Asesinato en el Orient Express. Crítica.




Ficha técnica, notas de producción, fotografías, cartel y trailer (Pinchad aqui)



Crítica:


Sirviéndose de una enorme fuerza centrípeta, el director y actor Kenneth Branagh, el gran adaptador de Shakespeare, el intérprete histrionico por excelencia, ha logrado concentrar todo el interés en torno a su propia persona, dejando exánimes, exangües, inanes y sin alma, no solo al gran puñado de actores con un gran carisma del que se ha rodeado, ya se trate de Judi Dench, Johnny Depp, o el emblemático Willen Dafoe, arrinconado y con un papel con el que no puede dar sombra ni a la insignificancia de la presencia de Penélope Cruz, que de no ser bien conocido el relato de Agatha Cristie, totalmente embrollado en esta versión, más de uno desearía, (yo entre ellos), que fuera la asesina, razón por la que siempre esta en la esquina del encuadre, a punto de escapar y desaparecer.




Sólo parece importar el ególatra intérprete de Hércules Poirot y sus extravagantes bigotes, que cuida con un protector que tiene la misma forma que el exótico mechón de pelo que circunda el labio superior del repelente detective mientras duerme. En esta especie de panteísmo que impone uno de los directores más canónicos de la historia del cine, guionista y actor dramático y cinematográfico británico, muy conocido por haber dirigido y/o actuado en adaptaciones de obras clásicas  shakesperianas (Enrique IV, 1989; Mucho ruido y pocas nueces, 1993; Otelo, 1995; Hamlet, 1996...), llega a abrumar al espectador abducido por él. El trabajo espectacular de la dirección artística, el diseño de producción, la fotografía, o cualquier otro aspecto técnico apenas importa más que el decorado más simple de un teatro, ante la expansión de Branagh llenando el encuadre, dominándolo todo y monopolizando los chistes, las advertencias, y la sutileza de las pesquisas. El resultado final, después de los arduos esfuerzos realizados, es tan filiforme como el espacio fílmico de un tren que se intentaba evitar.




Peter Debruge (Variety) habla de infame giro final, y la verdad es que sorprende esa imagen de todos los viajeros del tren a la entrada del túnel que evoca 'la última cena', con unos personajes entre los que se esconde un 'asesino'. Quizá tenga razón Carlos Boyero cuando dice en voz alta que hace una remake "con voluntad de estilo, de encontrar una narrativa visual que se aparte de las normas básicas del blockbuster", que se puede interpretar como más que bien financiado pero frío, carente de emoción y muy enrevesado; no es que uno no se entere de toda la trama a la que se remite el crimen que se ejecuta en el tren, sino que, después de flirtear con los múltiples personajes que pululan por los vagones, todos ellos relacionados de alguna forma entre sí, dedica muy poco tiempo a explicar su implicación en los hechos que investiga Branagh/Poitot. "Intriga típica de Christie al reunir a varios personajes, todos ellos sospechosos, en un espacio limitado y cometerse el crimen en un recinto del que aparentemente nadie pudo salir y únicamente la víctima entrar  dice Luís Martínez (Diario 'El Mundo'). El problema radica en que tardan tanto en aparecer como sospechosos  que no logra intrigar al público cuando el inspector introduce sus dudas.




Oti Rodríguez Marchante (ABC) denuncia que Branagh sólo añade tecnología  que da espectacularidad a una puesta en escena casi teatral, y algún preámbulo innecesario. Hay que precisar que las salidas del tren son puntuales, y son precisamente los preámbulos los que dan un tono irónico y desacralizador del famoso personaje de la escritora británica de novelas sobre crímenes, la única nota discordante y positiva del film. El juicio ante el muro de las lamentaciones de Jerusalén, llega incluso a ser irreverente, no sólo por la calidad de los sospechosos, los tres religiosos, representantes de las creencias que imperan en la ciudad santa, sino por la mierda que pisa Poirot cuando se dirige al lugar en el que actúa más como juez que como detective. Todo un disparate.






Así pues, Branagh logra algo casi mágico: defraudar a los amantes del blockbuster, realizado con las nuevas tecnologías y coherente con la moderna puesta en escena, la propia del siglo XXI, y al mismo tiempo frustar a los espectadores más canónicos y convencionales, que hubieran preferido un calco de la versión que realizó Sidney Lumet en 1974, a los que les sobra todo lo que no vaya al grano. Esto no es adaptar a William Shakespeare para un público acostumbrado al histrionismo que exige una puesta en escena teatral, es una adaptación de una novela a la gran pantalla, una historia acerca de la cual el espectador ya ha realizado su diégesis mental, por lo que hay que arriesgarse y tomar partido; quedarse en un no man's land o 'tierra de nadie' es mucho más peligroso.







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