Tal para cual. Stuart McDonald. Crítica

 



CUESTIONAMIENTO DE LA NUEVA VISIÓN DE LAS RELACIONES ENTRE DIFERENTES, DERIVADA DE LAS TEORIAS SCHMITTIANAS  DE LA LUCHA POR EL PODER.


El film que dirige Stuart McDonald no es una obra maestra, y la calificación de 6,1 que publica la página norteamericana Imdb, basada en la valoración de 2,500 de sus usuarios, está bastante ajustada a la calidad del texto cinematográfico, que según Courtney Howard (Variety) toca la fibra sensible más sana, y es a la vez una historia encantadora, simpática y fácil de digerir...; le atribuye algún piropo más; según Jennifer Green (Common Sense Media) gustará a los espectadores que quieran un material fácil de digerir, romántico, predecible y agradable. Vamos a pararnos un poco ahí.

Gracias a plataformas como Netflix los espectadores han podido acceder a una sinfín de series y películas que produce como churros la Hallyu Wave coreana, que son muy bien recibidas por la prensa y el público occidental que buscan información de un Oriente que crece sin cesar y copa los primeros puestos de la nueva era tecnológica. Da  la impresión de que incluso en políticas de género han avanzado más que Occidente, así como en la concienciación de una población que, consciente de que  instituciones como el matrimonio, o simplemente la pareja, constituyen un gran handicap para el desarrollo personal y la conciliación de la vida familiar y laboral, por lo que se proclaman misógamos y huyen del beso del compromiso que los ate en el futuro, una realidad que se hace manifiesta en cada una de sus películas y series, incluidas las de época. Es obvio que la sociedad occidental ha desacralizado la práctica del sexo, que necesariamente no comporta un compromiso, y que es más fácil observar en los relatos construidos con imágenes.

Stuart McDonald nos cuenta una historia en la que las mujeres han abandonado definitivamente el rol de cuidadoras, y realizan trabajos que hasta hace muy poco eran exclusivos de los hombres, y no sólo como ejecutivas, sino como esquiladoras en una granja australiana, constructoras de cercas, conductoras del ganado con motos, no con perros, participantes en peleas en los bares, bebedoras como los hombres, jugadoras de billar o participantes en lanzamiento de dardos. Ninguna diferencia, incluido el cuidado de las instalaciones, como los servicios, que presentan un estado de suciedad y descuido propio de Trainspotting, designando esta penosa tarea a la recién incorporada. El contacto directo con la naturaleza agudiza los sentidos, y a ello se une el hecho de que 'el capataz' sea Adam Demos, el protagonista de Sex/life, un sex symbol masculino, que se fotografía desnudo, y que muestra constantemente la exuberancia de sus músculos. Entre las 'mujeres', (no está claro qué quieren ser), hay una pareja de homosexuales que han decidido tener un hijo mediante fecundación artificial, un hecho que a nadie causa extrañeza.

Entre la población masculina hay de todo, como entre la femenina (incluyendo en los dos grupos tanto a los binarios, como a los no binarios, según su sensibilidad), machitos, sensibles, camaradas, aunque predomina, como en cualquier sociedad, la buena gente, que, a veces, es la que menos se manifiesta. No hay una mirada sobreprotectora contra nadie que no ha pedido ser protegido, y lo que satisface más es el buen rollo de una sociedad que, mayoritariamente, ha asumido el cambio de roles, sus iconos sexuales, que poco o nada tienen que ver con su capacidad para hacer bien su trabajo, sus seguridades y sus inseguridades. El poder vivir en una sociedad normalizada, no carente de todo tipo de conflicto, en la que la emprendedora de la granja es una mujer, y su hermano es teóricamente un subordinado, es lo que convierte esta pequeña célula en una historia amable, un feel good movie que mira sin prejuicios la nueva sociedad que se está generando. Puede que a algunos les parezca tonta, y les guste más la historia de Titane, (Julia Ducournau), aunque esta carencia de conflictos extremos es quizá más corriente. Claro que plantea el inicio de los romances y no se centra en el aburrimiento y el desgaste de la pérdida de la pasión, del desamor, que aparta a otros pueblos, que tienen siempre presente que en todo acontecimiento humano, incluida la propia vida, hay un nacimiento, un desarrollo y finalmente un desenlace no agradable. Los protagonistas de las series coreanas no pueden tampoco resistir las emociones y los sentimientos que genera una pasión amorosa y, a pesar de resistirse a iniciarla, como en la vida misma, acaban cediendo a sus impulsos, cuando la razón les advierte de que se están equivocando. La historia cinematográfica acaba cuando comienza el verdadero relato de la vida en pareja. Stuart McDonald sitúa su romance en una sociedad que ha superado muchas desigualdades y ha limado muchas aristas, puede mirar a un hombre como objeto del deseo de cualquiera, aun a sabiendas de que eso también se va a acabar.

Cierto que el film está jalonado de tópicos, que recurre de nuevo al cuento de la Cenicienta, aunque la protagonista de esta historia ya ni barre, ni lleva trajes sucios, ni aguanta a una madrastra, sino que es una eficiente e inteligente ejecutiva con más iniciativa que muchos de los hombres que la rodean, y que, cuando tiene que realizar trabajos físicos agotadores, se pone al nivel de unas compañeras que han realizado un largo viaje en su desarrollo personal, que saben trabajar duro y divertirse, y a las que nadie osa aconsejar sobre su orientación sexual. Hay mucho conflicto en unos sectores de la sociedad, y mucha praxis cotidiana que no se diferencia mucho de la sociedad que diseña Stuart McDonald, y, un poco de relax se agradece. Nos permite pensar más y mejor. 

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