The Crown. Creador: Peter Morgan. Crítica.

 



MATRIMONIO POR DEBER, SIN ESCRÚPULOS Y COBRÁNDOSE CABEZAS. LA INSTITUCIÓN Y SUS PRERROGATIVAS  SON  LO QUE IMPORTA, JAMÁS EL INDIVIDUO.


Ficha técnica, lo que se dice (Pinchad aquí).



Crítica:


La serie televisiva The Crown, que comenzó su andadura en 2016, inicia su cuarta temporada en Netflix, plataforma productora y encargada de su distribución, en este mes de noviembre del aciago 2020, año que muchos observadores irónicos han rubricado con el nombre de Stephen King, aunque su relato se retrotrae a finales del siglo pasado. Su creador, Peter Morgan, más conocido como dramaturgo, (figura en la lista de The Telegraph, entre las 100 personas más poderosas de la cultura británica, con el número 28), y escritor de  guiones para cine y televisión, -son conocidas sus historias de El desafío: Frost contra Nixon, dirigida para la gran pantalla por Ron Howard en 2008, o The Quin, de Stephen Frears, 2006 -, en esta miniserie, de la que hablamos hoy, formada por tan solo 10 episodios no sólo escribe la historia sino que articula el discurso como creador, que coordina a cuatro directores: Benjamín Caron, Paul Whittington, Julian Harrold y Jessica Jobbs. Curiosamente, cada uno de estos realizadores elige su propio editor, demostrando la realidad de que el cut & paste, el cortar o pegar, el montaje o la edición significativa son el verdadero sujeto de la enunciación, a pesar de que toda la serie tiene el tono de un director invisible que apenas dejar ver su estilo particular, una actitud que algunos definen como 'caso claro de arte que imita a la vida misma' (Ann Donahue, Indiewire). Ni música estridente, ni giros bruscos de cámara, ni estructuras circulares, ni nada que altere el 'real' (de realeza) y flemático estilo británico, que tanto gusta a quienes tienen la sensibilidad a flor de piel y no soportan salidas de tono.

Pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que el discurso sea neutro. La mirada de las cámaras de los diferentes directores es demoledora. La clase que mantiene unos privilegios que han decaído en el mundo entero, salvo escasas excepciones, es mostrada en un palacio decadente, en el que los papeles pintados de las paredes muestran los mismos desconchones que la institución de la monarquía, la pintura necesita una mano, los espejos no reflejan ni a un no-vampiro, y sus inquilinos no se muestran ni sofisticados, ni cultos, una decadencia que parafrasea Fagan cuando entra en los aposentos reales burlando a un funcionariado que no funciona. El conocimiento del protocolo sólo se hace difícil a quien le importa una higa, a una joven cándida y 'desilustrada' como Diana Spencer, que cuida niños sin la formación adecuada, por lo que realiza un trabajo no cualificado, como el que hace en casa de su hermana, el de limpiadora que cobra por horas, una falta de instrucción que la hace conectar con un pueblo no demasiado interesado por la cultura, cuya dimensión ha puesto al descubierto la primera pandemia declarada de un coronavirus . Una nobleza tosca, engreída y maleducada, que se permite probar en su finca de recreo de Valmoral a quien ha sido elegida por un pueblo al que esta mujer a la que los complejos han endurecido, una vez tomado posesión de su cargo, masacra con el paro, la guerra y el resto de jinetes del Apocalipsis, otra mujer dominada por el resentimiento de no pertenecer a la clase que envidia, y que desprecia, no sólo a los negros de Sudáfrica y su sufrimiento por el apartheid, sino a los blanquitos rechonchitos y vagos de la Blanca Albion. Ken Loach y Mike Leigh recogieron el horror que supuso para las clases menos favorecidas su gobierno, que generó un sustantivo nuevo de carácter distópico, una forma radical y despiadada de ejercer el poder: el thatcherismo . Una historia en la que tres mujeres, desgraciadamente protagonistas, son unas inadaptadas que causarán grandes problemas a su país. Diana era bulímica antes de conocer el engaño permanente del 'orejudo' Carlos con Camilla Parker Bowles. Una mezcla repugnante de cursis, horteras y parásitos. Lady Diana no es de la realeza, pero pertenece a la misma clase que su prometido, aunque ha sido incapaz de sacar no un título, sino, somo decía Chiquito de la Calzada, ni siquiera una etiqueta de 'Anís el Mono'. Lo que diferencia a la Presidenta del país de las otras dos es que, para bien o para mal, los mismos que jalean a la princesa en la calle, la han elegido para gobernarlos, y ella se lo ha pagado desollándolos vivos, comenzando por renovar a los ministros y rodearse de afines que al final la dejaron sola. ¿Será verdad que vestía siempre de azul?

