Destino de caballero. Crítica






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Ficha técnica, sinopsis, críticas, cartel y trailer (Pinchad aquí)



Pablo Kurt hace un ejercicio curioso: comenta este film, algo que hace muy de tarde en tarde, cada vez que una película le parece que merece su atención, para destruirla aparentemente; "Siglo XIV. Un joven escudero se hace pasar por caballero para poder competir en los torneos medievales. El apuesto australiano Ledger, tras darse a conocer con "The Patriot", siguió con su estela de ídolo de quinceañeras con esta mediocre aventura medieval con dosis de romanticismo que alcanzó un gran éxito de taquilla. Un comienzo prometedor y ciertamente divertido se trunca en su posterior desarrollo por la simpleza de los personajes y el exceso de competiciones. El toque original (puro "cebo" para los adolescentes) lo puso la inclusión de música pop en algunas de las escenas de esta correcta pero desaprovechada cinta "teen".


Mas Brian Helgeland parece tener muy claros sus objetivos y realiza un análisis de todos los actos que realiza el hombre, materia poética para el bardo Geoffrey Chaucer, interpretado por Paul Betanny, en sustitución de las hazañas del héroe trágico, y no sólo convierte a la música pop de Queen, War, David Bpwie o Freddy Mercury, entre otros, que ya comenzaba a ser sustiuida por la que representa a los dos extremos de la jerarquía social, los más humildes (rap, hip-hop, trap...) o la élite del siglo XX, que milita en el indie, dos extremos bien representados por William Thatcher (Heath Ledger), el hijo de un techador ( nombre de familia de la primera ministra británica, Margareth  Thatcher), y  Colfey, el hijo del rey, encarnado por James Purefoy, en los que reside la nobleza e imponen la justicia que los nobles desvirtúan.

El director estadounidense de Rhode Island parece entender que siempre hay y habrá quinceañeros, de los que habla  Kurt despectivamente a los potenciales espectadores, y que unas masas embrutecidas o maleables se concentrarán , ya sea en las justas o torneos medievales, un deporte seguido tanto por nobles como por campesinos, en el que solo competían caballeros, como ahora se reunen y funcionan como grupo en torno al que en la actualidad llaman el deporte rey, el fútbol. Guiado por este principio intenta dotar de fuerza, de músculo a una constante social, creando, mediante la música una atmósfera popera que en 2001 enardecía a las adolescentes, con independencia de que su héroe llevara los cabellos largos o las cabezas rapadas, lo importante era que triunfaran. Un ejercicio que repetirá Sofia Coppola en 2006, cuando colocó unas zapatillas deportivas entre los floridos zapatos de la reina, que bailaba pop por los pasillos, una decisión que no pareció molestar a la misma prensa, y que buscaba poner de relieve que María Antonieta tenía 14 años. En un caso u otro el escore musical tiene la virtud de potenciar el discurso de los respectivos directores en relación con los elementos que permanecen estables a lo largo de la historia, dividida en dos clases sociales, la de los privilegiados y la de los desposeidos, que, acostumbrados a someterse al poder, desprecian a aquel de los suyos que logra desclasarse. Impagable secuencia de la derrota de William y su tormento en la plaza pública.


Los torneos, como los deportes millonarios y las guerras eran dominio de los hombres. Las mujeres eran simples espectadoras pasivas, que sufrían impotentes la derrota e incluso la muerte de sus padres, hermanos, amantes e hijos; William incorpora en su equipo a una herrera más diestra que los hombres del lugar. La música elegida para convertir en atemporal una historia que parece resistirse a este proceso es obra de formaciones musicales también masculinizantes que permiten pensar que estas aparatosas ceremonias estaba orientadas, en parte, para cortejar a las mujeres deseadas. Desde la primera secuencia causa estupor ver a la gente concentrada para asistir al torneo, cantando y bailando al ritmo de 'We Will Rock Yoy' de Queen. La cámara siempre fija su atención a niños, nunca a niñas.


Destino de caballero está concebida como una comedia, para la que se han elegido actores muy adecuados, capaces de hacer reír tan solo con su trabajo y unos diálogos decentes, especialmente Alan Tudik, en el papel, primero de camarada-carretero y después de escudero de William; Paul Betanny, que pierde la ropa con mucha facilidad, interpreta al poeta del grupo y presenta al falso noble en los juegos; junto a ellos,  Mark Addy, representa el papel de Roland, otro plebeyo ayudante de William. El villano reune todas las características del malo de manual,  el Conde Adhemar, interpretado por Rufus Sewell, al que doblegará el hijo del rey, que luchaba por dejar de ser el 'primus inter pares' y al que, noblemente, William lo había dejado marchar sin derrotarlo, para evitar su humillación. Los tres protagonizarán una emocionante set piece que pondrá fin al título, un film entretenido, con buena música, divertidas interpretaciones, y un uso de la edad media para anunciar que 'comienza una nueva época', que va a acabar con muchos privilegios. O eso quieren creer algunos. 


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