Sean Baker, premio Luna de València en la 38 edición de Cinema Jove que se realiza en la Ciudad del Turia.

 



El 8 de junio Álvaro Devis anunciaba en Cultur Plaza que el premio 'Luna de València' recaía en esta 38 edición del Cinema Jove en el guionista, director y editor estadounidense de 52 años Sean Baker, del que nos ocupamos en su momento cuando consiguió un atronador éxito de crítica por su film 'The Florida Project', un film en el que hacía a su público partícipe de una realidad  que muchos ciudadanos no quieren ver, entre ellos, la mayoría, que pertenecen a eso que algunos políticos llaman 'clase media trabajadora', que es tan obrera como el resto, ya que depende de su sueldo para sobrevivir aunque no necesite, de momento del apoyo de las asociaciones benéficas, gubernamentales o no (cinelodeon.com, 10 de febrero de 2018). Sean Baker gozaba ya de prestigio, cuando escribí este post  gracias a películas como Tangerine, un film rodado con un iPhone que triunfó en Sundance, y que provoca el mismo rechazo en las clases medias y burguesas que la admiración de estos mismos grupos ante películas como Her de Spike Jonce. Mas, tanto uno como otro han sido avalados por la intransigente top critic, Manohla Dargis, The New York Times, con la que no siempre coincido.

Pero ya en 2018, todavía un poco más desorientados que ahora, entendíamos que a diferencia de  la Nouvelle Vague que se proponía el objetivo de abrir ventanas nuevas al conocimiento, parecía abrirlas a a un renovado deseo de libertad, de la mano del movimiento pequeño burgúes indie, que si no denunciaba una pobreza ostensible, -los niños visten como cualquiera, ocupan habitaciones dignas e incluso comen pizzas que llevan a sus habitaciones en grandes cajas los empleados de las Fat-Foods , llamadas también Junk-Foods o establecimiento de comida-basura, la misma que, a comienzo de la pandemia de Covid la Comunidad autónoma de Madrid eligió como el mejor modo de alimentar a sus escolares -, aunque su lenguaje roza con frecuencia lo obsceno; sus madres cubren una parte importante de su cuerpo con tatuajes extensos y llevan mechas californianas de colores (verde, rosa, azul), con frecuencia medio desteñidas y ostentosamente aclaradas por la carencia de recursos para mantenerlos con la apariencia inicial. 

En la actualidad son muchas y muchos los jóvenes europeos (no sabemos si Sean Baker nos muestra este look como algo propio de grupos marginados en América) de cualquier clase social que adoptan esta estética que los diferencia de los mayores y de los más débiles de su propia tribu. Da la impresión de que estemos en la cumbre de la ola de una nueva revolución del amor, que pone su dedo índice sobre la autodeterminación de género, más que ante una reivindicación social que exija un reparto más equitativo de la distribución del producto interior bruto que generamos ente todos los ciudadanos, incluidas los trabajadores con menos presencia en las estadísticas. De eso parece que no se preocupa nadie. A mí, en principio no me disgusto, aunque con el paso del tiempo y la redundancia en el monotema, me está produciendo un poco de hartazgo. Si en aquel momento Sean Baker llamó la atención por su mirada disidente del 'sueño americano', hoy, de verdad, parece que estemos ante otra pantalla; no sé a que realidad hace referencia esta locución, si a la posibilidad de moverse con facilidad por la escalera social, o a la libertad para entregarse a la nueva revolución del amor que ya nadie cuestiona. No obstante  da la impresión de que Sean Baker si afronta la  desigualdad de oportunidades en función de la riqueza, que quizá no se corresponda con la percepción de la población de la clase a que se pertenece. Decía un cómico en un reel: " Si para coger una sartén tienes que levantar otras, no perteneces a la clase alta... Profesores de enseñanza secundaria podrían contar anécdotas suculentas sobre este tema.

Carlos Madrid, director del certamen ha destacado que “Cinema Jove tiene que destilar juventud por todos los lugares posibles. A veces en la forma y otra en el contenido. Sean Baker lo demuestra en las historias que rueda, pero también en los recursos que utiliza, en el resultado final y en el espíritu de aquello que cuenta”. Pero, si este es el espíritu de la mostra no parece haberse entendido bien por los participantes. Ayer asistí al acto de presentación de cortometrajes, y, al menos la mitad, no eran revolucionarios ni en la forma ni en el contenido, sino que seguían manejando tópicos muy manidos en los últimos tiempos, e incluso diálogos aberrantes. Solo tres de estos cortos, ponían su atención en temas la cultura suburbana, ( uno de ellos se abría con una imagen captada con móvil, para a continuación pasar a procedimientos más convencionales), la discapacidad de una profesora, en un ambiente rural muy convencional, o el proyecto de Javier Polo (Una terapia de mierda) que denunciaba la superficialidad de unos discursos que conducían a la negación de realidades constatables, como el calentamiento de la Tierra, la primera pandemia global y el movimiento antivacunas inspirado en el terraplanismo. Constaté el jolgorio y la hilaridad seguidas de aplausos ante la presencia de un artilugio 'soplapo***s lo llamaban los protagonistas, vendiéndolo como un artilugio original para fumar. Más de lo mismo. Ni temas nuevos, ni formas de narrar nuevas, ni lenguaje audiovisual rompedor, salvo alguna honrosa excepción de la que he hablado en otro lugar, y mucha subvención oficial. El resultado fue cansino y agotador, con algunos diálogos superficiales e incluso en alguna ocasión crueles.

Me hubiera conformado con recursos más modestos pero a la vez más rompedores: se cuentan por millones los jóvenes que filman historias con sus móviles y luego los tratan en sus casas con los medios disponibles. Se puede asegurar que algunos son muy buenos; de esto saben mucho los músicos que se toman en serio la difusión en plataformas como Youtube de sus temas y sus proyectos, en ocasiones muy ambiciosos. Eché a faltar algo de eso.


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