La muerte de Stalin. Crítica.




Ficha técnica, sinopsis, premios, lo que se dice, fotografías, cartel y trailer (Pinchad aquí)


Críticas:


Ignoramos las últimas intenciones del film que nos presenta Armando Iannucci, aunque observamos que cualquiera  que se mezcle con el público en una sala de proyección se encontrará con un hecho difícil de explicar: ha provocado mas disgusto en quien, desde cualquier ideología, es partidario de las dictaduras y las tiranías (ya sean de origen fascista o comunista), mostrando su disgusto con ostentación, un sentimiento al que contribuyen las imágenes del estadista en coma tras un ictus en el suelo, impregnado de sus orines.





A diferencia de los filmes que abordan el nazismo , en los que los personajes se muestran rodeados de glamour, mostrados con frecuentes contrapicados que los engrandecen, engalanados con uniformes relucientes, botas brillantes, rodeados de bellas mujeres, disfrutando de la música de sus grandes clásicos, los rusos, mucho más anarquistas y desordenados en la muerte que esparcen por aquí y por allá, aparecen rodeados de mierda, en mansiones inertes y desangeladas, sin gusto, custodiadas por soldados de apariencia hambrienta y por lo tanto demacrados. La forma y el fondo se unen para presentar un régimen grotesco, que asesinaba sin clase, y cuyo dirigentes temían a todos, a todo, e incluso se temían entre ellos, dejando las hechos que provocaron las teorías de Milgram, cuyos experimentos fueron llevados al cine en 1979 Henry Verneuil en 1979 en I comme Icare, y en 2015 por Michael Almereyda en Experimenter: la historia de Stanley Milgram, en un juego para niños.





Los trabajos de este psicólogo de origen judío que en 1961 diseña un experimento cuyo objetivo es investigar la obediencia a la autoridad y demostrar que tanto el premio como el castigo tiene consecuencias en el aprendizaje, aunque desconoce exactamente su influencia. interesan a la humanidad . Los estudios del científico sobre la sumisión a la autoridad que se llevaron a cabo en la Universidad de Yale entre 1960 y 1963 interesaron también al cineasta francés que dedica el cuerpo central del film a transmitir, en una secuencia muy interesante, los estudios sobre la capacidad de obediencia del hombre y su sometimiento a la autoridad, mediante un sistema de educación inductiva que usa el castigo como metodología de enseñanza. El hombre, inducido, aplica códigos de castigo irritantes e idiotas simplemente porque ha recibido una orden, pero, a su vez, sufre un intenso conflicto emocional y sólo rompiendo con la autoridad puede alcanzar de nuevo el equilibrio. Si acepta el principio de autoridad, el sujeto se desentiende de cualquier responsabilidad. Si no sabe actuar sin esperar una directriz de los de arriba se produce un estado 'agéntico': el sujeto se somete a la autoridad y al hacerlo queda alienado de sus propias acciones.El individuo piensa que es solo un trabajo, que él no pone las reglas, que cumple órdenes. Es un individuo que hace realidad los mandatos de otro; la persona tiene elección, pero cuando decide asumir el rol sumiso es casi imposible volver atrás. ¿Acaso no hemos oido esto alguna vez de una persona próxima, aunque sea por azar?




El año después de iniciarse estos trabajos, 1962, Adolf  Eichman, teniente de las SS responsable de la solución final fue ejecutado en Ramala. Parece que Milgram inició sus estudios cuando comenzó el proceso y Hannah Arendt escribió sus famosos artículos sobre la banalidad del mal para la revista New Yorker, que acabaron convirtiéndose en un libro: Eichmann en JerusalénArmando Iannucci, no profundiza tanto en este tema, sino en otro colateral y derivado. Desaparecida la autoridad que los justificaba sus adláteres  intentan quitarse de encima las responsabilidades, porque si ellos no son conscientes, otros harán que lo sean, lo que explican por qué se esconden los verdugos cuando llega este momento. Lo suyo, lo de Armando Iannucci, es  la  comedia, que puede ser muy hiriente, aunque se detenga poco en el horror que precede a la muerte, en el que se insiste en el subgénero del nazismo, pero sí insiste en cómo todos hacen su catársis  por medio de un chivo expiatorio, y en el modo especial en el miedo que se tienen unos a otros, y elige nombres muy sonoros e integrados en el imaginario colectivo de los occidentales, como Molotov, convirtiendo en su protagonista a Nikita Jrushchov, destituido por un golpe de Leónidas Bréznev en marzo de 1964. unos acontecimientos que no abarca el film.




Más qué presentar unos personajes temibles, que dan órdenes o disparan ellos mismos aquí y allá algún disparo fortuito que desmentía lo que se representaba en la pantalla, lo que hace el cineasta escocés, experto en este tipo de juegos en TV, es ridiculizarlos in extremis, al tiempo que minimiza la espectacularidad de los funerales de Stalin, al suprimir los planos generales de las concentraciones de masas, que acudieron en masa de todas las partes del país a las exequias de su líder y fueron recibidas a tiros por unas fuerzas del orden que estaban al mando de Lavrenti Beria, encarnado por  Simon Russell Beale, un personaje con el que algunos críticos han establecido comparaciones con otros ministros actuales. Es difícil saber cómo  cada uno quiere pasar a la historia, si como un cruel asesino o un tonto ridículo, lo cual no quiere decir que no se muestre despiadado, pero a muchos, incluido Putin, les ha disgustado este tratamiento de los últimos tiempos del régimen comunista. La era de los dictadores llegaba a su fin en todas partes.





Es difícil aconsejar una película como ésta a quien no es declarado cinéfilo, le gusta el cine y quiere disfrutar de las diferentes perspectivas y puntos de vista. El film, advierten los críticos carece del glamur a que nos tienen acostumbrados las películas del III Reich; como hemos dicho la puesta en escena es deliberadamente cutre y bizarra y no hay piedad para los malvados. A partir de aquí el público es soberano. A nadie se le escapa que tanto los homenajes a los muertos como las sátiras pueden distorsionar la realidad, aunque lo que parece incuestionable es  que, cuando se desploma una estructura de poder, (ya sean regímenes, gobiernos o bloques con sus espionajes correspondientes), queda el miedo entre los antiguos colegas de ser denunciado por cualquiera de los otros del grupo para obtener beneficios penales. Entonces parece que todos olvidamos la banalidad del mal.




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