Los muertos no mueren. Jim Jarmush. Crítica.




LA PARODIA E INCLUSO LA BURLA DE AQUELLO QUE RECHAZAMOS, EXIGE, AL MENOS, LA MISMA DOSIS DE TALENTO QUE LO CUESTIONADO, ALGO DE LO QUE NO HACE GALA JARMUSH.


Ficha técnica, sinopsis, lo que se dice (Pinchad aquí.

De entrada nos lleva al cine la curiosidad acerca de qué puede haber hecho un cineasta que se autodefine como autor independiente, muy alejado del género en el que se expresa con una película que vuelve a cuestionar la 'societat de consum' en el contexto de la era Trump, en la que tres jóvenes (volveremos sobre ello) forasteros llegan al pueblo de Centerville, un topónimo muy extendido en muchos estados de Norteamérica (Alabama, California, Florida, Georgia, Indiana, Iowa, Maine, Massachusset, New Jersey, New York..., y aquí no acaba la lista), por lo que más que un lugar define a un tipo de ciudadano que considera hipster a cualquiera que aparece por un lugar pequeño en el que todos se conocen y toman su café con donuts en el mismo lugar cada día. 'Cine para amiguetes', dicen algunos, dirigido a fans incondicionales del director de 'Café y cigarritos'; referencias cinematográficas y políticas vulgares, diálogos tontos y episodios meta-lingüísticos facilones (episodios como la conversación de Adam Driver y Bill Murray en torno a la canción del grupo de country Sturgill Simpson, o la referencia al guión del film), dirigidos a un público fan, no demasiado aficionado al género de terror, razón por la que estas referencias son muy superficiales, pero no tan inocentes como parecen. Los análisis que escuchas al abandonar la sala hablan de auto-referencia del film en torno a la filmografía del propio director, quizá porque parte la mayoría de los actores del elenco ha trabajado en sus películas, de la que llama especialmente la atención la evocación de uno de sus títulos, Paterson, ( el personaje que interpreta Driver se llama Peterson) pero esa intención queda reducida a una parte ínfima del film.

Para desarrollar su discurso, el guionista-director divide su film en dos ámbitos, el de quienes se integran sin complejos en la sociedad de consumo que se cuestiona, toman donuts con café americano, se trasladan en vehículos biplazas, el popular Smart, ahora descapotable, el colmo de la modernidad y la extravagancia, que contrasta con los inmensos coches de la época de esplendor que añora Trump, llamados 'Haigas' en España porque eran adquiridos por los nuevos ricos paletos que exigían el vehículo más grande, caro y mejor que haiga en el mercado.Frente a ellos un ermitaño que vive en el bosque, roba gallinas, se alimenta además de los frutos que le ofrece la naturaleza, (setas no venenosas), y contempla, como un observador imparcial, como se revuelven en el fango unos consumidores de la nueva era tecnológica, unos zombis sin cerebro siempre pendientes de sus teléfonos móviles, por cuyas venas circula polvo en lugar de sangre; un personaje que cierra el film con un alegato moralizante, digno de otros tiempos, contra la inmersión del ciudadanos en el universo tecnológico y la práctica de políticas medioambientales como el fracking.

Se ha hablado mucho de George Romero, a quien se cree que el film rinde un homenaje, y de su película 'La noche de los muertos vivientes', más influenciada por Poe que por Lovecraft, que ha sido incorporada por sectores elitistas a su lista de películas de culto, pero que contribuye más a la manera en que los vivos se enfrentan a los muertos vivientes, y no 'reintegrados?' a la vida como los de Jarmush, pero que contribuye poco a la creación de una iconografía del monstruo cuyo referente son las masas de 'Los muertos no mueren', que se desplazan como pollos sin cabeza, muy diferentes a los nobles y aristócratas hombres-lobo y vampiros, a los que se destruía con balas de plata o estacas de madera, como la que acabó con la vida de Adán, extraída de un árbol del huerto de Getsemaní (retablo de Bonifacio Ferrer, Museo San Pío V de Valencia), y a los que se liquida destruyendo su cabeza, no 'matando su cabeza', como se insiste en el relato, como si esta parte del cuerpo fuera autónoma. Así pues, en el desarrollo de su discurso visual el realizador de Ohio (conoce bien la América profunda) no se ha servido de las aportaciones de Romero, que tampoco inició un género que comienza con 'La legión de los hombres sin alma/White Zombie', 1932), relacionado con el vudú y en concreto en Haití, (películas de Lucio Fulci de la década de los 70) donde hechiceros reanimaban a los muertos para usarlos como mano de obra barata. En esta historia no se informa del origen de la reintegración a la vida de los ya muertos, (los Gul, según los habitantes de la zona), no interesa, ya que apenas se diferencian de los vivos, y los iconos más importantes son los que crearon maestros del terror como John Landis en el 'Thriller' de Michael Jackson, que muestra por primera vez como los muertos salen de sus tumbas, sacando la mano de la tierra, algunos episodios de John Carpenter presentes en ciertas películas, muy coincidentes con otras de Romero, y el gore más vomitivo que idearon en sus películas splater, Peter Jackson en 'Braindead, tu madre se ha comido a mi perro', o Sam Raimi en su trilogía de terror protagonizada por Bruce Campbell.

