La favorita. Yorgos Lanthimos. Crítica





Ficha técnica, sinopsis, algunas notas de producción (Pinchad aquí)


Con un guión de otros, Deborah Davis y Tony McNamara, el griego Yorgos Lanthimos hace lo que siempre ha hecho: intentar explicar la historia con un método inductivo que va de lo particular a lo general. Hasta este momento su objetivo era denunciar a la burguesía, sus eufemismos, su rechazo del dolor, su incapacidad de vivir en pareja, -una incapacidad que se extiende a todas las capas sociales, con la particularidad de que las clases más bajas no pueden aspirar a romper sus familias y pechar con el coste económico de una separación, algo que esporádicamente acaba en tragedia -, o las negligencias de ciertos profesionales liberales, capaces de sacrificar a sus propios hijos en favor de mantener su estatus. Sus opciones estéticas (cámaras tan aberrantes como el diseño de sus personajes: contrapicados, travellings reiterados, ojos de pez, grandes angulares...), permanecen y adquieren tal fuerza que dotan de una solidez inusitada a sus tres protagonistas femeninas y al único masculino que ocupa el primer plano, Robert Harley, Primer Conde de Oxford y Mortimer, interpretado por Nicholas Hoult. El primer y el último plano lo ocupan los 17 conejos que sustituyen a los hijos nonatos, los nacidos muertos, y el único que logró sobrevivir hasta los 11 años (según otras fuentes fueron 19). La imagen que cierra el film es muy oscura y difícil de interpretar, en la que se mezclan estos  totems animales , fundidos con las imágenes de las protagonistas. 

Lanthimos  construye su diégesis en torno a tres mujeres, sacando del plano el coadyuvante necesario de esos 17 hijos frustrados, Jorge de Dinamarca, el primer elemento de extrañamiento de los muchos que pondrá en juego el autor. Sitúa a estas tres féminas en el centro de una vorágine histórica, en un momento en el que se estaba construyendo el mapa de Europa mediante la Guerra de Sucesión Española, en el que los contendientes luchaban, no solo por acabar con el imperio español, sino por repartirse sus despojos, dejando heridas abiertas, como las erisipelas que causaron la muerte de Ana Estuardo, la primera reina de Gran Bretaña: tendencias centrífugas de Escocia y Cataluña, que militaron en el bando contrario al de los franceses, conflicto de Gibraltar... Esta es la razón por la que da entrada en su historia a John Churchill, Duque de Marlbrough, esposo de Sarah Jennings , Lady Sarah Churchill (Rachel Weisz), que capitaneaba sus tropas en el frente francés, y al whig Robert Harley, representante de una naciente burguesía que no estaba dispuesta a pagar la factura de los caprichos reales. Fue durante el reinado de Ana cuando se consiguió la precaria unión de Inglaterra, Escocia y parte de Irlanda (nadie ignora los conflictos constantes de esta maniobra política), por la que la monarca fue reconocida como la Primera Reina de Gran Bretaña,  a la que no debemos confundir con Ana de Bretaña, como ha hecho algún crítico, una realidad que parece a punto de resquebrajarse.

Pero el griego tampoco olvida que se aceleraba el proceso de la revolución industrial, que los nobles terratenientes cercaban sus campos (enclosures; en España los reyes apoyaron el paso de los ganados por sus cañadas, atravesando los campos y pisoteando los cultivos) y que los whigs se imponían a los conservadores tories, propietarios de tierras,  cuyo jefe Robert Harley consiguió el apoyo prolongado de la reina, siendo el único hombre al que Lanthimos deja entrar en el grupo de protagonistas, cuya situación de privilegio se mantuvo incluso cuando su grupo era sustituido en el poder por sus adversarios. Los tories y los whigs siguen presentes en el parlamento británico, aunque hayan evolucionado hacia grupos como los conservadores (que mantienen la denominación de tories) y los laboristas, que influenciados por las Trade Unions y sus ramificaciones posteriores, nacidas al calor del movimiento obrero, fueron decantando al grupo hacia la socialdemocracia.

Situada la tríada femenina en la situación en la que al realizador le conviene, el muchas veces denominado hermético y pretencioso, atípico, provocador y rarito (Carlos Boyero),  o visionario y loco por otros, con su gramática indecorosa y ultrajante, y a la vez humillante y para algunos vergonzosa, nos acerca a la realidad, a pesar de utilizar efectos de extrañamiento que resultan más poderosos que el discurso de otros realizadores que buscan el efecto verité y el narrador objetivo, que les aproxime a la realidad, olvidando que esta misma realidad  tantas veces invocada está bajo sospecha (Juan Miguel Company), como nos recuerda Don Fogelman en 'Como la vida misma'. Las tres mujeres funcionan como tres iconos de un mismo modo de ser fémina. La reina tiene el poder, Sarah la capacidad de dirigir los asuntos de estado y Abigail la osadía de quien lucha por su supervivencia. Las dos mujeres, subordinadas a los caprichos de la monarca, aceptaban las prácticas corruptas que suponían someterse a los deseos sexuales de una reina sin principios éticos ni morales, empoderada, que hacía lo que podía, mientras sus favoritas hacían lo que les dejaba una mujer débil e ignorante.

Con una atmósfera visual que lo aproxima a Peter Greenaway, y en especial a su film 'El contrato del dibujante', (1982), contextualizado en la misma época, y performada con un lenguaje audiovisual más crudo y provocador si cabe que el del realizador británico, nos mete de lleno en la alcoba de una reina enferma de gota, cubiertas sus piernas de llagas, inflamada, doliente, pintada como un tejón, parafraseando a la sincera Sarah,  que combina su sufrimiento extremo con el placer sexual de revolcarse con sus favoritas, haciendo testigo a su público de la carencia de dignidad de quien ejerce el cargo más digno de un estado, y la ausencia de pudor y caridad de quien está dispuesto a todo con tal de prosperar, degradando al resto de los que pululan por la corte que no solo silencian sus excesos, sino que potencian las posibilidades de que esta mujer obtenga las satisfacciones que el mismísimo dios parece otorgarle. Por esta razón, haya escrito el guión o no, el film lleva la firma de Lanthimos, y, si los pecados de la burguesía eran grandes, los de aquellos que ostentaban el poder cuando las dinastías absolutas daban sus últimos coletazos eran prácticamente inenarrables; su representación sigue molestando, como demuestran los calificativos de que se ha hecho acreedor el director. Un buen ejemplo es la 'noche de bodas' de Abigail con Sam Mashman (Joe Alwin), que demuestra que humilla quien puede, lo que no es en absoluto intrascendente. ¿Esta loco Lanthimos? En absoluto. Más bien parece seguir las recomendaciones de Bertolt Brecht, para despertar las conciencia adormecida de una sociedad indiferente, un autor que no pudo conocer las posibilidades que ofrecían el cine y las tecnologías que iba incorporando para crear elementos de desfamiliarización y extrañamiento. Se ha dicho que la elección de un film de época, con un guión escrito por otros, moderaría la procacidad de nuestro realizador, un griego que tiene mucho que decir y que ha decidido no despreciar las posibilidades que le ha ofrecido la industria para amplificar su discurso.Va a ser que no.

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