El relojero de San Paul. Bertrand Tavernier. Ficha técnica y crítica






LOS FRANCESES QUIEREN ALCALDES COMUNISTAS, SIEMPRE QUE LOS GOBIERNOS SEAN DE DERECHAS. LOS COMUNISTAS LES DAN MIEDO.

A LA MEMORIA  DE JACQUES PREVERT



Ficha técnica: 


Título original: L'horloger de Saint-Paul
País: Francia
Año: 1973
Duración: 101 minutos

Dirección: Bertrand Tavernier
Guión: Jean Aurenche, Pierre Bost y Bertrand Tavernier, basada en la novela de Georges Simenon "L'Horloger d'Everton" (Editions Presses de la Cité)
Dirección de Fotografía: Pierre William Glenn, Walter Bal y Jean-François Gondre
Montaje: Ariane Boeglin
Música: Philippe Sarde
Ingeniero de sonido: Harald Maury, Michel Desrois
Jefe Decorador: Jean Mandaroux

Productor: Raymond Danon
Director de producción: André Hoss; Director General de Producción: Ralph Baum
Compañías productoras: Lira Films; distribución: Studio Canal


Premios:


Louis Delluc

Intérpretes:

Philippe Noiret: Michael Descombes,
Jean Rochefort: Comisario Guiboid,
Jacques Denis: Antoine,
Yves Alfonso: Bricard,
Jacques Hilling:  Costes,
Clotilde Joano: Janine Boitard,
Sylvain Rougerie: Bernard,
William Sabatier:El Abogado,
André Tainsky:Madeleine Fourmet,
Cécile Vassort:Martine,
Julien Bertheau:Edouard.


Sinopsis:


Michel Descombes (Philippe Noiret) es un relojero que vive y trabaja en el  barrio de Saint-Paul. Lyon.Abandonado por su mujer años atrás, Michel ha criado a su hijo Bernard en solitario. Una mañana, tras despertarse un tanto aturdido por haber bebido, Michel recibe la visita de unos policías que le piden que los acompañe. Su hijo ha huido tras asesinar al guarda de una fábrica.


Premios:


En 1975 recibió dos premios: Oso de Plata del Festival de Berlín y el premio de la OCIC


Lo que se dijo:


No se encuentran fácilmente críticas de la época, aunque la página Filmaffinity ofrece una nota media elevada, 6,6, basada en 365 votos, un dato que confirma que la opera prima del cineasta francés no fue un gran éxito de público. Bertrand Tavernier es un cineasta francés de 78 años  con una larga trayectoria que parte de este film, L'horloger de Saint-Paul (1974), de un director que giraba en la órbita de la Nouvelle Vague y los críticos/cineastas que se agrupaban en torno a Bacin.

No son pocos los críticos que se desenvuelven con eficacia en la introducción de los datos eruditos incuestionables, que dan cierta eficacia a sus críticas a pesar de ser introducidos de manera rutinaria, y, en lo que concierne al film de que hablamos, de todos aquellos aspectos que hacen referencia a la política de autor de los críticos y cineastas que empujaron la renovación del cine con escasos recursos, al tiempo que se quejaban de las burdas adaptaciones que pululaban en territorio francés que anteponían el carácter literario al cinematográfico, una forma de hacer cine convencional muy del gusto de la burguesía, incluida la actual, a la que cuestionaba Marshall MacLuhan, que se distancia tanto de la cultura de élite como de la de masas, ambas vivas y fruidas con verdadero placer por los que sienten verdadero placer y dejan de mirar el reloj mientras disfrutan. Es evidente que esta es una cuestión que podría abrir un melón importante sobre qué es un blockbuster, una película de los márgenes o un film de culto o líquido, por poner sólo algunos ejemplos.

