La sombra del pasado. Florian Henckel von Donnersmarck. Crítica




EL ARTE QUE EXIGE HERIDAS


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Crítica: 

Curiosamente el film, que ha conseguido en España una nota media respetable, 6,1, que recoge la página Filmaffinity, eso sí, basada en muy pocas opiniones, derivadas de tan solo 81 votos, y  ha sido premiado con algunas distinciones importantes, como las nominaciones para los Premios Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa, y a la Mejor Fotografía, y otra nominación para la Mejor Película de los Globos de Oro, ha sido maltratada por la prensa española (ignoramos la razón), que en algunos casos no se ha molestado ni siquiera en justificar sus argumentos. Ha sido tratada de convencional, aséptica y pomposa; (Luís Martínez (Diario 'El Mundo'); ramplona (Diario 'El Periódico'); obra sin autor por falta de ambición (Tommaso Koch, Diario 'El País`). Los críticos norteamericanos han sido más condescendientes con el trabajo de Florian Henckel que han calificado el film de maravilla técnica, apoyada en una banda sonora brillante a cargo de Richter (Boyd van Hoeij, The Hollywood Reporter); una película que, incluso cuando tropieza, es una maravilla (Peter Travers, Rolling Stone); entretenida y absorbente, incluso cuando flojea (A.O. Scott, The New York Times); estamos de acuerdo con David Ehrlich (Indiewire) en que sabe qué quiere decir, pero no sabe cómo decirlo, aunque da la impresión de que el crítico tampoco sabe como decir lo que quiere.

Lo cierto es que el alemán Florian Henckel von Donnersmarck  se ha metido en un jardín del que ha salido con mucha torpeza y dificultad,y hace un film que se podría dividir en dos partes : la primera que comienza con el avance del partido nazi en Alemania y continúa con el desarrollo de la guerra más cruenta que ha desangrado Europa, a la que pone fin con la derrota del nacionalsocialismo y el cese de las prácticas de esterilización, genocidio, y el broche de la solución final de todos conocida. Un relato estremecedor en el que el guía de un exposición calificada de 'Arte Degenerado', en la que se exhiben obras de representantes de las vanguardias europeas, desde Mondrian, Paul Klee, Munch y otros, hace presagiar el martirio que esperaba a múltiples sectores de la población germana y la de las zonas ocupadas, ya fuera por su religión, sus ideas, su aspiración a gozar de la libertad que les corresponde como seres humanos, por resistencia  a afiliarse al partido nazi o por cualquier otra razón, un horror que personaliza en una persona concreta, una chica joven que precisaba sentir emociones intensas. Henckel abre su objetivo e introduce en su campo visual la RDA (República Democrática  Alemana), bajo control soviético, y la RFA (República Federal Alemana), eligiendo dos ciudades como paradigma del sentimiento de dolor y culpa, y el de regeneración, que se saldó con muy pocos responsables condenados: Dresde, ubicada en la zona de ocupación rusa, arrasada en 1945 por los bombardeos de los aliados, y Dusseldorf, la capital cultural de la RFA, en cuyas escuelas se concentran las vanguardias. Hay quien habla de nuevo de banalidad del mal, emulando a Hannah Arendt, lo que resulta casi insoportable aplicado al doctor muerte que Henckel nos muestra.

Con la huida de Kurt Barnert (Tom Schilling) y su esposa Ellie Seeband (Paula Beer), hija del Profesor Carl Seeband (Sebastian Koch) y su llegada a Dusseldorf, donde el joven, que ha vivido la nula libertad creativa del III Reich, ha soportado las imposiciones del realismo socialista, y busca en Dusseldorf la posibilidad de pintar sin condiciones, en total libertad. Allí descubre, fregando escaleras de un hospital, una humillación que le infringe su suegro, la misma con la que atormentó a su padre, que la única libertad la da el dinero, que permite a artistas mediocres triunfar a temprana edad, confundiendo el arte con la decoración. Pero es aquí donde no logra salir airoso Henckel, que hace una revisión irónica que resulta ridiculizante de todas las vanguardias, en las que la idea se impone a la realización material de lo concebido por el artista y que provoca risitas en la sala, que confirman  esa idea popular acerca de que lo que hizo Picasso lo podría hacer cualquiera de los espectadores. Joe Cornish propone en 'El niño que pudo reinar', por medio de un Merlin muy particular, que  abandonemos la reverencia a las epopeyas clásicas, convertidas en canónicas, heredadas, que en su momento fueron elaboradas ad usum del príncipe y los nobles, por otras hechas por los hombres y mujeres actuales y puestas a su servicio. Kurt, un hombre herido, como el profesor cuya obra, repetida hasta la saciedad, -amontonar sebo y fieltro en un rincón de la pared -, tienen la obligación de , no solo de reproducir la realidad, sino de transformarla. Pero ¿cómo se hace esto?  Es muy difícil en este punto la explicitud, y el realizador alemán se tira una hora desbarrando, mientras el espectador se remueve en su asiento, al tiempo que observa pasivo una exhibición de expresiones artísticas que evocan a Pollock, a Bacon, e incluso al trabajo rutinario que el joven hacía en Dresde, hasta ser conducido a un final decepcionante. Muchos de los pintores de vanguardia que hoy  se cotizan extraordinariamente murieron en la miseria, pidiendo a los suyos que destruyeran parte de su obra, y el discurso que elabora Florian Henckel se muestra incapaz de demostrar con claridad de qué forma puede el artista trasladar a la sociedad su dolor sin perder su libertad creativa. Creo que no lo consigue.


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