El árbol de la sangre. Crítica
Ficha técnica, sinopsis, lo que se dice (pinchad aquí)
El mundo del crítico se hace cada vez más pequeño, refugiado en su zona de confort, con escasa o nula presencia en las redes sociales y escribiendo o haciendo películas que a nadie interesan, excepto a su guardia de corps; nada que ver con quienes crecieron y se desarrollaron en torno a Bazin en 'Cahiers du Cinema', que siguieron la máxima de que' si no tienes algo bueno que decir de alguien te callas', na posición a la que se denominó crítica constructiva (por si se ha olvidado). Todos ellos nos legaron obras maestras que enriquecen nuestra videoteca. Las dificultades en que se encuentran se materializan en páginas como Rotten Tomatoes, que muestra cómo cada vez se alejan más del público que les da de comer, y en la supresión del pase de prensa cada vez más frecuente. En noviembre de 2010 escribimos un comentario de 'Ratatouille' de Brad Bird, un film que fue objeto de análisis en el seno de proyectos educativos, ya que respondía a un malestar que viene de largo.Pero hay algo peor que la frecuencia con la que estos 'profesionales' azuzan con su látigo a quienes levantan cabeza: la previsibilidad de sus comentarios. Medem es, por desgracia para él, uno de los suyos, y, aunque no logra un minuto de atención allende las fronteras (el crítico que lleva el cine club en torno al cine español en la multisala Lys afirmó ayer que Steven Spielberg y Kubrick le ofrecieron dirigir 'El Zorro', una bockbuster con todas las de la ley, que acabó asumiendo Martin Campbell), en nuestro suelo patrio ha logrado la unanimidad laudatoria de los críticos.
Aunque algo desconfiados, ocupamos nuestra butaca dispuestos a ver una obra maestra, y la primera frustración nos llega cuando se nos advierte que el director no hará acto de presencia, porque el próximo proyecto absorbe todo su tiempo. Un mal argumento, y que no sólo lo escuchan quienes escriben desde los periódicos nacionales, sino quienes escriben desde lugares más modestos, a los que también debiera prestar atención, porque son muy numerosos y tienen sus seguidores en plataformas más humildes. Ante el trabajo más oscuro del oscuro cineasta encontramos retorcidos argumentos que nos hacen echar de menos la pasión documentalista de la Nouvelle Vague: la posibilidad de afirmar cierta pureza frente a los pecados de los padres y de la historia colectiva (Jordi Costa); triple salto moral sin red y con autocita (Alberto Luchini, 'El Mundo') ; historia, troceada, impregnada de fatalidad y tragedia, llena de rincones ocultos y de extremas revelaciones…(Oti Rodríguez Marchante, diario 'ABC'); un relato que es en realidad un 'concepto de simetrías argumentales, narrativas y tipológicas para construir una historia considerablemente volcánica? (Quim Casas, diario 'El Periódico'); película metafórica y desbordante (Sergio F.Pinilla', Cinemanía); una indagación de los propios orígenes del cineasta (Beatriz Martínez, Fotogramas).
Estas críticas se quedan en 'la piel que habito', un film de Almodóvar al que Medem hace un homenaje en su película, sin penetrar siquiera en la dermis, limitándose a contarnos la historia de una pareja de jóvenes que busca sus orígenes, la essencia de estar en el mundo, en el árbol sagrado de los druidas, que extiende sus raíces en un viejo caserío vasco, hurgando en el pasado en el que encontrarán niños de la guerra y sus herederos, mafiosos rusos (¡buena analogía!), incestos, los años de la movida representados por el realizador manchego, homosexualidad, y presencia omnipotente del toro que simboliza España, decidiendo el futuro familiar y colectivo que simboliza su piel. Malik, más que Aronofsky, presente en gran parte del desarrollo del film, inspira su parte más' comprometida', en la que lo más sobresaliente es lo' mágico' de las situaciones en las que se cruzan los personajes de la ficción y la narración ficcionada (todo es ficción), que con frecuencia se trasladan a la pantalla del ordenador en forma de escritura, una redundancia que busca generar inquietud y desorientar al espectador. Lo único que permanece constante en los tatuajes en el pecho y en las reflexiones en torno a ellos que hace Rebeca (Ursula Corberó), pastando en el campo tranquilamente o desorientados en estampidas con resultados funestos, son los toros. Esa es la reflexión, que Medem no quiere desambiguar ni en la pantalla ni fuera de ella, faltando a la cita con los espectadores, según un compromiso, anunciado por los organizadores, Poco a poco el relato va derivando hacia un thriller 'poetizado', que no parece desconcertar al público.
