Las cosas de la vida. Claude Sautet. Ficha técnica y crítica








UNA EXPERIENCIA INTENSA PARA EL ESPECTADOR


Ficha técnica:


Título original: Les Choses de la vie
País: co-producción Francia/Italia/Suiza
Año: 1969
Duración: 85 minutos

Dirección: Claude Sautet
Guión: Paul Guimard, Jean-Loup Dabadie y Claude Sautet,  basado en la novela de Paul Guimard (Editions Denoël); diálogos: Jean-Loup Dabadie
Dirección de fotografía: Jean Boffety
Música: Philippe Sarde
Jefe de Montaje: Jacqueline Thiédot, asistido por Marie-Claude Bariset
Decorador: André Piltant

Jefe de maquilaje: Iréne Servet
Jefe de Vestuario: Jacques Cottin

Director de producción: Ralph Baum
Compañías productoras y distribuidoras: Lara Films, asociada con SONOCAM, S:A:Divisa Home Video, StudioCanal; distribución: C.F.D.C. Société des Films Sirius, Consortium Pathé U.G.C.



Intérpretes:


Michael Piccoli: Pierre Bérard,
Romy Schneider: Hélène,
Léa Massari: Catherine Bérard,
Gerard Lartigau: Bertrand Bérard
Jean Bouise: François,
Hervé Sand: el camionero,
Jacques Richard: el enfermero,
Betty Beckers: la autoestopista,
Dominique Zardi: el autoestopista,
Gabrielle Doulcet: Guittet,
Roger Crouzet: el promotor,
...

Premios: 


Louis de Lelluc, 1970


Sinopsis:


El exitoso arquitecto de 45 años, Pierre Bérard, (Michael Piccoli), circula a gran velocidad por una carretera de acceso a París. Repentinamente choca con la parte posterior de una camioneta, pierde el control del vehículo, se estrella contra un árbol y sale despedido a varios metros de distancia. Queda inconsciente e inmóvil, pero oye lo que dicen las personas que tiene próximas. En este estado Pierre pasa revista mentalmente a los principales episodios de su vida que ha discurrido entre dos mujeres: Catherine, su esposa, de unos 40 años, comprensiva, tolerante y generosa, con la que ha tenido un hijo y Hélène, la mujer por la que ha abandonado a su  esposa, una novelista de 30 años, atractiva y sensual.


Crítica:


Formado en las artes plásticas, pintura y escultura, Claude Sautet, un cineasta francés muy influenciado, como tantos otros de la Nouvelle Vague, coetáneos suyos, por el cine norteamericano de John Ford, Raoul Walsh, John Casavettes, Michael Curtiz, pero también Alfred Hitchcock, -la primera incursión a la vida privada de Pierre Bérard, interpretado por Michael Piccoli la realiza con un travelling que partiendo del exterior del edificio en el que el arquitecto vive con su amante Hélène  (Romy Schneider) se eleva hasta llegar a la altura del balcón de su apartamento, entra por la puerta y recorre el cuerpo de la pareja, mostrando a Romy desnuda, tumbada boca abajo en la cama, en un plano secuencia que aporta una gran significación al relato, parejo al que realiza Hitch en la apertura de su 'Ventana indiscreta' -, convierte el tiempo en el elemento que nuclea la acción, mezclando flashbacks que contextualizan al protagonista y lo sitúan en el centro de un triángulo sentimental y afectivo, anclado en un tiempo que ya pasó, combinado  con una serie de secuencias insertas que son ensoñaciones de un herido grave en un accidente de tráfico, el propio Bérard, una sucesión de sensaciones que experimenta el accidentado mientras se encuentra en un estado semicomatoso, que percibe como reales y que transmite a sus espectadores. Una pareja de autoestopistas en apuros que ha recogido en la carretera que se hablan con el desprecio que caracteriza a quien ha perdido el amor, será responsable de una carta que protagoniza  una pequeña subtrama que ilustra la soledad en la que generalmente vive el hombre y a la que teme tanto que está dispuesto a pagar un alto precio para evitarla.

En estos intervalos Sautet logra comunicar a sus espectadores fuertes sensaciones y percepciones que generalmente pasan desapercibidas en la cotidianidad (el olor y el color de las flores, la luminosidad de un día soleado, el esfuerzo para abrir o cerrar los ojos, el alivio ante la solidaridad de los que te rodean con el propósito de ayudarte...), hasta llegar al climax final,  en el que el protagonista confiesa la verdadera razón que con frecuencia mantiene a las parejas unidas cuando ya se ha acabado el amor, y lo que cobra verdadera importancia cuando un hombre ya no puede engañarse a sí mismo, una intensidad que se acentúa con la representación de los intensos lazos que unen a un padre con su hijo, una realidad, cuya representación reclama la presencia en el film tanto el padre de Pierre como su hijo.

La carretera, junto al tratamiento zigzagueante del tiempo, es otro elemento fundamental en la construcción de este relato, el lugar en el que confluyen diferentes vehículos conducidos por hombres y mujeres en un estado emocional diferente, generalmente abstraídos mientras conducen y sin que en ningún instante cese el monólogo interno que mantienen consigo mismos, que los inducen a  actuar de una forma determinada. En esta ocasión este diálogo se interrumpe repentinamente en el momento en que quien dirige el volante pierde el contacto con la realidad. El director trocea de igual manera que hace con el tiempo y con la actitud del protagonista mientras su coche se desliza por el asfalto, el relato completo del accidente, cuyos fragmentos se alternan con los momentos más intensos de su relación con su ex-mujer y con la joven escritora, hasta llegar al desenlace que el espectador privilegiado ya conoce y que es capaz de interpretar en toda su tristeza e impotencia gracias a la información que se le ha ido proporcionando en ese diálogo que mantiene el protagonista, asociado a Piccoli, con su público.

El film coadyuvó a relanzar la carrera de Romy Schneider, que trabajó bajo la dirección de Claude Sautet en dos películas más: 'Max y los chatarreros' y 'César y Rosalía', en castellano 'Ella, yo y el otro'. Eran momentos en los que hombres y mujeres (las antorchas de la libertad)  fumaban  compulsivamente en primer plano, una libertad que ellas habían conseguido, desde que en el desfile del domingo de Pascua de New York se unieron a los ricos que vestían sus mejores galas, los trabajadores en lucha las ropas más viejas y raídas que tenían en sus armarios desde el crack de New York de 1929, un grupo de mujeres jóvenes que se presentaron en sociedad fumando en público, convocadas por la conocida feminista Ruth Hale bajo la consigna de "Mujeres! encended otra antorcha de la libertad. Luchad contra otro tabú de género!". Hoy las cosas han cambiado y se van acotando terrenos por diferentes causas, no todas relacionadas con la salud.* Un film interesante por el modo en que el director se sirve del lenguaje audiovisual.


*Daniel Bernabeu. La trampa de la diversidad, pág.14. Ediciones Akal, 9ª edición, 2018.

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