Virgen entre los muertos vivientes. Crítica.





¡Alea iacta est! No es la muerte que ha vencido a la vida, sino la vida que conduce siempre a la muerte.


Ficha técnica, sinopsis, cartel (Pinchad aquí).



Crítica:


Jesús Franco, en compañía de Pierre Quérut, y desde el papel del 'tonto útil' tan español, dirige  'Virgen entre los muertos vivientes', una película que parece no tener un título asignado definitivamente que corresponda mejor al mensaje del texto cinematográfico que, en realidad,  representa una fantasía  erótica masculina de la que se erige como emblema la pertinacia de Cristina, una joven muy desinhibida empeñada en buscar a su padre desafiando cualquier realidad. Mucho semidesnudo femenino para disfrute de voyeurs vivos o muertos y algún desnudo integral posado sin complejos han aconsejado aparcar 'Virgen entre los muertos vivientes' al rincón de cine para adultos, a pesar de que muchas producciones actuales son más exhibicionistas  que la película que dirigen el español y el francés 'en comandita'. La juventud de las protagonistas hace el resto.

Termina en el lugar donde empieza, aunque no hay flashback y el viaje de que se habla se ha producido en realidad. Lo que si existen son dos dimensiones diferentes, la de los vivos y la de los muertos, que acaba impresionando al espectador, obligado a hacer compatible mentalmente la belleza extrema de la juventud y el deterioro y putrefacción de la muerte, simbolizada en un lago del que se dice que sus aguas son pútridas, aunque Cristina se baña con placidez en él, rodeada de románticos nenúfares. Un plano final parece haber inspirado ciertas imágenes de John Carpenter en 'El príncipe de las tinieblas'(1987), o en la moderna It Follows de David Robert Mitchell (2014).

El film, coetáneo del esplendor del giallo, reune dos características fundamentales: la belleza de las mujeres jóvenes, de piel blanca, cabello rubio y ojos azules, o de piel oscura, cabello negro y ojos marrones, y el predominio de la apariencia de vida en los muertos que las rodean. Mas allá de la falta de complejos de estas mujeres que muestran sus cuerpos desnudos a la mínima ocasión, y la relevancia que les da la cámara fija, sin estrambotes ni planos aberrantes, no hay mucho más escándalo que unos cuantos viejos mirones que se inmiscuyen en las prácticas contumaces de Cristina de gozar de su libertad de hacer lo que le place en cada momento, sin molestarse siquiera en pensar si alguien la puede estar mirando o no, o si su actitud entraña algún riesgo para ella.En este aspecto, puede resultar hasta inocente, aunque esta sencillez del relato acaba sobrecogiéndonos.




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