Es conocido el origen de la nación española en tierras del Norte, desde el siglo VIII hasta el XII, dejando entre los cristianos y los árabes una zona despoblada, el desierto estratégico del Duero, por lo que Medem no tiene que desplazarse mucho para contar esta historia . La confusión que provocan los personajes entrecruzados puede esconder de nuevo el incesto (¿Somos todos hijos del mismo padre?), y hacernos olvidar el hecho de que estamos aquí, vivitos, coleando y disfrutando en las playas, merced a un gran crimen, o al sacrificio de quien, huyendo de su mundo vuelve convertido en un mafioso (un tipo también metafórico), que no duda en sacarle el hígado a quien haga falta. Sólo nos ha faltado un pequeño detalle: ¿Qué nos quiere contar Medem? No nos llega clara la postura que inspira el subtexto, y esto nos deja perplejos. O quizá sea mejor que no nos llegue, aunque llama la atención la tranquilidad con la que el público asume un final que, en teoría, adopta esa forma de thriller de la que hemos hablado, una metáfora demasiado clara en oposición al resto de un texto cuya autoría es atribuible, tanto en la forma del guión como la de discurso cinematográfico a Medem y en la que el mestizaje debido al intercambio carnal, más o menos explícito, domina el discurso.
Estas críticas se quedan en 'la piel que habito', un film de Almodóvar al que Medem hace un homenaje en su película, sin penetrar siquiera en la dermis, limitándose a contarnos la historia de una pareja de jóvenes que busca sus orígenes, la essencia de estar en el mundo, en el árbol sagrado de los druidas, que extiende sus raíces en un viejo caserío vasco, hurgando en el pasado en el que encontrarán niños de la guerra y sus herederos, mafiosos rusos (¡buena analogía!), incestos, los años de la movida representados por el realizador manchego, homosexualidad, y presencia omnipotente del toro que simboliza España, decidiendo el futuro familiar y colectivo que simboliza su piel. Malik, más que Aronofsky, presente en gran parte del desarrollo del film, inspira su parte más' comprometida', en la que lo más sobresaliente es lo' mágico' de las situaciones en las que se cruzan los personajes de la ficción y la narración ficcionada (todo es ficción), que con frecuencia se trasladan a la pantalla del ordenador en forma de escritura, una redundancia que busca generar inquietud y desorientar al espectador. Lo único que permanece constante en los tatuajes en el pecho y en las reflexiones en torno a ellos que hace Rebeca (Ursula Corberó), pastando en el campo tranquilamente o desorientados en estampidas con resultados funestos, son los toros. Esa es la reflexión, que Medem no quiere desambiguar ni en la pantalla ni fuera de ella, faltando a la cita con los espectadores, según un compromiso, anunciado por los organizadores, Poco a poco el relato va derivando hacia un thriller 'poetizado', que no parece desconcertar al público.
Es conocido el origen de la nación española en tierras del Norte, desde el siglo VIII hasta el XII, dejando entre los cristianos y los árabes una zona despoblada, el desierto estratégico del Duero, por lo que Medem no tiene que desplazarse mucho para contar esta historia . La confusión que provocan los personajes entrecruzados puede esconder de nuevo el incesto (¿Somos todos hijos del mismo padre?), y hacernos olvidar el hecho de que estamos aquí, vivitos, coleando y disfrutando en las playas, merced a un gran crimen, o al sacrificio de quien, huyendo de su mundo vuelve convertido en un mafioso (un tipo también metafórico), que no duda en sacarle el hígado a quien haga falta. Sólo nos ha faltado un pequeño detalle: ¿Qué nos quiere contar Medem? No nos llega clara la postura que inspira el subtexto, y esto nos deja perplejos. O quizá sea mejor que no nos llegue, aunque llama la atención la tranquilidad con la que el público asume un final que, en teoría, adopta esa forma de thriller de la que hemos hablado, una metáfora demasiado clara en oposición al resto de un texto cuya autoría es atribuible, tanto en la forma del guión como la de discurso cinematográfico a Medem y en la que el mestizaje debido al intercambio carnal, más o menos explícito, domina el discurso.
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