El ladrón de bicicletas. Crítica








Vittorio de Sicca no quiere dejarnos en paz con un final feliz, con una solución a lo Capra que lo alejaría de la realidad y enturbiaría su mensaje, en un momento en el que el hombre salía del mayor holocausto que ha conocido la humanidad



Ficha técnica, sinopsis, premios, crítica, fotografías, cartel y trailer. (Pinchad aquí).


Crítica:



Ya está en el mercado este clásico, el primero de la trilogía más importante del neorrealismo italiano que dirigió Vittorio de Sica, constituida por 'El ladrón de bicicletas (1948), Milagro en Milán (1951) y Umberto D (1952).

De Sicca saca sus cámaras a la calle en una  Italia de posguerra y nos lega una crónica en forma de película, que consiguió no sólo los premios y distinciones más importantes del momento y que figuran en un añadido del  film, tras los títulos de crédito, sino el respeto de los mejores cineastas norteamericanos del momento ( John Huston, Satanley Kubrick, King Vidor y otros ), que la consideraron una de las diez mejores películas realizadas hasta ese momento;  hoy nos sigue impresionando.Se puede ver  de forma gratuita y libre en Youtube y nosotros la aconsejamos de forma tan entusiasta como la de los realizadores citados, y, especialmente, a los hijos de Adán, que creen que toda forma de protesta comienza con ellos, precisamente porque desconocen la historia.

En su particular 'road movie'  por la ciudad de Roma, Vittorio De Sicca llega a la más demoledora y desoladora de las conclusiones, el leitmotiv de su discurso a lo largo de la película: no se puede ser pobre y honrado. Vittorio y Bruño, (Chaplin y 'el chico'), quedan atrapados entre una burguesía en cuyo beneficio se han realizado todas las guerras desde 1789,  que ejerce la caridad entre sus damnificados, y la 'corte de los milagros', la masa lumpen que vive del latrocinio y se refugia en las casas de la caridad que regentan las mujeres de las clases distinguidas de la ciudad y sus 'beatos' hijos (en el sentido clásico y tradicional del término, feliz/religioso), con el objetivo de mejorar sus ralos beneficios. Caridad y dignidad se llevan mal desde que el hombre dejó de ser un animal irracional. Bruno es pobre, pero no acepta la beneficencia; es posible que algunos confundan este sentimiento con la soberbia y la altivez.

Bruno, testigo y víctima de la miseria de su familia

En su particular recorrido por las calles, el protagonista y el espectador van a entender muchas cosas, que, por otro lado, comienzan a ser demasiado frecuentes hoy y que entonces  no sólo se producían e la Italia de 1948, sino en la España coetánea pero silenciada: el trabajo infantil, - el propio hijo de Bruno, un niño de siete u ocho años está empleado en una gasolinera para llevar unos mendrugos a casa-, que adopta las formas más variadas: la picaresca, el limosneo con muletas o con acordeón, trabajos sin cualificar...; el desempleo, visible en las colas del paro; la precariedad de los servicios públicos que provocaba enormes colas para acceder a unos autobuses abarrotados; la imposibilidad de los pobres de acceder a la justicia, contada de forma más directa que Orson Welles en 'El Proceso', que les induce a pensar, incluso en la revancha más injusta; la solidaridad de los grupos de la clase más alta y la más baja, que viven, cada una a su manera y en gran medida de la delincuencia;  la proliferación de santones que sustituyen, una forma de picaresca que sustituye a un estado fallido e incapaz de proteger a sus ciudadanos, que circulan en paralelo con los comedores sociales, una forma más de fracaso de la sociedad actual..En suma la cara más fea de la pobreza que azota al hombre que, educado en los valores de la honradez y la justicia, es incapaz de sustraer con éxito los bienes ajenos. Sin fe en las instituciones, acaba inmerso en una desesperanza sin solución

Vittorio de Sicca no quiere dejarnos en paz con un final feliz, con una solución a lo Capra que lo alejaría de la realidad y enturbiaría su mensaje, en un momento en el que el hombre salía del mayor holocausto que ha conocido la humanidad, y que todavía tardaría algunos años en alumbrar el estado del bienestar,que ahora se está desmontando, y en cuyo análisis es muy difícil orientarse ya que todos se consideran padres de lo bueno y ajenos a lo malo. No obstante, por si sirve de algo , un hacendista alemán , Adolf Wagner, predijo el crecimiento del gasto público para organizar la educación pública, los ferrocarriles y los impuestos progresivos. De esto sabemos hoy un poco más: el gran pecado de estos pioneros, keynesianos bienintencionados,  fue el de ver la salud y el bienestar de sus conciudadanos como un 'gasto' (hoy recortable) y no como una inversión en la mejora de las condiciones de vida de quienes van a producir y a consumir; en definitiva a engordar sus cuentas de resultados.  Para Antonio y Bruno no existía alternativa a la miseria. De nuevo, como constatarán todos los cineastas que han militado y militan en el neorrealismo y movimientos similares posteriores como hará años más tarde Marco Tullio Giordana en 'Los cien pasos' (2000), por medio de un pintor, un comunista desengañado,  la pobreza y la desesperación acompañarán al 'eterno perdedor', el hombre incapaz de unirse a los que están en su misma situación en una reivindicación común.

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