Los asesinos de la Luna. Martin Scorsese. Crítica.

 



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No le falta razón a Joseph Convafreu (Europa Press) cuando denuncia que, con frecuencia, determinadas palabras adquieren la categoría de armas políticas en las guerras. Tampoco le falta razón a David Rooney cuando afirma que Scorsese reaparece con "una narración extensa y densamente trazada que exige mucha atención" de su público, que no puede ser calificada de Western porque no apunta a la marcha de los pioneros hacia el oeste, sino que se desarrolla en un territorio propiedad de una tribu india, los Osage, un pueblo aborigen que no atravesó la actual 'Ruta 54', que cruza los EE.UU. de este a oeste, (un itinerario que siguieron muchos pioneros en busca del 'Dorado'), sencillamente porque ya estaban allí desde siempre, y el destino les quiso premiar con otra variante de un mineral más preciado que aquel por lo que muchos colonos recién llegados, los rostros pálidos, morían: el oro negro, el petróleo, que la nueva sociedad industrial necesitaba como carburante para iniciar su expansión. Pero no sólo  les cayó del cielo esta suerte, sino que el momento elegido por el destino fue el más propicio: los locos años 20, en los que se llenaban las calles de coches, aparecían los chóferes y Scott Fitzgeral  creaba una figura emblemática que simbolizaba el momento: El Gran Gatsby. Un personaje que pisó muchos callos y que empujó al creador del canon literario, Harold Bloom, a poner en el llamador del picaporte de su puerta el rostro del escritor para que la aldaba le diera de lleno en el rostro cada vez que alguien tocaba a su puerta.

Scorsese encierra su relato entre una secuencia que actúa como preámbulo contextualizador temporal de la historia, en el que alterna imágenes de entierros de mujeres jóvenes Osage, un hecho que hubiera levantados las sospechas en cualquier colectivo civilizado, con el lujo de una población blanca que se desplazaba en coches lujosos, muchos de ellos conducidos por un chófer, un detalle que no es baladí, y da paso a continuación a una extensa narración en la que pululan una gran cantidad de personajes de ambas etnias en convivencia, que obligan al espectador a estar muy atento para poder seguir la trama que el director y su guionista Eric Roth (Munich de Steven Spielberg)  van construyendo, Concluye con un epílogo muy clarificador, en el que destaca la figura de J. Edgar Hoover, que convierte 'Los asesinos de la Luna' no sólo en una obra maestra, sino en una película atemporal, una razón que la hace singular,  en la que las víctimas son otras y por otras razones, y el vigilante no es ajeno a lo que sucede. En ningún momento sabemos si el personaje interpretado por DiCaprio, Ernest Burkhart, (no solo uno de los mejores papeles, sino el más brillante, que ha interpretado el joven que protagonizó 'A quién ama Gilbert Grapes' de Lasse Hallström¨, que interpretó a J.Edgar Hoover en el film homónimo de Clint Eastwood).

En el cuerpo de la narración los protagonistas son Leonardo DiCaprio y Robert De Niro, el alfa y el omega de esta sociedad intrascendente, que no es consciente de su perversión, (al menos en apariencia; hay confesiones muy inquietantes), que hace buena la doctrina de 'la banalidad del mal' de Hanna Arendt con mucha más precisión, y que se revela en la última secuencia que protagoniza el joven californiano, que no admite dudas. Es ahí, en ese cuerpo central, que dura tres horas, en el que el público se la juega en múltiples aspectos, especialmente en el grado de consciencia de Ernest, de la inocencia de Mollie Burkhart, su mujer Osage, su relación con sus amigos o con su tío,  William Hales, interpretado por Robert De Niro, etc., con los que el espectador no logra siempre conectar, ni tan siquiera conocer la causa de su protagonismo en cualquier esfera. Pero no importa. Vivimos en una sociedad gaseosa en la que el hombre no se ocupa  de profundizar en estos temas. ¿Es esto lo que nos ha querido decir Scorsese? Yo pienso que sí. Otros pensarán otra cosa, pero es muy difícil penetrar en el ánimo de un cineasta de  81 años cuya vida ha sufrido muchos vaivenes, que nos regaló obras como 'Uno de los nuestros' (1960), que abordaba las consecuencias del macccarthismo y la Ley Volstead,  'Taxi Driver', (1976), sobre el fascismo cotidiano de las clases bajas, 'El lobo de Wall Street', (2013), en torno  a la última crisis de la bolsa de New York de 2008 o la inolvidable 'Shutter Island' (2010), una de las más oscuras que se une a tantas otras que convierten su legado en imprescindible. Ahora nos deja una herencia (parece que pretende hacer dos películas más, cuando ve tan de cerca, en su propia esposa, los estragos de la edad) inigualable de su paso por la vida, justo en un momento nada complaciente.  Un relato de uno de los grandes, 'uno de los nuestros', que no debemos despreciar.


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