¿Quién ha dicho que a los conservadores les importa más la economía, el laissez faire, que la política? Estos narradores desmienten esta creencia popular fomentada por los poderosos. A Carlos le interesa Verdi, no por su música, sino por su exaltación romántica de la unificación de Italia, que él interpreta como la posibilidad de concentrar el poder en pocas manos, y fomentar el nacionalismo excluyente cuando el imperio británico se estaba desmoronando y la única guerra que era capaz de ganar se libraba contra cuatro rebeldes que izan una bandera argentina en un muelle de unas pequeñas islas, las Falklands (las Malvinas), y contra  la expansión de un líder surgido de la Revolución Francesa: Napoleón; tampoco el futuro rey hace gala de muchas luces. Los románticos que reaccionaron contra el emperador expansionista (Mozart, Beethoven, Liszt, Chopin, y tantos otros), no sólo participaron en movimientos centrífugos, sino que lucharon por otras reformas que a la corona británica no le importaban nada. Margaret Thatcher comulgaba con Charles Mckay cuando afirmaba que quien participa en la refriega del poder y no tiene enemigos ha trabajado poco y es un cobarde redomado. Cuantos más ciudadanos empales y degüelles vivos, tanto mejor estadista eres. Así terminó, aislada de sus colaboradores y abandonada por su público. Peter Morgan y sus directores huyen de la manifestación de las imágenes que todos sabemos reales del fervor que despertaba una princesa, quasi adolescente, no muy intelectual, una buena esposa y mejor madre, a la que fascinaban las fiestas y el glamour. Pero no muestra el final aciago de esta chica que, de haber nacido pobre, igual le hubiera ido mejor, y advierte con mensajes impresos en la pantalla de que vamos a verla, arrodillada, de espaldas, delante del WC, vomitando, después de hincharse a pasteles. Sólo una vez nos la muestra, con una densa atmósfera por medio, metiéndose los dedos en la boca. La familia de Diana no existe en esta historia, su madre es una reina que pasa de ella, y el protocolo es un juego de gestos para cubrir las apariencias.

De este modo, a pesar de que cámaras tranquilas y músicas escasamente estridentes, ni siquiera las melodías actuales, que dan al film una aparente forma de feel good movie, el resultado no es amable para sus personajes, pero sin llegar a los excesos de 'La favorita' de Yorgos Lanthimos, cuya protagonista, la reina Ana del siglo XVIII, interpretada por la misma actriz que representa en The Crown a la Reina Isabel II, Olivia Colman, representa una forma de hacer diferente que se explica por el interés del griego basado en la creencia de que hay que mojarse , ya que "cuando ruedas una película ambientada en otra época, siempre es interesante ver cómo se relaciona con la nuestra. Te das cuenta de cuán pocas cosas han cambiado aparte del vestuario y el hecho de que ahora tenemos electricidad o internet. Hay muchas similitudes aún vigentes en el comportamiento humano, la sociedad y el poder", Si nos fijamos en los calificativos que emplean los críticos, veremos la diferencia entre un autor que quiere comunicar algo más que simplemente contar una historia, y aquel que, quizá sometido a condicionamientos sociales, supedita su historia al respeto de una institución. Del film se dice que tiene un guion soberbio, no sabemos bien a qué se refiere (David Griffin, IGN); magníficas interpretaciones (unos cuanto críticos); claro caso de arte que mira a la vida (Ann Donahue, IndieWire); serie impecable (Terri White, Empire); adictiva y sigilosamente absurda (Caroline Franke, Variety)...Si bien la mayor parte coincide en que es la mejor temporada de la serie.

Disponible en Netflix.

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