Puro Vicio. Comentario.




Ficha técnica, sinopsis y crítica.

Comentario:

Lo más elocuente de esta película, que para algún que otro crítico completa una trilogía sobre Norteamércia de Paul Thomas Anderson, constituida por There Will Be Blood (Pozos de ambición, 2007) y The Master (idem, 2012), es que todos los elementos que conforman la grave crisis que estamos padeciendo, ya estaban presentes en la década de los 60 del siglo pasado. El director californiano señala con su dedo acusador a la verdadera casta, constituida por la poseedora de los medios de producción, que se integra en una especie de club instalado en un barco, 'El colmillo de oro', símbolo de la avaricia, que se desplaza libremente por el mundo, y que utiliza para sus trapicheos a viejos hippies y drogatas, integrantes de la poscultura y posmodernidad norteamericana, a cambio de renovarles una dentadura, perdida a causa del consumo de drogas fuertes; los sólidos colmillos de oro acabarán con los que se atrevan a contradecir a los poderosos.

Pero si a alguien le cabe la menor duda y cree que forma parte de la 'casta', porque se ha convertido en algo más que un mileurista, Larry,  en el mayor negocio que realiza con la alta delincuencia, integrada en corporaciones-tapadera, que cuenta en sus filas con juristas, policías, abogados, constructores, médicos de prestigio o dentistas de lujo, en el que devuelve un enorme alijo  a cambio de la libertad de un pobre diablo, (Own Wilson), que ha tenido una hija que no conoce, privado de libertad al integrarse en la secta, tras renunciar a cualquier compensación económica, y preguntar al capo, acuciado por la curiosidad, cuanto dinero debiera haber pedido para merecer su respeto, éste le contesta que perdió toda la dignidad que le hacía respetable, cuando pagó su primer alquiler. Así que, tranquilos, si pagamos, o hemos pagado una parte importante de tiempo de nuestras vidas, alquiler o tenemos una hipoteca a veinte o treinta años de un piso barato, no somos casta de nada, sino unos pobres pringados que apenas llegan a final de mes y no tiene fondos de reserva para hacer frente a gastos modestos aunque inesperados.



Joaquin Phoenix, a costa de realizar los papeles de sus últimas películas, I'm Stil Here (Casey Affleck, 2010, o The Master (2012), va a resultar difícil de recordar como el hombre atractivo que es. En el film representa a un raro doctor (¿un psiquiatra?), Larry Sportello, en cuyas manos nadie se pondría en la realidad: anda descalzo, con los pies sucios, fuma delante de sus pacientes, no se lava el pelo y ni tan siquiera se peina, y al parecer es más buscado por sus relaciones con gente extraña, antiguos hippies, que en la actualidad están encarcelado,  son o nazis-judios (han descubierto el poder de la alianza de la inteligencia y el dinero),  o viejos panteras negras, y su adicción a las drogas y su apariencia hippie, que no ha abandonado ni piensa abandonar. En este tipo de actividades choca, en una particular buddy movie, con un detective, Christian 'Bigfoot' Bjiomsen (Josh Brolin), que come plátanos rebozados en chocolate para apaciguar el  estado de crisis nerviosa constante, producido por el acoso constante de una mujer dominante que controla sus llamadas telefónicas, y que provoca un desdoblamiento de su personalidad, que al parecer trata Sportello: duro en el trabajo,ridículamente ninguneado en casa. Ambos se necesitan y se complementan, aunque a la vez se hacen todo el daño que pueden, protagonizando las secuencias más divertidas del film.






Se ha dicho que Paul Thomas Anderson es un director tan "actual como adelantado a muchos de sus coetáneos,entre otras cosas, por un cine cuya narración viene sostenida tanto por un desarrollo más o menos lineal  y coherente de la historia como por una postura más sensorial, más sensitiva, de la trama.(...) va creando un sentido de ánimo, modulado perfectamente y con una enorme capacidad para ir pasando de momentos dramáticos a otros surrealistas." (Israel Paredes Badía). La primera vez que aparecen Larry (Phoenis) y su ex-novia Shatsa (Katerine Waterson), ella antigua porrera, él drogata en activo, están iluminados desde el exterior de la estancia, con luces de neón, como Kim Novak en Vértigo (Hitchcock, 1958), o Jude Law en 'My Blueberry nights, (Wong Kar Way, 2007), las mismas que se utilizarán para inscribir en la pantalla el título del film, que dotan a los protagonistas de un aire nocturno y vividor, que los aleja del mundo del orden y la esclavitud que impone el gran especulador Michael  Z.Wolfman (Eric Roberts) y su estrafalaria guardia de corps, constituida por moteros. Este hombre descubre, de la forma más absurda, a través su amante, su esposa y el amante de ésta, que ha estado obteniendo dinero de forma espuria y abusiva, al cobrar los alquileres a unos inquilinos, a los que debiera haber dejado vivir gratis en las viviendas de las que era propietario; claro que tras ceder sus derechos, los beneficios van a parar a estos personajes y los pobres arrendatarios continúan con su  'mala suerte'. Shatsa, que ayuda a recluirlo, acaba despedida y refugiada en casa de su antiguo novio, el drogata Larry, reconociendo ambos que su amor es imposible.

Este mundo sórdido, sucio, ya sea sólo en la forma, como ocurre con Larry, o en la forma y en el fondo, como sucede con sus enemigos, limpios por fuera , mugrientos y asquerosos  por dentro, degradado y degradante, en el que apenas cabe un buen sentimiento, aunque sólo sea el deseo de un amor eterno e imposible, es una constante del cine de Anderson, ahora con connotaciones sociales. Cuarenta años después del momento que contempla en su película, el colmillo de oro demostró el daño que era capaz de hacer; la pérdida de facultades, la somnolencia constante por el abuso de las drogas, muy generalizado en todos los estratos sociales de la sociedad americana, se convierte en una metáfora de un pueblo adormecido, incapaz de ver de antemano lo que se le venía encima. El atrevimiento y la osadía de Phoenix, cuyo rostro pasa de la insolencia más audaz al temor más profundo, se convierte en el paradigma del mundo en que vivimos.



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