Un asunto de familia. Hirozaku Kore-Eda




LA MEJOR FAMILIA ES LA QUE UNO ELIGE Y NO AQUELLA EN LA QUE NACE POR AZAR




Kore-Eda  vuelve a la gran pantalla con una de las películas que ha sido calificada por los top crítics de todo el mundo como una de las más importantes del año, la que introduce a los espectadores de oriente y occidente en pleno siglo XXI y nos ofrece datos de mucho interés sobre cómo está padeciendo el pueblo japones una crisis que comenzó en 1990, de la que no habían salido hasta que en 2008 estalló la primera crisis global, cuyo resultado todos conocemos. El director de películas tan impresionantes como 'Air Doll' (2009), 'De tal padre, tal hijo' (2013), 'Nuestra hermana pequeña' (2015) y 'Después de la tormenta' (2016), partidario de una prosa clara y menos proclive a la poética tradicional, aunque algunos lo tachen de tierno y hasta cursi, como Luís Martínez,  que practicaron Yasujiro Ozu, Akira Kurosawa o Naomi Kawase, que realizó un film  dedicado al delicioso dorayaki, 'Una pastelería en Tokio' (2015) , que reúne a varias generaciones en torno a una tradición: una anciana leprosa, una joven estudiante, vestida de uniforme, y un hombre de mediana edad, que no podrán resistir la competencia de la gran industria que se apropia de estas tradiciones para malbaratarlas..

Kore-Eda nos introduce en su espectáculo por la parte trasera del gigante con pies de barro, y nos convierte, acompañados de su cámara, en mirones de un grupo de personas de diferentes edades, que viven en una frágil casita japonesa , cuyas estancias, a diferencia de las minimalistas de Ozu, están abigarrada de objetos, que les hacen perder todo su encanto, tan pequeña y con tantos ocupantes que la intimidad es un utopía inaccesible. En esta precario y claustrofóbico habitáculo viven cuatro adultos y dos niños hacinados, con sus ropas, sus objetos de aseo, sus juguetes, cacharros de cocina y otros enseres necesarios para la vida almacenados en un sinnúmero y variopinto número de cestas y cajas, un lugar en el que el espectador permanecerá la mayor tiempo del metraje, en el que está instalada una peculiar corte de los milagros, que enseña a los niños pequeños a robar, dándoles argumentos morales que justifiquen sus acciones, o, ve con buenos ojos que la chica que ha sobrepasado la adolescencia  se dedique a una forma suave de prostitución, en la que muchas de estas jóvenes encuentran marido. Una historia muy diferente a la que nos contó Charles Dickens en 'Oliver Twist'. Ninguno de los 'hijos' acogidos por esta familia quiere abandonarla; todos son maltratados en sus casas en las que reina el terror o se dan circunstancias que no se explicitan, detrás de las cuales se esconde, en algún caso, el crimen. Mas la magnitud de la depauperación de esta familia se descubre de forma espectacular cuando la cámara se eleva desde el suelo hasta mostrar que su vivienda no está ubicada en una zona de viviendas similares, sino que ocupa el centro de una plaza, rodeada de rascacielos, como vestigio del pasado, un reducto de personas que no han accedido a la comodidad de los tiempos modernos, y cuya única participación en el progreso se reduce a su incorporación a plantillas de trabajadores muy precarios, sin derecho alguno, (ni paro, ni compensación por accidentes laborales, ni vacaciones...) y a los que se coarta con reducciones de jornadas, que adquieren nombres tan exóticos como 'jornada compartida', que significa que de cada dos trabajadores uno de ellos va a la calle. El niño adoptado lleva a menudo entre sus mano un cuento muy significativo, que intenta que asimile su padre adoptivo.

Este es el Japón del siglo XXI en el que, según Kore-Eda, las gentes prefieren agruparse y quererse en medio de la miseria, llegando incluso a ver la cárcel como un lugar en el que no se está tan mal, a soportar las agresiones que se dan con demasiada frecuencia en una sociedad irascible y violenta. Una distopía  en la que unos roban lo que les cabe en la mochila en tiendas y supermercados, y otros se desfogan masacrando a los miembros de su familia, intensificando la violencia doméstica y provocando la huida del hogar de los niños cubiertos de cicatrices provocadas por cigarros encendidos, hasta tal punto que,  desmontada la pequeña célula organizada en torno a una mujer septuagenaria, cuya relación con todos los demás es turbia y deliberadamente oscura, algunos prefieren retornar al paraíso perdido. Una mujer amoral, según la costumbre (del latín mos-moris) burguesa, que no se escandaliza ante el hecho de que los niños, de entre  5 y 11 o 12 años, roben o que la joven se prostituya; un retrato de los pobres japoneses que no se pueden permitir tener este tipo de aprensiones. La relación de la abuela con el hijo del marido muerto es desvelada a medias, una opción del cineasta que deja un margen al espectador, animándolo al debate y la reflexión. ¿Será verdad que la auténtica familia es la que uno elige? Como subtexto 'de nuevo la familia, los niños, los suburbios, de nuevo, la pobreza en un mundo obscenamente obeso', resume Luís Martínez (Diario 'El Mundo'), y esa es la aprehensión del nuevo milenio que avanza que nos lega el cineasta japonés. Un film imprescindible que nos devuelve al mejor Kore-Eda.



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