Pero aquí no acaba todo. Las referencias de Jarmush se extienden a todas las sagas exitosas del mainstream y el blockbuster como las impulsadas por George Lucas, (Adam Driver desempeña el papel de Kylo Ren en las nuevas entregas de la franquicia) que cambiaron el cine para siempre, introduciendo entre otros elementos, scores espectaculares con valor narrativo, creados por grandes compositores apadrinados por grandes compañías cinematográficas, que sustituyen a los nobles o la Iglesia como Mecenas de las grandes superproducciones; las desarrolladas por un nuevo Peter Jackson en sus sagas de 'El Señor de los Anillos' y 'El Hobbit', realizadas con las últimas tecnologías, el cine de Tarantino y su veneración por las artes marciales, en el que Uma Thurman es reemplazada por Tilda Swinton, y la ciencia-ficción, ya sea de Spielberg y sus 'ET' o 'Encuentros en la tercera fase', un inciso francamente marciano; también se cuestiona el cine provocador de Kevin Smith en su saga corrosiva Clerks. Bill Murray, Danny Glober o Steve Buscemi, se autorreferencian por sus propios papeles en el cine policíaco o indie. Bill Murray se salva de citas enojosas porque su carrera está jalonada de colaboraciones con directores independientes del mayor prestigio, como Harold Ramis, al que debemos películas inolvidables, Richard Doner, Frank Oz, Sofía Coppola o Wes Anderson entre otros.

Asi pues, entendemos que Jarmush cuestiona, fundamentalmente, el cine mainstream, el blockbuster que se hace en Estados Unidos y que distribuyen grandes compañías norteamericana, si bien a él mismo y su película, lo distribuye y promociona Universal y Focus, un gran compañía que hoy se ha posicionado, junto a otras plataformas como Netflix, Warner o Disney, contra movimientos reaccionarios que presionan para imponer la 'Ley del Latido' contra la práctica del aborto. También los diálogos son tontos y las referencias al cine que se hace en la actualidad más tontas todavía. Pero es difícil atribuir a un cineasta cínico como Jarmush una incapacidad para confeccionar un texto literario, que no cinematográfico, mejor. Da toda la impresión de que en este aspecto también parodia el cine que critica, que, al fin, parece no haber sido entendido y, por tanto, ha sido cuestionado por ciertos sectores que se sienten integrados en la cultura superior. En cuanto a la provocación, mil veces denunciada por el género, de jóvenes ruidosos que rompen con las convenciones de lugares alejados de la modernidad, y provocan la irascibilidad de los locales, ha sido una constante en el cine de Tobe Hooper, Wes Craven, John Boorman o Sean S.Cunningham. Hemos afirmado que los diálogos son muy tontos y que sólo realizando un esfuerzo te invitan a dibujar una pequeña sonrisa, mas lo que dudamos es de las intenciones del director: ¿Acusa en realidad al género de terror de simplicidad? Sabemos que no son pocos los críticos que denuncian el traslado del lenguaje cinematográfico, sus metáforas, como simples, de escaso nivel, pero no tienen en cuenta que llegan a sectores de público que también han perdido la inocencia, y que no siempre están de acuerdo con películas en las que se impone un clasicismo mal entendido, cierto academicismo canónico (que con frecuencia, y si está justificado por el estilo del autor, se agradece, sin despreciar los escorzos miguelanelescos), constituido por planos largos, grandes diálogos, filmación a la altura de los ojos, y pequeño score que se desprecia rápidamente en la película de Jarmush por lo que significa en el cine actual, cuando Bill Murray lanza el CD que funciona como el citado score por la ventanilla del coche policial.

Como vemos, sin intención de imponer nuestra visión, la película es compleja, ideológicamente marcada y nada sencilla. Lo que ocurre es que que hoy nadie parece ser tan simple, como revelan las batallas que se producen en Norteamérica en torno a páginas que ofrecen valoraciones cuantitativas como Rotten Tomatoes, respecto a las que amplios sectores de público piden su cierre.


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