que teme descender y perder su buena situación económica, (su moderno y pequeño apartamento despierta admiración), volviendo a la casa familiar, a la vez que sufre constantes demandas de su hermano, un joven pusilánime y perezoso, que tiene un hijo minusválido a causa de la poliomelitis, que la acosa constantemente pidiéndole dinero. La decisión de la mujer es sólida y así lo demuestra la imagen que cierra el film, en el que se conjugan la tradición y la modernidad, mediante la contraposición de la imagen de las ciudades durante el día y durante la noche, la visualización de la línea que separa al que trabaja de día y al que inicia su jornada por la noche, un espacio generalmente dedicado al ocio. Es muy difícil para un occidental entender la razón por la que en la actualidad hombres de diferente estatus económico y formación cultural acuden cada día a relajarse a uno de estos clubs, en los que disfrutan de charlas amenas con mujeres formadas durante mucho tiempo con este propósito, un hecho que parece no resultar molesto para las esposas. Frente a este resto del pasado, no se muestra el Japón moderno, robotizado, protagonista de la era tecnológica, con el que conviven las viejas tradiciones, algo que puso de relieve Ozu, cuando dejó entrever por las aberturas de su casa con muros de papel y de bambú las grandes chimeneas de las fábricas, mientras los miembros de la familia se arrodillaban para comer. Mikiu Maruse nos hace testigos, dejándonos entrar junto con su cámara en un espacio tan particular aquel en el que se reúnen las Geishas del pasado y del presente, (todas ellas fumadoras), en el que sólo alguna entiende su profesión de una manera similar a como se contempla en Occidente. No obstante, hay que aclarar que el film es de 1969, el año de las grandes revoluciones que, con toda probabilidad tuvieron reflejo en este viejo país, algo que pone de manifiesto la alemana Doris Dörrie en 'Cerezos en flor', en la que menores de edad procuran el placer de hombres de cualquier edad, niñas que no han tenido la formación ni de las Maikos ni mucho menos de las Keikos. El director de 'Cuando una mujer sube una escalera' mira con reverencia sus esencias, el papel de la mujer como madre, como esposa, como reconfortante y provocadora de placer de un hombre, generalmente pudiente,que acude al local en busca de relax físico y espiritual, y no siento que provoque con su mirada una sensación de tristeza o pesimismo, lo que si ocurre cuando vemos al protagonista de Dörrie, rodeado de niñas en una bañera, que no sólo no lo tranquilizan, sino que lo deprimen más aún y no compensan la pérdida de su esposa, una mujer que amaba Japón y su danza tradicional.
Un film que merece la pena ver y que desvela, en su sencillez, que muchas veces son las mujeres las dueñas de su propio destino, aunque otras piensen que éste es humillante. Y en el caso de las Geishas no es la ignorancia la responsable de su situación, ya que se trataba de mujeres con una larga formación intelectual y un adiestramiento en las diferentes artes, empezando por la decoración del propio cuerpo. La Keiko Yashiro es una mujer culta, digna, que decide conservar su libertad a entegársela a un hombre del que no está enamorada. Y cuando descubre esto muestra su mejor sonrisa a su público.
1 Geisha Maiko de Okiya Mura. Okiyamura.blogspot.com
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