El vicio del poder. Adam McKay
LAS INVOLUCIONES HISTÓRICAS, ECONÓMICAS Y SOCIALES SE PRODUCE CUANDO UNA PARTE IMPORTANTE DE LA POBLACIÓN SE RESISTE A LOS CAMBIOS QUE SUPONEN UN AVANCE EN LA CONQUISTA DE LOS DERECHOS DE LOS CIUDADANOS Y VOTAN EN CONSECUENCIA.
Ficha técnica, sinopsis, lo que se dice (Pinchad aquí)
Crítica:
Adam McKay renueva un talento que ya demostró en 'La gran apuesta' (2015) y nos trae una nueva historia que podríamos encasillar en la categoría de 'biopic', aunque el autor, -lo llamamos así porque parece haber pretendido renovar el género-, no ha querido significar el nombre del Vicepresidente de Estados Unidos durante la Guerra de Irak en su título, sino tratar el tema, al contrario de lo que se propugna en el cine indie, desde la perspectiva del poder: cómo se consigue, cómo se mantiene y cómo actúan los que se sirven del 'poder ejecutivo particular', del que han hecho gala todo tipo de tiranos, desde monarcas absolutos hasta dictadores de los siglos XX y XXI, emblematizándolo en la figura de Dick Cheney. Son personajes que actúan sin cortapisas porque la mayoría de la población les otorga el poder de imponerse a los activistas que luchan contra la corrupción y el terror que provocan las invasiones injustificadas de otros países. Muchos de ellos, como denuncia Jodorowsky en 'Poesía sin fin', levantan la bandera contra la corrupción cuando a ellos y sus votantes se les ha olvidado la historia que protagonizaron; Cheney se sirvió de una puerta giratoria, en un momento en que los republicanos perdieron el poder, para ocupar un puesto en una gran empresa, Halliburton, en la que su sueldo era de veinte millones de euros al año, un asunto que se sigue investigando.
Cheney llegó al final de su ejercicio del poder, tras ocupar cargos importantes como el de Jefe de personal de Gerald Ford (1975-1977); congresista en la Cámara de Representantes (1978-1989), un periodo en el que, junto a su esposa Lynne, formó una pareja que reunió mucho poder en Washington. Con George HW Bush fue Secretario de Defensa primero, y Vicepresidente después. y fue uno de los grandes creadores del ardid que permitió al Presidente norteamericano invadir un país extranjero. Todo su carrera tiene presencia en pantalla, pero sujeta a un tratamiento muy personal de McKay. El realizador opta por un narrador potente, desde luego bajo sospecha, como advierte Juan Miguel Company en 'La realidad bajo sospecha', y Don Fogelman en 'Como la vida misma', una estratagema para esconderse tras un personaje que existe sólo para cumplir esa función y hablarnos de la salud del Vicepresidente. El tiempo del relato se adapta a las necesidades narrativas de un director que introduce momentos del pasado de Cheney ,que le salen al encuentro cuando más daño le hacen, algo muy usual en la vida de un político. Pero hay más: la primera parte del film se presenta como una película dentro de la película, que, cuando finaliza incorpora sus propios créditos y desorienta al espectador que cree estar ante un film demasiado corto, hasta que, transcurridos unos segundos la imagen se reinicia. Esta primera parte, a la que yo no le veo nada chistoso, como señalan algunos para introducir ruido en la comprensión de lo que se cuenta, se muestra a un joven Dick Cheney al que tiraron de la Universidad por dar constantes escándalos y emborracharse, al que pillaron dos veces conduciendo ebrio, que trabajó de peón y no parecía tener futuro hasta que su mujer le dio un ultimatum. Al fin y a la postre no era nada divertido, sino un mediocre más como los que escalan el poder, un ser que no creaba problemas, al que le daban con la puerta en las narices, y colocaban en un despacho minúsculo sin ventanas, todo un lujo para quien unos años antes no tenía ningún futuro. Este era el hombre y el hecho de contar la historia de su ascenso es lo que ha dolido a los republicanos estadounidenses.
McKay sabe que está haciendo una película sobre el meteórico ascenso de este personaje, desde la base hasta la cúspide, en un partido, el republicano, y no pone en marcha el aspirador para manchar a todos, sino que se centra en lo que está contando. Lo hará cuando le toque, si lo decide. Para ello cuenta con un equipo de actores muy apropiado, que realizan con dignidad su trabajo: Christian Bale, caracterizado según las diferentes etapas de la vida del político; Steven Carrell en el papel de Donald Transfer; Amy Adams como la esposa de Cheney; Sam Rockwell interpretando el personaje de George Bush, Jr., ..., aunque hay quien ya se está cansando de estas caracterizaciones tan perfectas que permiten que actores jóvenes representen a personajes mucho mayores, un truco que les parece trivial, aunque represente un reto para quienes contribuyen a la caracterización de estos personajes mediante el maquillaje, la peluquería o el vestuario; buenos profesionales capaces de sorprender al público que busca también el espectáculo en el cine. Siguiendo otra moda que pusieron en vigor los Hermanos Russo en 'Los Vengadores Infinity War', cuando parte del público ha abandonado la sala, introduce una secuencia en la que una tertulia de votantes se enzarzan en una pelea en la que se insultan e incluso llegan a las manos y en la que los partidarios de Trump acusan a McKay de comunista, lo que provoca las risas de los espectadores que todavía no han abandonado la sala y que se mantienen en sus butacas leyendo los créditos finales, o porque han sido advertidos por otros que los han precedido en el visionado del film.
Si durante el estallido de la crisis de 2008, provocada por la caída de Lehman Brothers los norteamericanos demostraron tener una capacidad de análisis del mundo en el que viven y cierta valentía y conocimientos para llamar a las cosas por su nombre, (lo contrario que ocurre en los países del Mediterráneo, con excepción de Italia, de lo que da buena cuenta Yorgos Lanthimos cuando denuncia en 'Canino' los eufemismos que usa la burguesía de su país para no llamar a las cosas por su nombre, que es justo lo que hace Rodrigo Sorogoyen en 'El reino', que opta a varios premios Goya), ahora McKay se centra en la clase política, especialmente cuando el único ideal que guía a ciertos políticos es la ambición, el egoísmo y la avaricia, y no tienen grandes ideales que defender; estos políticos hacen lo que denuncia Lanthimos, cuando llaman al calentamiento global, cambio climático, y esconden bajo otros circumloquios la creciente desigualdad que acompaña al cambio tecnológico. Vemos poner a Carter paneles de energía solar y a Reagan quitarlos, a Al Gore luchar contra el deterioro del medio ambiente y a Bush desencadenar una guerra que no dejó un brote de hierba vivo, a Obama aprobar el 'obamacare' y a Trump torpedearlo. Son breves insertos que aclaran que el director no quiere mezclar a los políticos como si fueran clones de un colectivo. Esto permite afirmar que el realizador de 'Hermanos por pelotas' (2008), como ha ocurrido con otros magnos representantes de la nueva comedia americana, entre ellos Peter Farrelly , ahora sin la colaboración de su hermano, que opta a varios premios Oscar por Green Book, cuando deciden dejar de lado las comedias extravagantes, están perfectamente capacitados para analizar, no sólo las crisis económicas, como hizo McKay en 'La gran apuesta', sino la política y a los políticos en 'El vicio del poder'.
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