Zombieland. Double Tap. Crítica actualizada.

 




ZOMBIELAND: DOUBLE TAP


CRÍTICA Rüdiger Suchsland, basándose en la narración original escribió un guión y dirigió un documental que ha quedado como una crónica imprescindible del Hollywood alemán, una réplica de la Meca del Cine Norteamericana, que Goebbels quiso levantar a mayor gloria de Hitler y el III Reich, Hitler's Hollywood, que recoge el testimonio de los impulsores de este proyecto que descartaba la ciencia-ficción y el terror por parecerse más que ningún otro género a la realidad. Desde que el hombre cogió una pluma e inventó el papel, hasta llegar a Poe, George Orwell o H.G.Wells, pasando por Dickens y tantos otros, la distopía encontró un lugar privilegiado en la literatura primero, y el cine después, entre otras razones porque, más allá de desvelar una parte de la realidad, satisfacían el deseo de sus lectores y espectadores de ser entretenidos, y nadie ignora que el villano es más atractivo que el bondadoso, una observación que sirve también para constatar lo real. A este hecho conocido por todos, artistas y público, los abundantes terraplanistas y objetores de las vacunas y los medicamentos, de la ciencia en definitiva, - los hay de todos los colores políticos, con un nexo de unión: su populismo, que permite argumentar sin entretenerse demasiado en justificar lo que se dice -, incorporan una reflexión absolutamente marciana: los impulsores de la revolución tecnológica, ya sean chinos o norteamericanos, llevan tiempo diseñando un virus que favorezca replegar a todo el mundo en su casa y someter a las gentes con el instrumento del miedo; la mayor prueba reside, no en la capacidad de observación de que han hecho gala todo tipo de artistas de la realidad que nos circunda (desaparición de millones de especies animales, tormentas perfectas cada vez más abundantes, deshielo de los polos, contaminación exagerada...), sino en la participación en un plan mundial de todos los que escriben, hacen películas, fotografías, documentales, cuadros... 


Columbus divide a los zombis que buscan en el cerebro de los demás la materia gris de que carecen en Homers ( no sé si es arriesgado agruparlos como cabezas de familia), Hawkings o científicos, en honor de Stephen y su hermana Beatrix, o uno más peligroso: el Ninja, porque se introduce en tu vida sin que te enteres. Al final del recorrido, y tras una serie de mutaciones aparece uno todavía más fuerte y como consecuencia prácticamente indestructible: el T800 (Terminator 800), aunque no hay nada que se interponga en el camino de un redneck, (granero de votos de Trump), al que le gustan los pastelitos de los supermercado ricos en calorías. Lo que nadie podía prever es que todo aquello que nos mata sólo podemos evitarlo alejándonos de ello, sea lo que sea, y que en estas 'fiestas' los mayores se llevan la peor parte. De todo esto habla la segunda parte de esta posible saga, cuya promoción en cines , vídeos y merchandising quedó interrumpida por la expansión de una enfermedad, cuyo comportamiento nadie podía predecir, porque nadie había dispuesto de un laboratorio tan grande como el planeta entero, del mismo modo que nadie sabe qué va a pasar si se recrudece la epidemia, aunque ya se sepa que no afecta a todos por igual, y que han sido,precisamente, los que han defendido la supremacia de la raza caucásica, desde sus posiciones privilegiadas de poder, los que no sólo han enfermado los primeros, sino los que, en muchos casos, lo ha hecho más gravemente. El cine recurre a figuras retóricas que favorecen un uso desplazado o simbólico del lenguaje, y, en lugar de esconder a aquellos infectados que piensan que no tienen solución, practican su triaje con un tiro directamente a la cabeza de los que ya parecen incluso haberla perdido. 

Ninguna metáfora o metonimia a la que no haya recurrido el cine desde antes de que Coppola comprara su primer ordenador y fundara con George Lucas American Zoetrope. En el film de Ruben Fleisher todos nos sentimos concernidos, ya seamos estudiantes pijos, pseudo-hippies del Berklee College of Music, que no engañan a nadie ni pueden ocultar en todos los casos su mediocridad; chicas kitchs desfasadas, cursis y horteras, cuyo referente es Reese Witherspoon en un 'Una rubia muy legal', un modelo que profundizando en el ridículo y el infantilismo más deplorable reproduce que Brie Larson es su opera prima 'Tienda de unicornios', que produce vergüenza ajena. También tiene 'leña' para los pacifistas que se reúnen en comunas y que son incapaces de defenderse ante cualquier agresión. Hay quien afirma que la ironía es destructiva, y, si bien, en este caso Fleisher ha optado por ningunear al actual ocupante de una Casa Blanca en ruinas, protegida por estos seres que ni están vivos ni están muertos, no se ha contenido ni siquiera en la desacralización del logo de una de las compañías productoras, Columbia, que protagoniza uno de los gags más inesperados y divertidos del film, que impacta al público que lo ha reproducido en las redes, y deja una huella similar a la del fundido de la montaña de la Paramount con la ficticia de Indiana Jones. Un tono que no solo abre el relato, sino que también lo cierra, cuando, con toda probabilidad, un espectador poco avisado habrá abandonado la sala tan pronto hayan empezado a desfilar en la pantalla los créditos finales, una broma en la que Bill Murray hace de sí mismo mientras dedica un guiño a los espectadores de la vieja Europa. Zombieland: Mata y remata es una película que se vio afectada por la pandemia que interrumpió la promoción de sus vídeos domésticos e incluso su viaje por algunos cines. Ahora, (nos ocurriría los mismo con 'Infectados', '28 días después' o incluso Zombis Party') parece que todo lo que ocurre en el film, en tono gamberro y divertido, sin dejar títere con cabeza, nos está pasando, y algunos han comenzado a fabular con lo que ocurre en los bordes de la Tierra

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