Simenon se alejó en este relato de uno de sus escenarios favoritos, La Rochelle, y se ubicó en la ciudad industrial de Lyon, a lo que se une el hecho de que Tavernier eligió como compañeros de viaje para la elaboración del guión a dos adaptadores, Jean Aurenche y Pierre Bost denostados por el círculo de André Bazin, que optaron por un preámbulo distópico, que mostraba las tripas herrumbosas y deterioradas de los viejos edificios que se agrupan en torno al río Saona, que recorre una de las ciudades francesas más populosas, al tiempo que se alejaban de lo que caracterizaba, según sus biógrafos y analistas de su obra, la escritura del belga: intriga simple, argumento y personajes definidos y un héroe dotado de humanidad. En esta ocasión los guionistas optan por dejar fuera de campo la intriga, una decisión que influye de forma crucial en la estructura del relato, y que se convirtió en lo más determinante del film del novato Quentin Tarantino en Reservoir dogs (1992), un realizador de 'cine negro'  que Noël Simsolo introduce en sus listas del género.

Tras un preámbulo en el que vemos a Michael Descombes, (Philippe Noiret), cenando con sus amigos y bromeando en torno a la propuesta de uno de ellos de crear un TAPMOU, -Asociación de Telespectadores Amigos de la Pena de Muerte - para televisar las ejecuciones, se da paso a una secuencia en la que, de vuelta a casa y tras ascender por unas escaleras que piden a gritos una mano de pintura para tapar la suciedad y los desconchones, Michel Descombes se tropieza de hoz y coz con el conflicto que introducirá un desequilibrio permanente en su vida. Tras la citada introducción que nos habla claramente de la existencia de la pena de muerte en Francia, que no fue abolida hasta octubre de 1981, un triste hecho que protagoniza una de las películas más importantes del cine polar francés, 'Dos hombres en la ciudad' (José Giovanni, 1973), y que ilustra la contribución de los realizadores en la abolición de esta práctica medieval, un residuo que ha quedado relegado a grandes dictaduras y la 'democracia por excelencia', que soporta esta terrible contradicción, Estados Unidos, no se narra el crimen, ni se da ningún dato que concite la expectación y la tensión del espectador en torno a los hechos que constituyen la causa de la crisis, que se producen fuera de campo.

Lo que va a constituir el núcleo del film es un debate soterrado entre las aspiraciones de la ciudadanía francesa, alimentados por la revolución del Mayo Francés de 1968, y las leyes vigentes, así como la imposibilidad del ciudadano, en parte cargado de prejuicios, de enfrentarse a los poderes fácticos y una idiosincrasia arcaica. Se sugiere, de forma fragmentaria, un abuso contra las mujeres, que los hombres no pueden aceptar, en un momento que no hay ninguna conciencia ni sobre la violencia que se ejerce sobre las féminas, por el hecho de serlo, hasta el extremo de que un hombre prefiere aceptar una pena más larga para no desvelar que su compañera ha sido violada, una vergüenza que no puede llevar con la cabeza alta. Ante esta situación, abogados y jueces se esfuerzan en que sus clientes y acusados se inclinen por aceptar el crimen pasional, para no ser acusados, al fin, como terroristas. Una mentalidad que creíamos superada y que la perspectiva que dan los 46 años, transcurridos desde que se hizo la película, nos hace entender lo que la sociedad, al menos la occidental que hasta ahora se consideraba la más avanzada en el respeto a los derechos de los ciudadanos, está a punto de arruinar sus  conquistas a causa de  la primera crisis global que se originó oficialmente con la caída de Lehman Brothers en Septiembre de 2008 (estamos ya en 2019 y no sabemos si hemos salido, empobreciendo a grandes masas de antiguos trabajadores, o todavía hay esperanza), una situación sobre la que ha alertado recientemente el Presidente francés Macron.

De este modo, el film de Tavernier es una crónica política y social de un valor inapreciable que todo el mundo debiera revisar y recordar algo que muchos todavía ignoran: que Madame la Guillotine todavía reinaba en Francia en 1981, cuando, a pesar de los esfuerzos de las mujeres por conseguir su igualdad, desde los tiempos de Mary Wollstonecraft, existía en el país que hizo la Revolución Francesa la figura de crimen pasional, que estaba castigada con penas mucho menores que los delitos de carácter político, la otra opción posible, por lo que los abogados presionaban a sus clientes para que se inclinaran por la primera opción.


Consultada la página Filmaffinity.

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