Las amistades peligrosas. Crítica.








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Stephen Frears, el director de Mi hermosa lavandería (1985), Alta Fidelidad (2000 ) o The Queen (2006), llevó a cabo este magno proyecto de adaptar para el cine la famosa obra de Choderlos de Laclos, escrita en el género epistolar, que ya había sufrido una primera adaptación dramática por parte de Christopher Hampton, guionista del film. La secuencia previa recuerda al espectador que va a asistir a la representación de una ficción; tras presentar a  la Marquesa de Merteuil, emblematizada en sus estancias, rodeada de los lujos que conlleva su posición, se procede a vestir a los dos protagonistas, mostrando con todo detalle las diferentes prendas que forman parte de su indumentaria, desde la ropa interior hasta el último encaje y perifollo de sus cabellos.

Una vez caracterizados comienza la función, una ficción cuyo objetivo es demostrar que la felicidad y la vanidad son incompatibles. Dos duros contrincantes se retan sin cuartel, compiten por su destreza en manejar la seducción, el amor o la venganza y las huellas que estos sentimientos dejan en sus víctimas, más débiles, como arma arrojadiza para zaherirse e imponerse uno al otro, con el argumento de que no lo pueden evitar, que pronuncia Velmont, inspirado por la retorcida marquesa que cree tenerlo todo bajo control; el amor es finalmente derrotado por la muerte, que actúa como redentora de quien, considerándose perverso y duro, no es más que una criatura en manos de tan perversa mujer.

Lo que ha comenzado como un drama termina como una tragedia y la sociedad hipócrita que vive de las mentiras y los halagos busca su propia redención castigándola a ella; muchas de las mujeres que ahora le silban e insultan en la ópera, han pasado por la cama de Velmont, aún a sabiendas de que ella era su cómplice y su confidente, porque al parecer tampoco lo podían evitar. Terminada la función la mujer se desmaquilla para enfrentarse a la cruda realidad, sola, despreciada y sin su gran compañero de juegos, perdidas todas sus amistades peligrosas.

Frears juega con un esteticismo radical, unos primeros planos embellecedores que intentan cautivar, y de hecho lo consiguen, al espectador, dejando fuera de su foco, empequeñecidas y desdoradas, víctimas de su propia fragilidad a las mujeres jóvenes, bellas pero inseguras, mientras el centro de la escena lo llena la prima dona, altiva y soberbia, seguida de, quien no ignora que no es más que su fiel cachorro. El lujo y el glamour, que tanto epata a amplios sectores de público que quedaron fascinados con las películas del aristócrata Visconti, renace ahora con los elegantes palacios franceses, las inmensas arañas, las pelucas y los miriñaques. El realizador inglés que tan bien captó las dificultades de los emigrantes en Londres, en su magnífica película 'Mi hermosa lavandería', en la que el joven Daniel Day-Lewis interpreta a un duro gay, asciende desde los infiernos hasta los palacios y parece desenvolverse con holgura en ambos mundos. Una obra maestra absoluta, dijo Boyero en su momento, calificación que parece que, transcurridos más de veinte años, tampoco le molesta.

Al final Valmont le entrega a Danceny las cartas que se intercambiaba con la Marquesa de Merteuil, fundamento del libro de Laclos.

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