Maravillosa familia de Tokio 2. Yôji Yamada. Crítica


Cines con solera transformados en restaurantes y cafeterías



PARA COMPONER UNA MÚSICA BELLA LAS DISONANCIAS SON NECESARIAS;  EN LA PARTITURA DE LAS RELACIONES FAMILIARES, A VECES, LAS DISONANCIAS TAMBIÉN SON NECESARIAS


Ficha técnica,  Sinopsis, críticas (Pinchad aquí)


Crítica:


Se ha despreciado por ciertos sectores de la crítica la secuela de una saga que inicia 'Una familia de Tokio', que dirige  Yôji Yamada, comparándolo con el trabajo de su predecesor, el maestro Yasujiro Ozu, obviando el paso del tiempo desde que  se hizo 'Cuentos de Tokio' . En Noviembre de 2013 escribíamos sobre este film, al que Yomada rinde un culto nostálgico al final de 'Maravillosa familia de Tokio 2': "Todo esto lo narra mostrando un mundo que se acaba y otro que comienza: las casas frágiles con puertas que se deslizan y permiten separar espacios en determinadas circunstancias y ampliarlos cuando interesa; cocinas claustrofóbicas, ausencia de sillas lo que obliga, incluso a los ancianos, a descansar en una incómoda posición, sentados de rodillas, descalzos y enfundados en sus incómodos kimonos. Junto a estas casas tradicionales elevadas chimeneas, filmadas en planos contrapicados, anuncian la industrialización acelerada del país, cuya prosperidad todavía no había alcanzado a los nacidos durante la gran guerra, a pesar de haber obtenido licenciaturas en las Universidades, gracias al esfuerzo de sus padres, pobladores de pequeños pueblos ancestrales. El día que muere Tomi nace esplendoroso, anuncia calor, y nos recuerda que ya han pasado los tiempos que denunciaba 'La balada del Narayama' de Shohei Imamura."

Ya no queda nada de esta cultura en el siglo XXI, han desaparecido los signos de transición del Japón Meijí a la era contemporánea, y se nos muestra Tokio en todo su esplendor occidental. Las residencias de sus habitantes no se diferencian en nada de las nuestras; los tabiques corredizos y ligeros han sido sustituidos por otros de fijos, de obra,  sólidos; las casas tienen varias plantas por las que se deslizan sin rubor las cámaras, mostrando estancias decoradas según el gusto occidental, con estanterías cargadas de libros. Incluso parecen haberse trasladado todos nuestros prejuicios a unos hogares generalmente ocupados por familias extensas, que ahora aportan a su pequeña comunidad nuestros mismos complejos ancestrales y sentimientos de culpabilidad. El hombre es mal visto por todos si no es el que aporta más dinero al sostenimiento de la familia, y tratado como un mimado si vive en la casa paterna porque se dedica a una actividad creativa y su situación es de mayor precariedad que la de sus hermanos; la madre, criados sus hijos, decide divorciarse y pasa a engrosar las filas del colectivo de mujeres que sufre con mayor virulencia la violencia de género, física y psicológica. Quien ha consumido su vida entera 'cuidando' de todos los demás, decide liberarse y emprender el vuelo, escribiendo y cobrando los derechos de autor de su hermano muerto, y todo el mundo se cree con derecho a opinar.

Yôji Yamada opta por un happy end, en un contexto en el que los mayores dramas son cotidianos, y como dice el músico, el más sensible de los hermanos, que finalmente abandona la casa familiar para casarse con una enfermera, el joven Shoto: "Para componer una música bella las disonancias son necesarias; en la partitura de las relaciones familiares, a veces, las disonancias también son necesarias. El realizador japones elige el hogar como  una célula en la que podemos observar el comportamiento de la sociedad nipona actual, en la que no falta de nada: matrimonios desiguales, en los que la lista, la que gana más dinero y la eficaz es ella, (el marido obedece al paradigma del tonto redomado y todos se encargan de recordárselo constantemente); matrimonios con hijos en los que la esposa ejerce de ama de casa y debe agacharse a recoger del suelo calcetines y calzoncillos constantemente, como ha hecho su suegra y esta mujer sigue haciendo con el marido, entre otras cosillas humillantes; el hijo músico que depende en parte de la familia, a la vez la cohesiona y transmite tranquilidad.

Ni aquí ni allá se ha llegado a un estado de respeto a los hombres y a las mujeres como son, sin imponerles modelos que, en estado más o menos avanzado de extinción, siguen fieles a la sociedad patriarcal. El hombre está obligado a producir y la mujer a cuidar de su familia. Cuando la abuela decide romper el círculo se produce la debacle y todos procuran que las aguas vuelvan a su cauce. El marido sólo debe doblar bien los calcetines y los calzoncillos, mientras su hijo comienza a realizar los mismos tics que su progenitor, aunque queda para el futuro la decisión que pueda tomas su esposa, de momento obligada a cuidar de sus hijos. Las casas han evolucionado, también su decoración y la cultura occidentalizada de los japoneses, presente en estanterías cargadas de libros, pero las mentes evolucionan mucho más lentamente, al tiempo que se pierde la solidaridad de los tiempos en que eran pobres. El pater familias jubilado mira con nostalgia el film de Ozu. Si bien Yamada no consigue ni siquiera hacer sonreir a los espectadores con gags torpes y tontos, y pierde algo del músculo de la saga, no deja de informar de forma amable sobre el nuevo Japón que sale de la crisis de 2008, con cierto bienestar, mientras los viejos barrios donde sitúo sus historias Ozu desparecen, a medida que sus viejos inquilinos abandonan las casas para ingresar en modernas residencias de ancianos. Del mundo del maestro apenas queda nada.

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