Christopher Robin. Marc Forster . Crítica




LOS SUEÑOS NO SON GRATUITOS, HAY QUE TRABAJAR PARA PAGARLOS. NADIE  DA NADA A CAMBIO DE NADA.



Ficha técnica, sinopsis, lo que se dice (Pinchad aquí)



Crítica:


Acaban de salir al mercado el DVD y el blu-ray de este título del director de 'Guerra Mundial Z'. Marc Forster aborda la realización de 'Christopher Robin' a modo de un relato literario, situando fuera de campo la infancia del protagonista y sustituyendo la narración de los hitos más importantes de esta etapa de la vida del personaje acotándolos con un un procedimiento abreviado y redundante: una voz en off  lee  los títulos de los primeros capítulos de un libro que se muestra en primer plano y da la oportunidad al espectador que escucha de leerlos al mismo tiempo. Poco a poco va integrando los créditos más importantes, los que suelen preceder al comienzo a la historia: compañía productora, elenco principal, director, guión...; en el capítulo uno Christopher Robin deja atrás su infancia; en el segundo lo vemos llegando a un internado, adentrándose en un nuevo mundo; en el tercero recibe una noticia muy triste; en el quinto conoce a Evelyn; en el siguiente marcha a Europa para participar en la Segunda Guerra Mundial dejando atrás a una mujer embarazada; en el séptimo nos habla de la necesidad de la esposa de arreglárselas sola con la niña, contando el paso del tiempo con una tarta de cumpleaños tras otra, hasta la vuelta del marido...Pero estos momentos de su nueva existencia se van trenzando con la nostalgia del tiempo perdido, poblado por sus antiguos amigos imaginarios, los compañeros imprescindibles de un niño solitario repleto de imaginación.

Comienza con el érase una vez... conocido por todos nosotros : "En lo más profundo del bosque de los cien acres, el joven Christopher pasa los días jugando con sus amigos, participando en sus aventuras, siempre acudiendo al rescate, ya sea sacándolos de un aprieto o protegiéndolos del temible Heffalump. Pero siempre llega el día, como les pasa a todos los niños de decir adiós." Tras este largo preámbulo la historia comienza su desarrollo; pronto veremos a un Christopher Robin adulto, un ejecutivo que trabaja en el departamento creativo de una fábrica de maletas que atraviesa un periodo crítico, cuyo consejo de administración, en el que se sienta el inútil hijo del empresario que lo dirige, sólo ve una solución: el despido de parte de la plantilla, sin que un solo pelo de su cabello se desplace en la cabeza del ocioso y clasista querubín, ni sienta la menor empatía por sus víctimas. Como impulsado por una intuición Winnie The Pooh se presenta en Londres y acude en 'ayuda de su compañero de juegos, aquel niño imaginativo y sensible, cualidades que el tiempo no ha podido arrebatarle.

Tras esta morfología de cuento, el que imaginó una Guerra Mundial protagonizada por los verdaderos parias de la Tierra, que atravesaban el inmenso muro de Jerusalén como si de un ligero obstáculo de carreras de caballos se tratara, no es tan inocente como pudiera parecer. En su historia sentimos la presencia de Dickens, de socialistas utópicos como Fourier, cuyos falansterios son los predecesores de los jardines de infancia, que constataba que lo peor del trabajo infantil no era la suciedad, a los niños les encanta revolcarse en el suelo sin tener cuidado de la ropa que llevan puesta, e incluso de cineastas imaginativos como Robert Zemeckis, cuyos cascabeles, protagonistas de Polard Express solo los oían los niños. Forster pone en boca de sus peluches frases aparentemente sin sentido ( ¿A dónde vamos? A ningún sitio. El lugar al que más me gusta ir; No hacer nada, a menudo conduce a lo mejor de algo), que le van a permitir introducir una visión del trabajo y la productividad contraria a la que generalmente defienden los economistas ortodoxos, es decir, liberales.

Existe la creencia de que si los salarios de los empleados son altos y el estado del bienestar es sólido la economía se resiente, sin embargo los países más desarrollados, los más productivos, son aquellos en los que sus ciudadanos gozan de un mejor nivel de vida. Pero será el aserto de un peluche sin cerebro, Winnie the Pooh, el que revelará esta realidad a Christopher con el solo dibujo de una pirámide: muchos trabajan para producir un artículo de lujo para unos pocos; si se libera a los trabajadores aumentando su tiempo libre y mejorando sus salarios, podrán viajar y necesitarán más maletas. Sólo hay que invertir la imagen y mostrar que unos pocos trabajadores pueden producir maletas para las masas. Todos siguen ganando y nadie siente dolor. La revolución industrial fue posible porque los pensadores del momento, entre ellos Adam Smith, entendieron ésto. Evelyn quiere disfrutar de la compañía de su marido y con frecuencia le reprocha su ausencia constante del hogar, en unos tiempos en los que la división entre hombre productor/mujer cuidadora estaba más extendida que ahora. Los espectadores caen en la trampa  que se les tiende y no ven la solución, que ya vieron los hombres del siglo XIX. Paul Lafargue, el yerno de Marx escribió un libro sobre el derecho del hombre a la pereza, por tanto la postura del cineasta no es ni utópica ni absurda, sino simplemente diferente y opuesta a la de quienes han logrado imponerse en los medios de comunicación (hay muchos títulos de filmes y libros que se escribieron al estallar la primera crisis global y que señalan a los responsables). Sin cascabel ni Winnie The Pooh, es decir, sin la inocencia necesaria para creer en que un mundo mejor es posible, nos dirigimos sin remedio al lado oscuro que  representa Lee Israel en ¿Podrás perdonarme algún día?, dirigida por Marielle Heller y protagonizada Melissa McCarthy, que vivieron una época en la que el lado oeste de Manhattan vio caer a muchos de sus vecinos, víctimas del alcohol, las drogas y el SIDA.

Marc Forster ha demostrado que es capaz de introducir en un mismo paquete esta reflexión que hace quien se auto-define como alguien que no tiene cerebro, pero que se percata de que es mejor no hacer nada en la situación que atormenta a Christopher, es decir no despedir a nadie, lo que, al fin, conduce a todos a algo mejor, una sociedad más próspera y más justa, y a la par divertir a su público y transmitir optimismo, casi utópico, con una bella historia, una feel good movie, cuyo protagonista, Ewan McGregor, ya demostró en Big Fish, dirigida por Tim Burton en 2003, que se mueve como un pez en el agua en este género fantástico y amable con el ser humano. Pero hemos de saber que la crítica no es neutra, algo que se puede advertir leyendo unas cuantas reseñas.





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