Mank. David Fincher. Crítica.

 


LA MAGIA DEL CINE RESIDE EN QUE EL CLIENTE COMPRA UN RECUERDO, PERO LO QUE ADQUIERE SIGUE SIENDO DEL DIRECTOR...


Ficha técnica, intérpretes, sinopsis, lo que se dice (Pinchad aquí)


Crítica:



Carlos Boyero centra su análisis para el diario 'El País' en un aserto que compartimos plenamente, al comparar la película que realiza David Fincher con 'el mejor cine de otras épocas', una aseveración que no es banal para nosotros, ni en la forma, ni en el fondo, ni en su relación con el contexto de crisis económica y social, más profunda en el momento actual en el que el cine que se proyecta en las grandes salas oscuras ha iniciado el camino de una decadencia impuesta por la tercera revolución industrial, que se asienta "sobre la base de unas tecnologías muy diferentes, que debilitan su nexo de unión"* con la primera y segunda fase de una transformación que ha hecho avanzar al mundo en doscientos años como no lo había conseguido el hombre desde su aparición en la Tierra. Gran parte de la intelligentsia despreció el fenómeno cuando ya se habían comenzado a producir profundos cambios, y no supieron ver la importancia de un hecho tan sencillo como la incorporación de potentes cámaras en los teléfonos móviles, cuyo formato era una señal evidente de la que se avecinaba. Boyero escribe en el diario 'El País' algo que en este blog recordamos constantemente, y que para él se materializa en el hecho de que las tres películas más hermosas que ha visto en los últimos meses, entre las que incluye a Mank, no son responsabilidad de los grandes estudios de Hollywood, que según él se dedican a producir filmes de robots o dan protagonismo a la realidad aumentada y la IA o inteligencia artificial (¡Cuidado con ésto!), ni al cine independiente, ni la autoría pretenciosa destinada a una exigua parroquia propia. Lo malo es que el cine de Fincher peca un poco de mirar en exceso a esa parroquia. Ahora como en el siglo XIX ganará la batalla el que produzca para las masas, no tejidos, comida u otros objetos, sino artículos de última generación tecnológica a precios asequibles. Hoy una familia puede ver películas a todas horas por 11 euros al mes, cuando hasta hace un año ir al cine una vez a la semana suponía un gasto inasumible para la mayoría.

Desde que los Hermanos Lumière, unos industriales que colaboraron al nacimiento del cinematográfico (había ya muchos precedentes de imagen en movimiento), y realizaron su primer corto publicitario, 'La salida de la fábrica', (La salida de los obreros de la fábrica Lumière de Lyon Monplaisir), y Méiès utilizó el cinematógrafo para sus espectáculos de feria, se inició una estrecha colaboración entre la política y la fuerza de las imágenes para vencer y convencer a los ciudadanos, bien usando la razón, bien manejando la emoción, la ironía, la paranoia, la locura y todo aquello que puede hacer dudar a los hombres e introducirlos en un debate íntimo entre lo real y lo imaginado. El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, incluida la política, abandonó las funciones que tenía hasta el Renacimiento, y surgió el genio, el ídolo, que maneja las percepciones, las sensaciones y por fin los sentimientos de los hombres. Lo que hace Fincher con su película es algo parecido a lo que hizo, según Giulio Carlo Argan, Delacroix en su famoso cuadro 'La Libertad guiando al pueblo': aparentemente copió en todas sus partes el cuadro romántico y desesperado de Gericault 'La balsa de la Medusa', aunque lo que en realidad hizo fue otra cosa, le dio la vuelta, y los hombres que iban desesperanzados a la deriva, en medio de un mar proceloso, se transformaron en unos revolucionarios que seguían triunfantes la bandera de su rebeldía.

De este modo, lo que hace Fincher es precisamente este ejercicio: toma la película que produjo, dirigió e interpretó Orson Welles, 'Ciudadano Kane', adaptando un guion con Herman J.Manckiewicz, la da la vuelta y convierte la historia de William Randolph Hearst, un periodista, editor, publicista, empresario, político y magnate de la prensa, que, en colaboración con hombres poderosos del cine, como Louis B.Mayer, desde la MGM, o el productor David O.Selznick, desde la Paramount, emergió como uno de los personajes más importantes de la escena política norteamericana, y la convierte en un metarrelato que eleva a parte de la tramoya de la obra, el guionista, a la categoría de protagonista de su historia, procediendo, de paso, a la desmitificación, un ejercicio de moda, de uno de los grandes mitos de cine, Welles, que había eclipsado al que hasta ese momento no había ocupado un lugar de privilegio, el  creador de la historia, en el responsable por excelencia de una película considerada por muchos críticos, como una de las mejores de la historia del cine. La cuestión reside en dilucidar si hay que seguir haciendo películas como las de antes o no. Louis B. Mayer, Presidente del Partido Repúblicano, que se opone al socialista Upton Sinclair, un escritor lúcido que sabía ver que lo que convence a los pueblos es la repetición de un slogan que acaba incrustándose en el imaginario colectivo, era un mago en el manejo de las emociones y de todos aquellos que como Don Quijote luchan contra molinos de viento, sometiéndose a tres reglas que impuso en su compañía, MGM: defensa del arte por el arte, nunca con la función de servir al hombre que defiende Arnold Hauser, el Ars artis gratia, que impreso en una cinta envuelve la imagen del león que ruge. Con este emblema potencia la irracionalidad, la emoción, la paranoia, la locura, y todo aquello que muchos creen que define al arte cinematográfico, cuya principal misión es dominar las reglas del entretenimiento a través de un conocimiento profundo de la naturaleza humana, sabiendo que el mono no puede bailar si quien puede hacerlo, el organillero, no le pone la música, una lección que aprendió tristemente el orgulloso guionista. Hay constantes referencias en el film a 'El Mago de Oz' y las carencias de aquellos órganos donde reside la emoción: el cerebro, el corazón, pero también el sexo. Todos los personajes de la historia se convierten en secundarios en una historia ad usum del guionista, el que escribe, filmada en blanco y negro.

Por esta razón en el film cobra importancia el punto de vista, la voz de un narrador, acostumbrado en los primeros momentos del arte más nuevo que existe a trabajar en equipo en una de las grandes compañías, en esta historia la Paramount, una realidad que se convierte en protagonista de la secuencia más inteligente del film, la que hace referencia a una reunión en el despacho de O'Selznick, en el que las cámaras van de unos personajes a otros, sin  un punto de referencia que permita identificar al productor, saltando constantemente de eje y sin permitir al espectador la inmersión en la continuidad del relato, porque allí, en esa habitación todos trabajan colectivamente. Solo una vez, cuando ve la importancia de su relato, Mankiewickz tendrá necesidad de poner su firma, sin respetar lo acordado con Orson Welles, en un guion, el de 'Ciudadano Kane'. Sería interesante profundizar en este tema, cuando en la actualidad el autor del guion encabeza los créditos, inmediatamente después del director. Ligeros picados y contrapicados evocan la política de autor de Welles en la película original, que produjo la RKO, y que lanzó al joven director a la fama, apropiándose en parte del trabajo del guionista merced a pequeños retoques en el texto de un hombre dominado por el alcohol. No es la primera vez que un artista se ve impulsado a firmar su obra; lo hizo Miguel Ángel con la Pietà del Vaticano, y a partir de Tiziano todos los pintores que lo sucedieron. Este  parece ser el caso de un guionista que murió a los 55 años, víctima del alcoholismo.

Disponible en Netflix.

* Tercera revolución industrial. economipedia.com

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